El santuario de Vega de Río Palmas, en el municipio de Betancuria, desde por la mañana bulle de peregrinos que huyen de los calores del mediodía y la tarde para venir caminando desde cada pueblo o desde Antigua. La mañana del viernes también es cosa de los ciclistas, puesto que los once clubes de la isla se citan a las 11.00 horas ante la ermita para, de grupito en grupito, haciéndose la foto con las bicicletas.
La faz de Vega de Río Palmas cambia según las horas y la solajera. Empezando por el final de la jornada de peregrinación: la noche es para los jóvenes que buscan fiesta y más fiesta; la tarde, de la romería, las faldas de vuelo, los calados majoreros, los fajines y las camisas blancas; la mañana en cambio es de las lycras negras, los zapatos de senderismo y las mochilas para el bocadillo y la botella de agua, más el color de los siete clubes de ciclistas que finalmente acuden a la cita de las 11.00 horas.
La llamada de la mañana a la peregrinación también se palpa en el barranco, donde apenas hay coches, pero sí peregrinos que buscan la poca sombra de los tarajales y las palmeras. Por la montaña de Antigua, pocos se atreven cuando se va acercando al mediodía.
La mañana ofrece además la posibilidad de ser atendido y ¡sentarse! en los numerosos ventorrillos que festonan la plaza de la iglesia. Todo un lujo echarse el plato de carne de cochino, el pepito o la salchipapa sin colas ni rebotallos. La misma comodidad la da la mañana a los fieles que se acercan a la tienda de recuerdos de la Virgen de la Peña en la trasera de la ermita o los que, claro que sí, gustan de recuperar fuerzas comprando los tradicionales turrones.
Por la tienda de recuerdos marianos pasó Domingo Hernández Marichal, de 35 años y vecino de Puerto del Rosario, tras conquistar el santuario caminando desde Antigua, de donde partió a las seis de la mañana acompañado por su familia, entre ellos su hijo Abián. Con el niño y un ramo de flores en la mochilas, entró en la ermita por promesa de salud y en recuerdo de su madre fallecida hace dos años, que le traía desde pequeño a Vega de Río Palmas cada tercer sábado de septiembre.
A lomos de las bicicletas, salieron desde Tesejerague, Tarajalejo, El Palmeral, Tuineje y La Calabaza los deportistas del Gran Tarajal Bike. Es uno de los siete equipos ciclistas que acudió a la cita insular. Se formó en 2014 y desde hace cinco años pedalean hasta la Peña. Algunos vuelven en bici hasta Antigua y otros reconocen que «si me llevan a casa, mejor».
Cuando se disipan los ciclistas, la mañana del día de la peregrinación se convierte en una fiesta: la fiesta de los sentidos. La cantería blanca de la portada de la ermita oficia de llamada, las sopladeras camufladas de personajes de Disney retan al cielo cercano con sus colores y el ruido de papel de las banderillas suena como un secreto al oído. Si por un momento, se cierran los ojos -y sobre todo se deja de saludar a las decenas de conocidos- se perciben los olores que rodean al santuario y que confirma que sí, que esto es la fiesta de la patrona: la caricia del algodón de azúcar, el cochinillo friéndose en el ventorrillo, la sal de los tollos y los pejines en el puestito de siempre y la devoción que se mira en el alabastro de la imagen de la Peña.