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Llevaba muchos años viniendo de viaje. Y le gustó tanto la ciudad que decidió comprarse una casa aquí. Pero no quería bullicio. Y por eso buscó un lugar tranquilo, pero comunicado. La Isleta para eso es perfecta.
«Me gustaba Las Palmas de Gran Canaria pero quería algo más pequeño», asegura. En cuanto visitó el barrio, se enamoró de las casas terreras. Y no solo rehabilitó una, construida en el año 1904, sino que inició un trabajo de reproducción en miniatura de las fachadas de La Isleta.
Casi cada tarde, desde una de las habitaciones de su casa, trabaja por la memoria de un barrio que sucumbe a pasos de gigante bajo el empuje de las nuevas promociones inmobiliarias. Cada vez hay más edificios impersonales y menos viviendas obreras, las que permitieron cobijar a la población que a principios del siglo XX hizo experimentar al barrio portuario un crecimiento demográfico sin igual.
Con una paciencia infinita, va duplicando con todo lujo de detalle los frontis de muchos edificios que, humildes, han forjado la conciencia colectiva de un barrio con tanta identidad como La Isleta. En unos pocos metros puedes pasar del bochinche Los Jamones al cine Litoral o al bazar Bombay y revivir el pasado de este barrio. Pero también mesurar la dimensión del cambio al que se enfrenta, no en vano Klaus tiene en su salón algunas miniaturas de viviendas que han desaparecido ya bajo la pala.
Tarda aproximadamente una semana en tener completada cada casa. Primero toma fotos de los edificios que despiertan su atención y luego las edita en su ordenador: les quita las sombras, borra los coches que aparcan en las puertas y que obstaculizan la visión... Tras imprimirlas y trabajar con ellas sobre una especie de cartón grueso, logra abrir ventanas, despejar balaustres y darle un realismo al frontis que afianza la sensación de estar visitando el barrio a vista de pájaro.
La minuciosidad adquiere toda su expresión cuando se contemplan las azoteas. Bidones, casetas, ropa tendida en las liñas y bancos rematan las miniaturas. «Reproduzco lo que se puede ver con Google Earth», explica este vecino que pasa ocho meses del año en La Isleta y otros cuatro en su Munich natal.
Reproduce los edificios con gran detalle, hasta el punto de que los desconchones o las humedades también se reflejan. Pero reconoce que su gran pasión son las casas terreras. «Me encantan porque en Alemania casi todas son iguales, mientras que aquí cada una tiene un color, ventanas distintas, puertas diferentes...», expone.
Tiene entre setenta y ochenta viviendas preparadas y no descarta abrir la exposición al público cuando alcance las doscientas.
Su trabajo ha llamado ya la atención de arquitectos como Vicente Díaz después de que el trabajo de Klaus Kandler se diera a conocer a través de la página de Conoce La Isleta en Facebook. «Lo que está haciendo tiene un valor tremendo», expuso, «si logramos que se valore esta arquitectura mediante proyectos de rehabilitación y que se vincule a inversiones estaremos llegando al nivel de otros países como Francia o Alemania y podremos mantener construcciones en perfecto estado como la casa del propio Klaus o la de Pepe Dámaso».
Díaz entiende que la protección de este patrimonio «nos corresponde a todos, es la sociedad la que debe hacerlo» y no apostarlo todo a una normativa proteccionista.
«Una cosa que sí corresponde al Ayuntamiento es impulsar políticamente el desarrollo del Plan Especial de Protección participativo para el barrio de La Isleta, aprobado en el Plan General de 2011, para impulsar el patrimonio del barrio», expuso. Su idea es que se puede negociar mejoras en los aprovechamientos urbanísticos para «aquellos propietarios que presenten proyectos que incluyan la conservación de las fachadas de principios del siglo XX».
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