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Pablo Casado tampoco tuvo ayer una buena noche. Tuvo sentimientos encontrados por la victoria incontestable de Alberto Núñez Feijóo en Galicia frente el batacazo en el País Vasco. Pero la alegría no fue completa porque no puede colocar en su haber el triunfo gallego, responsabilidad que es exclusivamente suya en Euskadi. Feijóo contrapuso su estilo moderado a la estrategia montaraz del líder nacional del PP y rechazó la fórmula de coaligarse con Ciudadanos, que Casado impuso con 'manu militari' en el País Vasco. Resultado, victoria en Galicia y derrota en el País Vasco.
En la sede de la calle Génova de Madrid hicieron tan suyo el triunfo como de Feijóo, y hablaron del «batacazo» de los socialistas. Pero parece indudable que se jugaron partidos distintos. Casado acudió cinco veces a la campaña gallega y compartió dos mítines con Feijóo. Seis veces fue al País Vasco y las seis estuvo con Carlos Iturgaiz.
La diferenciación que no hizo la dirección nacional del PP la remarcaron los barones del partido. «Galicia gana con Feijóo», escribió en las redes sociales, el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno. En Galicia, «gana la centralidad, la experiencia y la eficacia en la gestión», apuntó el presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández-Mañueco.
La cuarta mayoría absoluta de Feijoó, con la que iguala la marca de Manuel Fraga, dejó una sensación agridulce en la dirección popular. El fantasma del viaje de Santiago a Madrid del presidente de la Xunta volvió a planear sobre la calle Génova por más que Feijóo se ha cansado de decir que no va a ser así. «Si tengo que elegir entre Galicia y mi partido, elijo a Galicia», ha dicho a lo largo de la campaña el líder de los populares gallegos. Pero en la dirección nacional no las tienen todas consigo a pesar de que los antecedentes juegan en contra de ese desembarco.
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Al margen de ese escenario, posible pero no probable, al menos de inmediato, los resultados en el País Vasco han puesto de manifiesto que la estrategia electoral de Casado no ha encontrado eco. Rescató a Iturgaiz del ostracismo al que él le había condenado, y diseñó una campaña basada en la dialéctica constitucionalismo frente a nacionalismo con aroma de hace veinte años que cosechó un severo rechazo. El PP se dejó un escaño por su derecha en favor de Vox, y perdió cuatro diputados en el Parlamento de Vitoria. Los populares se consolidaron como quinta fuerza en Euskadi, y no son la última por la irrupción de la extrema derecha.
Un efecto secundario del descalabro vasco fue que la alianza de PP y Ciudadanos, bautizada como España Suma aunque ahora se escondan nombres y apellidos, fue el gran objetivo del jefe de la oposición tras las últimas generales, pero su futuro es más que incierto. En Galicia, Feijóo la desdeñó por más que Casado la impulsara y los liberales la rogaran. En el País Vasco, donde los naranjas son una fuerza marginal, la impuso al precio de descabalgar al líder del partido, Alfonso Alonso. El resultado a la vista está y pone en duda su viabilidad para otros territorios, incluso en Cataluña, que era la comunidad para la que estaba pensada la coalición.
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Además el giro centrista que ha impuesto Inés Arrimadas en Ciudadanos cambia las cláusulas con las que se fraguó el proyecto. La sintonía entre populares y liberales tampoco es la que existía con Casado y Albert Rivera. Una alianza electoral entre un partido, el PP, que mira a su derecha, y otro, Ciudadanos, que lo hace a su izquierda, se presenta más complicada que cuando el objetivo común era ocupar el centroderecha.
En resumen, Casado encuentra consuelo, con reparos, en Galicia, pero se le abre un futuro incierto por el experimento en el País Vasco.
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