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Párkinson, la importancia de la detección precoz

Párkinson, la importancia de la detección precoz

Ante el párkinson, trastorno frecuentemente asociado a la edad, es importante la detección precoz pues con la medicación adecuada y terapias de rehabilitación se pueden paliar los síntomas durante años, explica el doctor René de Lamar, especialista en Geriatría.

Canarias7 Saludable / Las Palmas de Gran Canaria

Jueves, 1 de enero 1970

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Es la segunda enfermedad neurodegenerativa en prevalencia e incidencia. De hecho se estima que afecta a más de 160.000 personas en España y supera los 6,3 millones de pacientes a nivel mundial. Es la enfermedad de Parkinson, un trastorno neurodegenerativo crónico e invalidante, frecuentemente asociado a la edad, producido por la destrucción de las neuronas «dopaminérgicas» por causas aún desconocidas.

Estas neuronas se encuentran en una región del cerebro denominada ganglios basales, en una parte del tronco encefálico llamada sustancia negra. Actúan en el sistema nervioso central y utilizan como neurotransmisor primario la dopamina, encargada de transmitir la información necesaria para el adecuado control de los movimientos. La patología afecta, por tanto, a aquellas zonas encargadas de coordinar la actividad, el tono muscular y los movimientos.

El párkinson no afecta a todas las personas de la misma forma y, aunque la velocidad de progresión de la enfermedad es muy variable según cada paciente, indefectiblemente es progresiva. Por ello es muy importante la detección precoz, ya que «con la medicación adecuada para cada caso, asociada a terapias de rehabilitación complementarias, se pueden paliar de manera significativa los síntomas de la enfermedad favoreciendo una aceptable calidad de vida cotidiana durante años», explica el doctor René de Lamar, especialista en Geriatría de Hospital Perpetuo Socorro.

En este sentido, aumentar la concienciación sobre los síntomas de esta patología y sus consecuencias en los casos no tratados puede ser de gran importancia por su repercusión sobre la calidad de vida. Y es que «conocer la realidad sobre la enfermedad y los signos de alerta que presenta puede ayudar a la persona con párkinson a afrontarla mejor y a sus allegados a convivir con ella, siempre desde una perspectiva integral abordada desde el ámbito sanitario, social, entorno familiar y el de los profesionales», continúa el geriatra.

Asimismo, la personalidad influye de manera crucial en el modo de afrontar la enfermedad. «Lo importante es que el paciente encuentre los recursos, tanto propios como facilitados por su entorno, para tratar de evitar centrar la atención en el problema mismo, sino en la búsqueda de alternativas y soluciones, viviendo el día a día sin anticiparse a los posibles problemas de futuro», recomienda el doctor Lamar. Se considera que podría deberse a una combinación de factores genéticos, medioambientales y los derivados del propio envejecimiento del organismo. En este sentido, se ha demostrado que el envejecimiento es un claro factor de riesgo. Su prevalencia aumenta exponencialmente a partir de la sexta década de la vida.

El 90% de los casos son formas esporádicas, es decir, que no se deben a una alteración genética concreta. No obstante se estima que entre el 15% y el 25% de las personas que padecen la enfermedad tiene un pariente que la ha desarrollado. Las formas familiares sólo representan entre un 5% y un 10% de los casos y la mutación del gen LRRK2 es la causa más frecuente conocida de párkinson. Entre los factores medioambientales existen determinadas sustancias tóxicas como algunos pesticidas y los traumatismos craneales.

Cuando el organismo no tiene los niveles adecuados de dopamina aparecen las señales que indican su posible aparición, como el temblor, la rigidez, la lentitud de movimientos y la inestabilidad postural entre otros síntomas. Con el tiempo origina un menoscabo progresivo, no sólo de las capacidades motoras, también en algunos casos de la función cognitiva, autónoma y de la expresión de las emociones.

Las alteraciones autonómicas más frecuentes son «cambios en la sudoración, hipotensión ortostática, disfunción eréctil, síncopes, caídas y alteraciones gastrointestinales, como trastornos en la deglución», detalla el doctor Lamar.

Los síntomas no motores pueden preceder durante años a los conocidos síntomas motores y entre los más frecuentes está la depresión con alteraciones del ánimo, apatía, alucinaciones menores y ansiedad, trastornos del sueño en fase REM, estreñimiento refractario, salivación, dolor e impotencia. Asimismo es usual la aparición de alteraciones cognitivas, dificultad en la concentración y en la realización de tareas complejas, destacando la pérdida del olfato. En este sentido, las pruebas olfativas son una herramienta económica, ampliamente validada que contribuye al diagnóstico precoz.

El tratamiento se centra en mejorar los síntomas y en prolongar la autonomía de la persona el mayor tiempo posible, que a día de hoy puede ser farmacológico, quirúrgico y rehabilitador aunque se pueden combinar entre sí. Muchas personas no están diagnosticadas y, aunque conviven con los síntomas, no acuden al médico porque los achacan a un proceso «normal» derivado de la edad o temen enfrentarse al problema, impidiendo el inicio de un tratamiento que permita ralentizar su avance y que será más beneficioso en cuanto más precozmente se produzca, concluye el especialista en Geriatría de Hospital Perpetuo Socorro.

¿Como se diagnostica?

El diagnóstico de la enfermedad es por lo general clínico, mediante criterios validados, y puede revestir cierta complejidad en las fases iniciales en las que los síntomas pueden confundirse con otros trastornos. La bradicinesia o lentificación de movimientos, especialmente de movimientos voluntarios complejos asociada al menos a uno de los siguientes síntomas, rigidez muscular, temblor de reposo e inestabilidad postural que no este causada por disfunción visual, vestibular o cerebelosa. Pueden apoyar el diagnóstico el inicio unilateral, la presencia de temblor en reposo, curso progresivo, el inicio asimétrico, disminución o pérdida del olfato y alucinaciones visuales.

Los trastornos de la postura son unos de los síntomas típicos y de los más incomodos de la enfermedad. A medida que avanza las personas tienden a adoptar una postura encorvada con las piernas un poco dobladas. Puede ocasionar inestabilidad y riesgo de caídas en situaciones de la vida cotidiana.

El diagnóstico correcto es la premisa fundamental para el manejo adecuado del paciente y se deberá tener en cuenta los tres ámbitos de actuación de la enfermedad, sus manifestaciones motoras, las no motoras y las premotoras. Asimismo, pueden ser precisos algunos estudios complementarios en casos puntuales. Ante un caso de parkinsonismo siempre se debe descartar que el paciente pueda estar tomando algún tratamiento antidopaminérgico, revisando minuciosamente su medicación. Es posible que en un futuro se puedan disponer de marcadores diagnósticos bioquímicos, de neuroimagen anatómica o métodos para detectar el depósito de alfa sinucleina.

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