La UD y su triste realidad
Otra pala más de tierra encima dejó el Real Madrid en la vida de la UD. En un partido que estuvo imposible, desatado un rival poco abordable, todo se vio perdido con demasiada anticipación, lo que convirtió la tarde en un ejercicio de resignación.
Muchos tuvieron ensoñaciones a propósito de lo que podía pasar. Que si era posible, que si el Madrid vendría despistado con la Champions en mente, que si en el fútbol pueden darse acontecimientos extraordinarios... A todo se agarraron los optimistas, Paco Jémez al frente, cuando se analizaron las posibilidades que presentaba este encuentro. El golpe de realidad no pudo ser más crudo y descarnado. Pasó el Madrid por el Gran Canaria a medio gas, con aire funcionarial y echando la persiana con prontitud. Más allá de un inicio espumoso, la UD vivió siempre a los pies del oponente. No le alcanzó en nada y las diferencias dolieron a la vista. Claro que a Las Palmas, tal y como está el patio, se le acaban las oportunidades. Tuvo que ir con todo frente al campeón como le tocará hacer lo mismo en siete días ante el Levante. Y, en ese ejercicio de equilibrismo mortal, en un todo o nada suicida, pasa lo que pasa. Repaso, derrota y complicaciones añadidas para el camino que queda.
Ocho jornadas
Ocho jornadas, mayormente, en las que se aventuran cadenas, piedras y todo tipo de trampas para terminar de certificar lo que se ve venir. Un descenso que se ha retransmitido a cámara lenta desde que arrancó la temporada, por la segunda mitad de agosto, y que, cuatro entrenadores y casi cuarenta jugadores después, se asume como inevitable.
Las matemáticas como salvavidas
No da para más esta UD, huérfana de estilo, desquiciada por sus miserias y que, jornada a jornada, se desangra. Llega abril y el panorama invita a todo menos a ir al estadio. Y aunque muchos esgrimen las matemáticas como salvavidas, todo se reduce a un milagro, carambola o como quieran llamarlo. Jémez ha tocado mil teclas y ninguna pita. Cambios de sistema, galones para todos, discurso agresivo, técnicas de motivación propias de entreguerras, llamamientos al orgullo y hasta broncas presidenciales intercaladas. Ningún plan obra esa reacción que no llega. Sobre el césped los argumentos espantan. Fuera del terreno de juego, nada queda por añadir. Un vistazo a la clasificación inflama la retina y comprime el corazón.
Entre bajas, descartes para el debate (Tana y Hernán Toledo en la grada) jugadores en cuesta abajo y mil vértigos saltó la UD al ruedo. Enfrente, un Madrid desnaturalizado, plagado de teloneros y que tuvo alfombra rojas para galopar, golear y gustarse. Puro recreo. Poco resumen deja un partido sin chicha, gobernado por los visitantes desde que pusieron a ello y en el que Chichizola, el de siempre, lució guantes para evitarle a sus compañeros un escarnio mayor. No cayeron cinco de casualidad. Tampoco ha de ser fácil mantener el pistón con el pleito en el bolsillo. Que se lo pregunten a Zidane, quien dio día libre a Cristiano, Kroos, Marcelo, Isco o Ramos.
Al comienzo, las ganas rompieron el orden. Con Momo y Halilovic muy abiertos, la UD tuvo aproximaciones. Siempre desde lejos, pero suficiente para animar al personal, incrédulo ante los arreones de los suyos. Un buen disparo de Calleri que se fue por poco, otro de Halilovic atajado por Navas y varios barullos subieron los decibelios. Cosmética para lo que acabaría viniendo cuando Modric y Casemiro se cansaron de correr detrás del balón y se lo apropiaron para los restos. El achique adelantado de Las Palmas obligó a trabajos extras a Chichizola, multiplicado ante Benzema y Asensio en acciones inmejorables. Sostener el 0-0 ya comenzaba a ser una heroicidad, en combustión el Madrid y con los peores presagios posibles a la luz de sus frecuentes amagos. Pasó lo que tenía que pasar. Bale entró por un boquete como interior zurdo, se plantó ante Chichizola y le fusiló por alto. Bastante había hecho el bueno de Leandro anteriormente.
0-2 en el minuto 39
El 0-1 arruinó cualquier esperanza. Si el Madrid es salvaje en paridad, ya gestionando rentas se sitúa fuera de órbita. Ventaja mínima sí, pero con el sello de que se movería para más, como certificó Benzema poco antes del descanso tras un penalti absurdo de Calleri a Lucas Vázquez, atropellado de espaldas a portería. El 0-2, en el minuto 39, ya fue demasiado. Definitivo. Incluso alguno se ahorró lo posterior y se fue a casa. Como lo leen. Lo que se veía no era para menos. Atasco en el centro del campo, con Vicente, Javi Castellano y Aquilani solapándose y sin cerrar huecos, defensa de mentira para dar carrete a las contras blancas y, en ataque, la habitual soledad insoportable d Calleri y un poquito de Momo y Halilovic. Pinceladas sueltas y anecdóticas. Con eso, en Primera, vas al hoyo.
No le quedaba otro remedio a Jémez que agitar el equipo, cambiar algo, añadir desorden, ganas y entusiasmo. De ahí que apostara dar entrada a Erik y Jairo. Lo del canterano tiene un pase y es potable. Lo del cántabro, que lleva meses en barbecho, pertenece al ámbito de la metafísica. Encima, apostó por una retaguardia de tres. Era un órdago en toda regla, un volantazo a todo lo que se había podido ver antes.
Pronto quedaron desmentidos todos los intentos de meterle picante al encuentro. El Madrid siguió a la suyo. Hizo el tercero, de nuevo tras un penalti inexplicable por evitable, y amenazó con más daños. Incluso se permitió sutilezas y un amplio catálogo de acciones técnicas a la vista de que la oposición brillaba por su ausencia. En idas y vueltas acabó consumiéndose el partido, un mero saldo que tampoco ayudó a sumar en estima, pues a la UD se le negaron todas las ocasiones que pudo generar luego.
Ganó el Madrid y no tuvo que sudar demasiado. Perdió la UD y las consecuencias, con el Levante en crecida, son nefastas. A siete puntos del rival que marca la frontera de la salvación, dos meses sin triunfos a la espalda, con ocho jornadas para el cierre del calendario y obligado a una proeza, los pulgares hacia abajo son mayoría a propósito del porvenir del equipo. Y pensar que está en condiciones de enganchar varias victorias cuando es incapaz de certificar el primero evoca a suposiciones de ficción, a fantasías irrealizables.
Dice Jémez, y está obligado a ello, que mientras lata el corazón hay vida, que queda trecho por delante para intentarlo y que no admitirá rendiciones. Pero no hay motivos empíricos para esperar semejante redención. La UD no juega, tampoco le gana a nadie, maneja limitaciones en todas sus costuras, es invisible, su nivel de competencia jamás le llega para cumplir mínimos y, hoy por hoy, supone un chollo.
Hasta ahí, hechos probados y que justifican una realidad en la que se impone la nostalgia: cualquier tiempo pasado fue mejor.