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En mitad de la sombría realidad de la UD, descenso a la vuelta de la esquina y traumas inevitables por salir del mapa aristocrático, partido y ante un rival tibio. Esta Real Sociedadcon más historia que presente invita poco. Anfitrión depresivo y forastero sin chicha... Quien se atreva, que vaya al estadio.
Hace mucho tiempo, quizás demasiado, el fútbol y su vertiente más lúdica pasaron a la historia en el Gran Canaria. La temporada vigente se ha convertido en un dolor para Las Palmas y todo su universo. No está todo perdido, dirán los optimistas y soñadores. Y, ciertamente, hay vida, reducidísima, eso sí, pero algo queda. Una visión más cruda, menos romántica, dibuja un panorama nuclear: siete partidos por delante con nada que ganar y demasiadas vergüenzas al aire. De aquellos polvos, estos lodos. Nada nuevo bajo el sol.
La hecatombe viene de lejos y se ha ido retransmitiendo a cámara lenta, casi desde el verano pasado cuando se empezaron a localizar los primeros disparates (lo que pudo ser y no fue con De Zerbi, la tenebrosa elección de Manolo Márquez) y deserciones (Boateng). Ahora, entrados en abril, pocas casualidades pueden lamentarse. Se purga una condena de juego y resultados cuya procedencia resulta unidireccional. Todo lo malo que hay tiene el sello de una UD ya sin carril y en la que Paco Jémez trata de mantener, vayan a saber si de manera estéril, un mínimo de orgullo. Como si de un jeroglífico se tratara, descifrar las posibilidades de salvación ofrece mil misterios. El principal, la dependencia de lo que hagan otros. No basta con hacer los deberes. Hay que ganar, que no es poco pedir para un equipo que lleva más de dos meses sin hacerlo, y, luego, elevar plegarias. Un galimatías de cuidado, nada recomendable en las estaciones que corren.
Y así, con esta montaña de condicionantes y los aires nostálgicos, le toca a la UD saltar al ruedo y dar la cara. Tan bajo está el listón de exigencias que nada más se le pide al grupo de Jémez. Con sudar la camiseta y defender el escudo con unos mínimos, basta y sobra. En esa dirección rema el propio entrenador, cuyos equilibrismos diarios para mantener en tensión a sus muchachos saltan a la vista. Jornada a jornada agita el once, con apuestas sorpresivas y descartes ilustres. Todo para que nadie se duerma. Hecho el daño, rifada hasta su perdición la plaza en Primera, queda la honradez, la decencia gremial, el respeto al escudo y a los que lo siguen venerando que, por cierto, aquí son multitud. Y para el decoro que se persigue, el cupo de elegidos no va a deparar más movimientos que los estrictamente necesarios.
Gálvez, sancionado, y Momo, lesionado, abren dos vacantes en el once de la pasada jornada. Ximo, de vuelta tras cumplir ciclo, y Tana, en la nevera dos semanas y ahora con otra actitud, según desveló Jémez, copan todas las quinielas sucesorias. El resto, lo que hay, con más bola para Ezekiel, que dejó buenos detalles, y Erik arriba como elementos más noveleros. El canterano le ha comido la merienda a Calleri a juzgar por lo que se respira y su presencia en el campo también es un mensaje al resto: el que flaquea, fuera.
Enfrente, una Real con tanto arte como flojera. Canales, Januzaj, Oyarzábal y Willian José conforman un cuarteto ofensivo de cuidado. Claro que atrás, conceden con generosidad. Una moneda al aire.
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