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Francisco Campos, vecino y memoria viva del barrio. Juan Carlos Alonso
Una vuelta a la isla redonda

Las Lagunetas, el balcón del centro que resiste al calor

En este caserío de la Vega de San Mateo, la vida resiste entre montañas gracias al alma de su gente y a lugares que mantienen el pulso, como la tienda de Juan Reyes. Pero la falta de lluvia sigue pesando: hace falta agua para aliviar la sequía y evitar sustos como el incendio de 2023

Bárbara Blanco Cruz

Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 15 de agosto 2025, 23:07

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Las Lagunetas, calor en verano, aliento en invierno. A casi 30 grados, las piedras parecen arder y el aire se espesa. Es el horno de Gran Canaria, aunque en otoño e invierno se transforma: niebla, escarcha y silencio. Aquí se vive entre montañas, lo que crea un clima extremo y obliga a este barrio del municipio de la Vega de San Mateo a adaptarse a hacer su vida en las medianías de la isla redonda.

Tras subir a lo alto y entrar al camino empedrado, Las Lagunetas te recibe con muros de piedra que se asoman como balcones, regalando vistas impresionantes sobre las tierras de la isla. Francisco Campos, profesor ya jubilado tras toda una vida enseñando en el colegio local, está al final de uno de esos caminos empedrados. «Las Lagunetas para mí es como si fuese un Belén navideño… una preciosidad y digno de ver», suelta sin dudar. Y dice bien: sus casas, sus huertas y, en especial, lo dice por la pequeña iglesia del barrio que tiene en frente, de muros blancos y campanario sencillo. En sus bancos de madera aún se oyen cantos antiguos que resuenan con la devoción de quienes no han dejado de creer ni de volver.

Francisco nació en La Coruña pero se hizo de aquí. Estudió en su lugar de origen y acabó de maestro con 160 alumnos por clase en este barrio. «Hoy solo hay seis por aula», señala. Sus tres hijos -arquitectos e ingenieros- crecieron en Las Lagunetas, pero muchas otras familias se han ido debilitando o marcharon tras perder cultivos y manantiales, que ahora están exhaustos o secos. El barrio ya no se mantiene por sí mismo; ahora sobrevive, especialmente los fines de semana, cuando nietos y bisnietos regresan a rellenar las calles vacías.

Aun así, Francisco explica que quienes se quedan mantienen viva la costumbre de cuidarse unos a otros. Se comparte lo que hay: higos, calabazas, leña o tiempo. Una vecina cuida del gato del otro y alguien pasa a preguntar si hace falta pan. Son gestos pequeños, casi invisibles, que sostienen la vida con una dignidad callada. La comunidad late como pueden latir las cosas que se niegan a desaparecer.

La tienda de Juan Reyes es uno de esos lugares donde aún se mantiene el pulso. Abierta desde 1967, es un negocio familiar de los que sostienen la identidad del lugar. «Aquí se vende de todo», cuenta Paqui Marrero, que atiende el mostrador desde hace décadas. Su marido, José Antonio Reyes, hijo del fundador, se encarga del transporte. «Hay días que me levanto a las cinco y media para curar el queso. Nos llega de distintos municipios y aquí lo dejamos madurar», explica Paqui.

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La tienda, que empezó con materiales de construcción, vende hoy desde fruta hasta tornillos. «Viene gente de muchos sitios. Y también del barrio, claro. No solo a comprar, sino a hablar, a contarte cómo va la semana. Aquí se pasa aunque no se necesite nada», dice una clienta que se encuentra en el local. El mostrador funciona como confesionario, tablón de anuncios y punto de reunión.

Aunque cada vez queden menos vecinos fijos, Las Lagunetas se enciende con las fiestas. La del Corazón de María la crearon los propios indianos hace ya 119 años como promesa de agradecimiento por las riquezas que brindaban los viajes de ida y vuelta a Cuba. Este año, Francisco se encargó de decorar la iglesia, acompañado por una vecina de 91 años que, con admirable dedicación, sigue siendo la encargada de vestir a la Virgen del Corazón de María, siempre erguida y digna con su cetro. «Le pusimos flores y quedó preciosa», comenta con ternura.

El recuerdo de los indianos todavía flota por las calles. Don Simón Suárez fue el último, dicen, y con él se cerró una época. Pero la fiesta sigue siendo una de las tradiciones más queridas. La gente se viste de ropa tradicional, se ríe, canta, se abraza y se recuerda. «Después todo vuelve a la calma», cuenta Paqui. «Pero ese día se ve la vida que tuvo este sitio».

La historia agrícola del lugar está llena de memoria, pero también de heridas. Hay varios cultivos, especialmente de tomates, pero las galerías de agua tienen recursos limitados, y los manantiales se han ido secando por la falta de lluvia. «Tenemos una galería con 140 metros cúbicos de agua, y si la destinamos a riego de los cultivos no queda para consumo», dice Francisco. «El problema es que ya nadie se dedica a la agricultura como antes y hace falta lluvia».

El incendio que sacudió la cumbre de Gran Canaria en julio de 2023 también encendió las alarmas en Las Lagunetas. El fuego, originado en El Cortijo de las Huertas, en Tejeda, arrasó más de 430 hectáreas y obligó a evacuar a decenas de personas en los barrios de la zona. «Veías el cielo rojo y no sabías si íbamos a salvar algo», recuerda Francisco. Fueron días largos que dejaron marcada a la comunidad. «Fue un susto grande. Pero por suerte, el fuego no bajó al barrio», recuerda frente al bar de los Hermanos Marrero. Aquí, cuando cae la tarde, los vecinos siguen reuniéndose frente al bar. Es una tasca modesta, de esas que siempre se llenan de locales y de gente de fuera. Se toma un vino, se habla de lo que falta y de lo que queda.

Las Lagunetas está en lo más alto y aún resiste. Como si supiera que, mientras quede alguien que levante el cierre de una tienda, que vista a la Virgen, que cuente historias a los niños o cure queso al alba, el barrio seguirá siendo barrio.

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