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El primer test electoral de la pandemia no fue bueno para el Gobierno de coalición. Malo para Pedro Sánchez y desastroso para Pablo Iglesias. Los votantes vascos y gallegos dejaron a los socialistas casi como estaban, y estaban con los peores resultados de su historia, y dieron un sonoro bofetón a Unidas Podemos, sobre todo en Galicia. Si se trata de evaluar la gestión de la crisis sanitaria, el resultado es malo, y si se trata de medir el apoyo al Gobierno, es peor.
Sánchez no encontró consuelo en ninguno de los dos territorios. Hace cuatro años el PSOE estaba bajo mínimos, en la oposición y con el partido fracturado. Una semana después de aquellas elecciones, dejó su cargo de secretario general tras la reunión más tormentosa que se recuerda del comité federal. Ahora, lleva dos años en el Gobierno, ha ganado dos elecciones generales y las rencillas han desparecido en el partido. Un bagaje que apenas ha servido para mejorar en un escaño su representación en el Parlamento de Vitoria, logran diez de 75, y también suman uno en Santiago de Compostela para llegar a los 15 diputados también de 75.
En el País Vasco, donde gobiernan en coalición con el PNV, son la tercera fuerza y ganan una posición por el hundimiento de Unidas Podemos, pero están muy lejos de ser la alternativa. El mismo puesto que en Galicia, donde, como en 1997, los nacionalistas de BNG ejercerán el liderazgo de la oposición. Y aunque son elecciones diferentes, el PSOE ha perdido en Euskadi cinco puntos respecto a las generales del 10 de noviembre pasado, y nada menos que doce en Galicia. Solo han pasado ocho meses entre una convocatoria electoral y otra.
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Sánchez no ha rentabilizado su presencia en la Moncloa, un beneficio que es habitual para un partido gobernante. Y lo que es peor para el PSOE, ha sido barrido por los independentistas de EH Bildu, y superado con claridad por los soberanistas del BNG. Dos de los grandes ganadores de la jornada electoral, junto a Iñigo Urkullu y Alberto Núñez Feijóo.
El presidente del Gobierno siguió el escrutinio desde la Moncloa y tampoco participará hoy en la reunión de la dirección socialista que analizará los resultados. En la sede de la calle Ferraz de Madrid estuvo el ministro y secretario de Organización del partido, José Luis Ábalos, con un reducido grupo de la comisión ejecutiva. El abatimiento era evidente entre los dirigentes socialistas por el retroceso respecto a las expectativas creadas. En Ferraz no acababan de entender las causas de un resultado que reconocían malo sin paliativos. Las culpas se repartieron entre la baja participación, una campaña átona sin polarización por la sensación de que todo estaba decidido, y la gestión de la pandemia.
La abstención bordeó en el País Vasco el 47%, la más alta de la historia, y en Galicia también superó el 40%. Una baja participación achacable a la Covid-19, pero también a la certidumbre sobre los resultados. La factura de la gestión de la pandemia también se lleva su parte, y no pequeña, porque, según la impresión en el PSOE, además de los evidentes errores cometidos que tienen un coste en las urnas, ha cuajado el discurso de que se produjo una invasión de las competencias y con ello un peor manejo de la crisis sanitaria.
Si había tristeza y confusión entre los socialistas, el desconsuelo y el silencio reinaba en la dirección nacional de Unidas Podemos, que se queda fuera del Parlamento de Galicia después de haber obtenido 14 escaños hace cuatro años, y reduce su representación en la Cámara vasca de 11 a seis, con el dato añadido de que hace solo cuatro años los morados fueron la primera fuerza política en las elecciones generales, cuando derrotaron al imbatible PNV. Pablo Iglesias recurrió a Twitter para reconocer la «derrota sin paliativos». Ahora, añadió, «nos toca hacer una profunda autocrítica» y analizar «los errores cometidos»
Unidas Podemos comprobó anoche que no frena el descenso a los infiernos, y no lo consigue cuando tiene más resortes que nunca para hacerlo. Cuanto más despacho y coche oficial tienen los de Iglesias menos apoyo electoral concitan. La de ayer, como en las dos elecciones generales, europeas, autonómicas y locales del año pasado, fue un eslabón más de una caída constante. Sus votos en Galicia se fueron en masa al BNG y en el País Vasco hubo un gran trasvase hacia EH Bildu, ambas fuerzas compañeras de viaje los morados en el Congreso.
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El 'caso Dina', los ataques a medios de comunicación, la menor visibilidad política por el papel subsidiario en el Gobierno, aunque el vicepresidente segundo presuma de la impronta morada, y los enredos internos (Unidas Podemos en Galicia y País Vasco es un descalzaperros) son los ingredientes de un plato indigesto. Pero un elemento destaca sobre el resto, la enclenque estructura territorial de Unidas Podemos. El partido de Pablo Iglesias lleva camino de convertirse en una organización madrileña y poco más.
El revés tiene imprevisibles consecuencias en el tablero político nacional porque las diferencias entre socialistas y morados en el Gobierno son cada vez más evidentes por mucho que Sánchez se esfuerce en asegurar que está más «soldado» que antes de la pandemia. Unidas Podemos parece que se mueve mejor en la oposición, pero ha elegido gobernar.
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