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Ingrid Ortiz / Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 16 de julio 2020, 19:16
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José Rafael Hernández Santana y María Dolores Sánchez descansan ya en el cementerio de San Lázaro, pero sus cuerpos, sin embargo, no yacen juntos. Durante la tarde de ayer se celebraron los entierros del abogado y poeta asesinado este lunes a manos de su hijo y el de su mujer, a la que habría dejado morir a causa de una enfermedad degenerativa que padecía desde hacía años. Tras una ceremonia íntima, amigos y familiares coronaron con flores y cálidas palabras de despedida a los difuntos. Esta separación física –forzada por los condicionantes legales habituales– no deja de ser una metáfora de una relación que parecía haberse enfriado con el paso de los años hasta desembocar en el trágico suceso del que la ciudad ha sido testigo.
Mientras tanto, los vecinos empiezan a recuperarse de la impresión en el barrio capitalino de Alcaravaneras, donde residía la pareja junto a su hijo Marcos, en prisión. Es ahora que un juez ha publicado los cargos cuando la intrahistoria familiar sale a la luz teñida de escenas dolorosas y presuntos malos tratos. Lejos de disculpar al homicida, sus más allegados lo continúan describiendo como una persona «noble», «bondadosa», dedicada al cuidado de su madre y, en cualquier caso, «un niño buenísimo» que habría aguantado varias palizas por parte del padre y un constante menoscabo psicológico. Abusos que, según esos relatos, también habría recibido la esposa fallecida.
Estas alusiones surgen a raíz de una carta que circula por las redes sociales escrita por un familiar del homicida, que residía fuera de la vivienda del matrimonio. En ella explica que detrás de «un crimen atroz» había una víctima a la que tacha de «ruin, machista y homófobo», desmitificando la imagen «ideal» de abogado y poeta con la que en un principio se le describía. «No merece mi consuelo ni mi pena», escribe. Además critica el abandono económico y la escasa implicación del padre con la familia y lamenta no haber podido ayudar a Marcos.
La versión de esa persona de la familia parece coincidir con la de los vecinos más allegados, quienes afirman que, a pesar de que en la calle padre e hijo no mantenían discusiones acaloradas ni presentaban signos de violencia, era sabido que en la familia había rencillas y abusos físicos. De hecho, en algunas ocasiones, afirman, el propio difunto había alardeado de ello.
La teoría más extendida en el barrio continúa apuntando a una fuerte discusión –en este contexto de violencia– como detonante de lo que los vecinos consideran «un impulso guiado por la locura» del joven, y seguramente originada por el mal estado en que se encontraba la madre.
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