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José María Rodríguez (Efe) / Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 18 de julio 2019, 20:57
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Situada a 6.300 kilómetros de Cabo Cañaveral, la estación de Maspalomas -Canary Station, para la NASA- había sido clave en los primeros éxitos de la carrera espacial de EEUU por su posición privilegiada en el Atlántico, que le permitía ser la primera en establecer contacto con los astronautas tras los minutos críticos que siguen al lanzamiento, cuando todos contienen la respiración.
Allí se recibieron el 20 de febrero de 1962 las primeras palabras que confirmaban que John Glenn estaba bien tras haber sido lanzado al espacio con toda la potencia de un cohete Atlas y el encargo de igualar la gesta de Yuri Gagarin ("Hello, Canary, Friendship Seven. Over"), desde allí se siguieron las misiones Gemini y también desde allí España puso su grano de arena al éxito del programa Apolo.
"CYI -el acrónimo con el que la NASA se refería también a su base de comunicaciones en el sur de Gran Canaria- era la única estación que podía hacer el seguimiento de la nave durante el lanzamiento y confirmar la inserción en la órbita de aparcamiento", recuerda para Efe Valeriano Claros-Guerra, representante de la Agencia Espacial Europea (ESA) en España durante más de una década (1989-2004).
Este ingeniero español se sumó al programa Apolo de la NASA en diciembre de 1968, con solo 26 años, a través de una oferta de empleo en el diario "ABC". Lo seleccionaron para la estación de Fresnedillas de la Oliva, pero acabó en Canarias de rebote, porque su plaza se la dieron a otro por cosas de la burocracia militar.
"En aquella época, Maspalomas era como isla americana dentro de Gran Canaria. Vivíamos aislados. Todo se traía de Estados Unidos", relata. Desde la tecnología, hasta la máquina de café, al gusto aguado de los estadounidenses. Incluso si uno quería escaparse de los rigores de la cantina oficial y almorzar buena comida canaria, acababa con sus huesos en un restaurante llamado... "Mercury".
Claros-Guerra conversa con Efe desde su casa en Las Rozas (Madrid) en estos días en los que se celebra medio siglo de la gesta de Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins decidido a reivindicar lo que un grupo de trabajadores españoles hizo desde Maspalomas para que el hombre pisara la Luna.
Tras mucho tiempo de preparativos, a la "Canary Station" le llegó su gran hora en la misión Apolo 11 a los 18 minutos y 18 segundos del lanzamiento del cohete. En ese momento, Bruce McCandless, el "capcom", logra ponerse en contacto con Armstrong desde la base de Houston (EEUU) a través de las antenas de la estación de Maspalomas.
- McCandless: Apolo 11. Aquí Houston a través de Canarias. Cambio.
- Armstrong: Entendido. Le recibo alto y claro. Nuestra lista de comprobación de inserción está completa y no tenemos anomalías.
La estación de Maspalomas no solo proporciona en ese momento las comunicaciones con los astronautas, sino que cuenta con sistemas que le permiten tomar todo tipo de datos clave para garantizar que todo va bien: velocidad de la nave, distancia, rumbo... recibe hasta la información de las constantes vitales de sus tripulantes.
Acto seguido Houston avisa al Apolo 11 de que van ligeramente desviados, de que los datos que proporciona Gran Canaria revelan que hay una discrepancia de 0,22 grados entre el sistema inercial de guiado de la tercera fase del cohete y el del módulo de servicio.
El piloto, Michael Collins, lo corrige. No han pasado ni 19 minutos desde el lanzamiento, faltan cuatro días para que alcancen la órbita de la Luna, cinco para que Armstrong baje por la escalerilla y haga oficial "el gran salto para la humanidad". Pero, a la postre, la corrección de menos de un cuarto de grado ha resultado clave.
"Corrigieron... y de regreso a la Tierra, parece que Armstrong comentó que gracias a ello no se pasaron de largo de la Luna", recuerda Claros-Guerra, testigo de todos aquellos minutos decisivos desde su cargo de supervisor de la comunicaciones en Maspalomas.
No fue esa la única contribución de la estación de Gran Canaria. En sus instalaciones, la Agencia Nacional para los Océanos y la Atmósfera de los EEUU (NOAA) contaba con un telescopio solar y expertos capaces de predecir cualquier radiación anómala a tiempo de avisar a los astronautas de que se protegieran en el módulo lunar o tras el escudo térmico del módulo de mando, si era necesario.
Y llegó el gran momento: el 20 de julio de 1969. Los tiempos de la misión quisieron que, de nuevo, las estaciones españolas de apoyo al Apolo garantizaran las comunicaciones entre Armstrong y la NASA.
Claros-Guerra había terminado su turno, pero aquella noche durmió poco. Fue uno de los que siguió en directo cómo el módulo se posó sobre la Luna y, horas después, ya el 21, dos astronautas descendieron por la escalerilla.
Más que verlo, porque a Maspalomas la señal de televisión llegó con "nieve", lo escuchó por radio y siguió las biometrías de Armstrong. El primer hombre sobre la Luna tuvo más que dudas de conseguirlo hasta los segundos finales del alunizaje, contó al centro de control de Houston con desespero que el ordenador de a bordo se bloqueaba con tanto dato y sus constantes se dispararon.
"Doy fe de que Armstrong, que era un tío muy tranquilo, tuvo un buen chute de adrenalina", recuerda.
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