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La Batería de San Juan espera por su nueva vida

Las ruinas del antiguo destacamento militar de San Juan agonizan cubiertas de mugre mientras se estudia de qué forma integrarlas en la vida de la ciudad. El complejo defensivo del siglo XIX fue declarado monumento y Bien de Interés Cultural en 2018; observaciones burocráticas que poco tienen que ver con la realidad estética de un paisaje privilegiado.

Jueves, 1 de enero 1970

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El Risco de San Juan se coronaba, hace 120 años, con cuatro obuses de 210 milímetros de la marca Ordóñez. Esa era la dotación principal del complejo de defensa militar desartillado en la década de 1950 pero cuyas ruinas todavía presiden el histórico barrio de la capital; eso sí, cubiertas de mugre y residuos en lo que el Gobierno de Canarias y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria definen qué clase de futuro le espera a un monumento que ofrece una de las panorámicas más hermosas de la ciudad.

«Tenemos primero que conocer cuáles son las potencialidades que tiene el lugar para saber qué se puede hacer allí, tal vez un mirador o un pequeño museo», refiere Javier Doreste, concejal de Urbanismo del consistorio local, órgano que trabaja junto a Patrimonio del Gobierno de Canarias en la rehabilitación del abandonado espacio.

La infraestructura militar, cincelada en piedra sobre la loma, comenzó a edificarse en 1898 y sus trabajos se prolongaron durante siete años. Como estructura defensiva no resultó una obra eficiente, descrita en los documentos como un elemento de defensa demasiado expuesto a los ataques y con una perspectiva de tiro en la que se daba poco ángulo de visión.

Sin embargo, el lugar sigue teniendo un aura magnético a pesar de llevar más de medio siglo sin utilidad. Ese fue el motivo por el que a petición del Cabildo de Gran Canaria el Gobierno de Canarias lo reconoció en 2018 como Bien de Interés Cultural y lo calificó como un monumento.

Dos años después, la imagen apocalíptica del lugar está muy lejos de la idea generalizada de lo que es un monumento. Cuentan vecinos de la zona que las fiestas que se organizan en sus ruinas son «salvajes» y de ellas quedan rastros por todas las esquinas, con paquetes de carbón de asadero entre las piedras y una interesante colección de latas de cerveza vacías.

Sus pasillos interiores, originalmente concebidos para el trasiego de militares y material de combate, hoy están cubiertos de pintadas y arañazos. El tejado de la estancia principal, destinada al resguardo de la tropa, ya se ha caído al suelo dejando el espacio a la intemperie. Y el sitio es zona de residencia de personas sin hogar, que ejercen un discreto control y guarda del lugar.

Su valor es indiscutible, ya que desde su cota de altura se puede visualizar gran parte del paisaje urbano de Las Palmas de Gran Canaria en todas sus direcciones.

Doreste avanza que las conversaciones con el Ejecutivo regional caminan en la dirección adecuada para saber qué futuro le espera a este complejo histórico, que se remata hacia el sur, con La Batería de las Mesas de San Juan, que estuvo unos años más en activo. «En breve tendremos una reunión con el área de Patrimonio del Gobierno de Canarias, cuyos técnicos son los que están valorando qué se podría hacer allí para recuperar el espacio», indica el edil.

Un parque urbano es uno de los proyectos que más posibilidades tiene. «La opción de hacer allí un museo es más complicada porque las cámaras interiores que quedan en pie son muy estrechas, estaban pensadas para que pasara por allí una sola persona, y sería muy incómodo», subraya Javier Doreste.

Vídeo.

En la publicación del Boletín Oficial de Canarias del 19 de julio de 2018 se subraya que las antiguas instalaciones militares de San Juan «merecen ser vistos como recursos culturales» como un «emplazamiento singular que atestigua distintos hechos históricos, de alcance global, que tienen lugar entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX».

Esa alusión ante su importancia estratégica en una hipotética defensa de la ciudad durante los grandes conflictos armados que se produjeron durante los primeros 50 años del siglo de 1900 confiere al lugar un valor destacado en la memoria de la capital.

Sin embargo, toda esa burocracia del recuerdo por el momento no sirve de manto protector a un espacio de la ciudad en el que no hay vigilancia alguna sobre las agresiones que a diario padece un lugar que ha ganado en relevancia estos días de desescalada del estado de alarma por la Covid-19.

Cada jornada hay más paseantes que buscando alternativas a la rutina del confinamiento dirigen sus pasos a una de las zonas más bellas y con valor histórico de Las Palmas de Gran Canaria.

Accesos

Uno de los aspectos a resolver en los trabajos para convertir en un espacio urbano aprovechable a La Batería de San Juan es la de encontrar un acceso decente a la antigua infraestructura militar. El camino principal, desde la parte alta del barrio, se ve entorpecido por un depósito de suministro de Emalsa.

Indica Javier Doreste, concejal de Urbanismo, que no es posible eludir ni cambiar de ubicación la infraestructura hidráulica porque juega un papel relevante en la red de abastecimiento de esa zona de la orientación sur de Las Palmas de Gran Canaria.

Una de las opciones en las que se trabaja es en la de desmontar una de las lomas que rodean el complejo y construir allí un aparcamiento con una escalera de acceso al monumento. Pensado esencialmente, según asegura el edil municipal, en las guaguas turísticas a las que se llevaría hasta esa zona de visita guiada para que conocieran la historia del lugar y, a su vez, descubran las vistas de la ciudad que se disfrutan desde ese lugar.

Entorno abandonado

La zona alta del Risco de San Juan, en donde se radica La Batería, tampoco se muestra como el mejor entorno para acompañar el patrimonio monumental del que debería presumir el barrio. En el mismo acceso, escondido a un lado del tanque de Emalsa, se encuentran unos cuantos coches abandonados. Una vecina y su hijo, acompañados de su perro, aseguran que algunos de ellos llevan aparcados años en la zona y nadie hace nada.

Pero no es el único resto de otras vidas que allí se ve. Los contenedores de basura suelen rebosar y algunas vecinas del barrio lamentan la rutina de recogida de basura que el servicio de limpieza municipal tiene en el barrio. Pero no es menos cierto que al lado de los contenedores hay mucho material que está prohibido tirar en la calle, pantallas de ordenador, muebles, sacos de cemento y hasta planchas de amianto, con el peligro que esto supone para la salud de los residentes de esa zona de la ciudad.

Un Bien de Interés Cultural cercado por la porquería. Esa será una de las cosas importantes de las que preocuparse cuando llegue de verdad la hora en la que se afronta la reconversión de ese espacio monumental en un lugar de verdadera utilidad para los ciudadanos de Las Palmas de Gran Canaria.

Esa misma vecina critica cierta desidia en los responsables municipales. «No atienden el barrio para nada. Esas planchas de uralita llevan más de un año tiradas en el suelo y cuando llamamos al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria nos dicen que es que el camión que hace ese servicio está roto», manifiesta.

Además, otros de los accesos principales que ahora mismo permiten llegar hasta la antigua defensa militar de la ciudad, el que se realiza por la prisión de Barranco Seco, está poblado de excrementos de perro. Una situación en la que la crítica debe ir más orientada hacia la falta de responsabilidad cívica de los ciudadanos que a los gestores municipales.

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