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Jill Biden, la Primera Dama que corregirá exámenes en la Casa Blanca

Jill Biden, la Primera Dama que corregirá exámenes en la Casa Blanca

El presidente de EE UU la vio en un anuncio y se enamoró, pero tuvo que pedirle matrimonio hasta cinco veces. Profesora en un college público, «es la única de nosotros con un trabajo de verdad», dice Michelle Obama

Sábado, 16 de enero 2021

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Tiene un aire a Linda Evans, la protagonista de 'Dinastía', lo que no está nada mal cuando una frisa los 70 años y se tienen cinco nietos. La señora Biden, de soltera Jill Tracy Jacobs (su padre americanizó el Giacoppo que se trajo de Italia), parece no dejarse intimidar por tanto oropel como se le viene encima. De entrada, esta profesora de Inglés ha dejado claro que seguirá dando clases, lo que la convertirá en la primera esposa de un presidente estadounidense que recibe un salario por trabajar fuera de la Casa Blanca. Y nadie, empezando por su marido, parece dispuesto a contradecirla, quizá porque todavía conserva mucho de aquella adolescente que un día estampó los morros a un chaval que la había tomado con una de sus hermanas. Como Rocky Balboa, Jill es de la escuela de Filadelfia. De los suburbios, nada menos.

A Jill Biden, sus alumnos del Northern Virginia Community College (Nova), la alternativa para los norteamericanos que no pueden pagarse una Universidad al uso, se dirigen como 'Dr. B'. Tiene dos másters y un doctorado que obtuvo con un tesis sobre cómo reducir el abandono escolar y retener a los estudiantes en el sistema educativo, y ha trabajado casi tres décadas en la red pública. Pese a estar casada con un político de primera línea -congresista, senador y después mano derecha de Barack Obama durante dos mandatos- ha conseguido hasta ahora mantener un perfil bajo. Incluso pedía a los escoltas del Servicio Secreto que la acompañaban al campus que se hicieran pasar por alumnos.

«Estoy segura de que muchos compañeros no sabían ni quién era cuando terminó el semestre», ha relatado a The Guardian una de sus alumnas. Una tesis que abona la propia Jill: «Cuando alguien me pregunta si estoy casada con el vicepresidente -explicaba hace años-, le digo que somos parientes, eso generalmente les calma». Quienes la conocen no dudan de que, cuando su presencia sea requerida en algún acto, se cambiará de ropa en los lavabos del colegio y abandonará el recinto cargada de exámenes por corregir.

«Siempre se me olvida que tiene un trabajo de verdad», decía de ella su amiga Michelle Obama, acostumbrada a verla en el Air Force One bolígrafo en ristre, puntuando a sus alumnos, dicen que con severidad. La profesora sólo ha suspendido su trabajo en las aulas en dos ocasiones: en 1981, cuando nació su hija Ashley, y esta pasada primavera para sumarse a la recta final de la campaña presidencial. Y esta última vez no sin resistirse, porque si hay alguien que ha tratado de quitarle de la cabeza a Joe Biden la idea de presentarse a la presidencia, es ella.

Unidos por la tragedia

Jill conoció al congresista Biden en 1975, cuando ya estaba separada de su primer marido. Joe había quedado impresionado tras verla en el anuncio de un supermercado. Consiguió el teléfono a través de su hermano, que sabía de Jill y de sus escarceos como modelo. Ella cuenta que después de la primera cita -y de dejarla en casa sin más abordaje que un casto apretón de manos- le dijo a su madre: «Por fin he encontrado a un caballero». Biden, que había perdido tres años antes a su mujer Neilia y a su hija Naomi en un atroz accidente de tráfico, tuvo que emplearse a fondo para conquistarla. Cinco veces le pidió matrimonio antes de que ella decidiera dar el paso.

En 1977 se casaron en la capilla de las Naciones Unidas, se instalaron junto a los hijos de Joe que sobrevivieron al accidente en Wilmington (Delaware) y, cuatro años más tarde, tuvieron a su hija Ashley. La familia aún recibiría otro duro golpe. Su primogénito, Beau, llamado a seguir los pasos de su padre después de haber sido fiscal general de su estado y de postularse para convertirse en gobernador, falleció en 2015 víctima de un tumor cerebral. Apenas tenía 46 años. Biden volvió a hundirse y renunció a competir por el liderazgo demócrata con Hillary Clinton, que resultaría derrotada por Donald Trump.

A la sombra de nadie

Cuatro años más tarde. Joe y Jill no sólo han sacado fuerzas de flaqueza, sino que se han llevado el gato al agua. No ha pasado desapercibido que ambos sean católicos (como los Kennedy), ni su complicidad después de 43 años de matrimonio. «Joe tiende a sacarme de mi caparazón y yo trato de que mantenga los pies en el suelo», dice ella. Tampoco el afán protector que ha demostrado en campaña. Por ejemplo en las primarias, cuando se interpuso entre su marido y una manifestante que, impetuosa, subió al estrado donde éste intervenía; o defendiendo a su hijo Hunter, con problemas de adicción a las drogas, convertido en la diana de Trump para debilitar la candidatura de su padre. Y sin perder la compostura.

En los mítines, su marido suele presentarse a sí mismo como «el marido de la doctora Biden», un guiño hacia esa parte del electorado cansado de que a las mujeres estén siempre a la sombra de sus esposos. Hace un mes, Joseph Epstein, columnista de The Wall Street Journal, la criticó por hacerse llamar 'doctora' pese a no dedicarse a la medicina. La reacción no se hizo esperar: Twitter se llenó comentarios de mujeres que firmaban con un 'Dr.', reivindicando su doctorado y calificando al articulista de misógino y machista. Punto para Jill.

Ella no quiere que la definan por el trabajo que hace su marido y tampoco está dispuesta a ser ningún objeto de decoración. Así lo demuestra la elección de Kamala Harris como vicepresidenta, en la que, si hemos de hacer caso al The Washington Post, Jill Biden parece haber jugado un papel destacado.

Su principal compromiso como primera dama, ha dicho, será impulsar la educación gratuita en las escuelas universitarias (trabaja en una), apoyar a las familias de los militares y respaldar la investigación del cáncer. Tiene cuatro años por delante.

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