CANARIAS7 recorrió el noroeste de la isla desde Caideros de Gáldar hasta la cumbre por Artenara y Tejeda para comprobar los efectos positivos que las generosas precipitaciones han dejado en el campo. Hay quienes recelan sobre que el agua caída sea suficiente para paliar una de las sequías más duras de las últimas décadas. Sin embargo, agricultores y pastores celebran que las presas registren cifras que no recordaban y que el agua esté garantizada, al menos, hasta el año que viene.
«Han sido años muy duros para los agricultores en los que apenas ha llovido en las islas. El agua que ha caído en las últimas semanas vendrá muy bien para el cultivo y los árboles frutales», admite Cecilia Perera mientras trabaja en su parcela del Barranco del Pinar, en Moya. « Mucha gente abandonó el campo por la falta de agua y de medios para subsistir. Por lo que, aunque sea bienvenida la última lluvia, hace falta que caiga agua de forma más continuada», afirma esta agricultora.
Fernando Medina pastorea con sus cabras cerca del Monte Pavón. Los brotes verdes que han florecido en las últimas semanas permitirá que sus animales puedan comer del campo sin necesidad de comprar alimento. «La lluvia supone un alivio muy importante para ganaderos y agricultores. Ahora comienza a notarse los efectos del agua que ha caído y, aunque no compensa tantos años de sequía, supone una ayuda muy importante para todas las personas que viven del campo».
No solo se vive de la tierra y los animales en las zonas cumbreras. También el turismo se vuelve a recuperar en municipios como Tejeda o Artenara con estampas llenas de color. Las cicatrices del devastador incendio siguen presentes, pero la vida vuelve a abrirse paso tras la negritud.
El paisaje ha mutado radicalmente en las últimas semanas desde el norte al sur de la isla. El agua caída aún escurre por laderas y barrancos en el noroeste grancanario, circunstancia que ha teñido parajes que parecían inertes después de años de sequía . Una alfombra verde une la cumbre desde Tejeda y Artenara hasta la costa de Agaete, cubriendo afilados pedregales hasta el azul del mar.
Las presas presumen como hace décadas no lo hacían, invitando a oriundos y visitantes a recorrer los sederos anexos convertidos en barro. La quietud de un día cualquiera en Saucillo, Caideros, Fagajesto, Acusa o Artenara solo se rompe con el trajín de pastores y agricultores que aprovechan para sacar partido a las últimas lluvias.