Castillo del Romeral, la fortaleza del sur que combate el viento
Un rincón de costa que vive de las fiestas, de la memoria y de la pesca. Y que, pese a las piedras del camino -algunas literalmente en las piscinas-, sigue buscando que se le escuche
Sales a caminar y, antes de dar el primer paso firme, ya has cruzado un buenos días. Aunque el sol apriete o el viento levante polvo, aquí la gente se saluda, se reconoce, se cuida. Vicente Herrera, conocido en el Castillo del Romeral como Tito, lo resume sin pensarlo mucho: «Aquí somos una familia».
Y con eso basta para entender cómo funciona este enclave costero con mucha historia del municipio de San Bartolomé de Tirajana. Lo confirma Pino, una vecina que justo en ese momento pasa frente a Tito, rumbo a la playa de La Caleta. Pero no sin antes decirle «hola» y contarle alguna anécdota de la mañana, antes de perderse hacia la arena y el mar.
Tito es un vecino activo en lo festivo de Castillo del Romeral y también una especie de memoria oral de su historia. Basta con preguntarle por qué se llama así este pueblo para que arranque un relato lleno de detalles: «Aquí había una fortaleza, por eso el nombre de Castillo...». Se refiere a la fortaleza construida a finales del siglo XVII para proteger el enclave de los ataques piratas, sobre todo a las antiguas salinas que originaron su poblamiento. «Hoy la playa custodia un monumento que hace honor a ese castillo y allá arriba pusimos unos paneles con la historia, porque si no, se pierde. Viene gente, pasea, pero no sabe lo que hubo aquí antes», añade Tito.
¿Y por qué Romeral? Hay dos teorías con una planta y un pescado de protagonistas: por el aromático romero y por el pez canario con el mismo nombre, que entronca con las raíces marineras del enclave.
«La Caleta sigue siendo el corazón del pueblo, aunque los jóvenes ahora prefieren las piscinas de agua salada»
Vicente Herrera
En el corazón del pueblo está La Caleta, «la playa de siempre», añade este vecino, aunque reconoce que los más jóvenes se han ido yendo a las piscinas naturales, hoy una de las señas de identidad del pueblo. «Pero nosotros de pequeños terminábamos en La Caleta, y por las noches también, sacábamos la guitarra y el tenderete. Y nadie se molestaba», rememora Tito.
El tenderete auténtico llega en septiembre, durante las fiestas por San Miguel Arcángel. El pueblo lo organiza todo: la verbena, la procesión marinera, el sancocho y los fuegos. «Aquí las fiestas salen del alma del pueblo. Eso es lo que las hace distintas», insiste Tito. Entonces el pueblo se llena. Vuelven los que se fueron, se suman los curiosos, y durante unos días, el Castillo late más fuerte.
El pueblo también ha ido dando pequeños pasos para fortalecer su oferta cultural y deportiva. Funciona con agenda propia de la Casa de la Cultura, donde han habido charlas sobre aves acuáticas o eventos abiertos como La Petanca, que son veladas con música en vivo para disfrutar en compañía.
En el deporte, comparte espacio un Club de Lucha Canaria, que compite en la primera categoría, y desde hace poco acoge un torneo femenino internacional de baloncesto Sub 14, que en abril llenó el centro deportivo de visitantes apasionados de este juego.
Sin embargo, no todo es celebración. Hay asuntos que escuecen. Como las piscinas naturales. Son, sin duda un emblema del pueblo, pero los vecinos insisten en que están abandonadas y necesitan varios arreglos. Para lo vecinos salta a la vista las rocas sueltas, los escalones sin rejilla, las losas levantadas y bancos tapizado de piedras. Es algo que han reclamado al Ayuntamiento y mientras tanto, «las piscinas siguen igual y la gente nadando entre piedras».
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Aun así, son el punto de encuentro, y en varno más. Estos meses se llenan de familias del propio pueblo y de fuera, que bajan con neveras, sombrillas y ganas de desconectar, aunque los días con exceso de viento es más difícil. «Esto no lo tenemos en cualquier parte y por eso seguimos viniendo, aunque esté como esté», añade Tito.
Muy cerca, en el muelle la actividad empieza antes de que salga el sol. Allí trabaja Agustín Herrera, secretario de la cofradía de pescadores. «Tenemos 17 embarcaciones. La mayoría de los marineros son del pueblo, y muchos jóvenes», explica con orgullo. La media de edad ronda los 30 años, lo que convierte a esta cofradía en una de las más rejuvenecidas del archipiélago. «Casi todos vienen de familias pescadoras, y eso ha ayudado a mantener el relevo generacional», apostilla Agustín.
La pesca ya no es el gran motor económico de antaño, pero se mantiene firme. «Muchos salen cinco horas por la mañana y por la tarde se dedican a otra cosa. Aquí se vive combatiendo el viento», dice Agustín. Sin embargo, la semana pasada no salió ni un barco, afirma. Está prohibido cuando el viento sopla fuerte. «Pero si amaina, se aprovecha».
Lo que se pesca se vende. «Hay mucha demanda. Incluso la gente con pescadería ya tiene el producto encargado del día anterior», explica el pescador. La vieja, la salema, el medregal. No sobra nada. «Nos defendemos bien. Y seguimos aquí, como siempre», resume Herrera.
El muelle es también un punto de encuentro para los vecinos en general. A veces se acercan los niños del pueblo, se quedan mirando los barcos o preguntando por el pescado. Los mayores les explican, les enseñan. No hay prisas. «Eso también es parte de lo que se transmite. La pesca aquí no es solo trabajo. Es una forma de estar en el mundo, de entender Castillo del Romeral», añade.
Así es el día a día de este lugar que se cuida desde dentro por su gente. Que reclama sin estridencias. A veces parece que lo tiene todo en contra -el viento, el abandono, los arreglos que nunca llegan-, pero ahí sigue batallando. Con la gente saludando al cruzarse. Y con los barcos saliendo cada vez que el mar lo permite.
Serie 'Una vuelta a la isla redonda'