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David Ojeda y Tejeda
Jueves, 16 de julio 2020, 14:50
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Aventino Rodríguez recibe a un cliente en la farmacia de Tejeda con una sonrisa que escenifica un paréntesis en el exigente ritmo de trabajo de la mañana. «¿Cómo estás?», le pregunta; «Muy bien», responde antes de que su interlocutor cierre el diálogo protocolario con un «gracias a Dios». Así se consume la nueva rutina en el casco urbano de un municipio que revive tras el incendio con su particular encanto de postal intacto.
Y es que la vida en el pueblo parece haberse congelado en el pasado viernes, justo antes de esa chispa incendiaria que dejó en suspenso el corazón de toda la isla durante días. La actividad comercial reanudó su latido habitual desde el pasado martes, y grupos de visitantes dan color a un municipio que se esfuerza por transmitir su imagen de normalidad. «Nos han hecho mucho daño algunas imágenes y el sensacionalismo de los medios peninsulares, que poco más o menos han vendido que el pueblo estaba calcinado cuando eso no es para nada así», relata hacendosa Maite Sigmaringa mientras despliega los manteles sobre las mesas del restaurante Hemingway.
Tejeda late tranquila. El fuego amenazó el casco de uno de los reconocidos como pueblos más bonitos de España, pero en su caprichosa trayectoria no atravesó su núcleo urbano. Por eso, los días son ya como cualquier otro.
Buena prueba de ello ofrece su piscina municipal, refugio veraniego para habitantes del pueblo y de otras zonas de las medianías de Gran Canaria. Diez minutos antes de su apertura en la puerta esperaba una treintena de personas llegadas desde Arucas, Teror, Tamaraceite o Lagunetas, deseosas del auxilio del agua fresca y de la tímida brisa que bañaba la jornada. «Como vimos tantas cosas en fotos y vídeos llamamos antes de venir por si estaba cerrada. Pero nos dijeron que se abría sin problemas después de limpiar un poco las cenizas», significa el padre de una familia que en un número significativo atravesó el corazón interior de la isla para llegar hasta Tejeda.
Un municipio que pelea por hacer llegar su verdadera realidad. «Algunas reservas importantes que habían para estos días han sido anuladas, por las recomendaciones que hay de que no se suba a la cumbre. Y nos están haciendo una faena, con un festivo por medio incluso. Porque esos días son los que nos dan la vida», exponen desde el mismo restaurante.
Del incendio se habla ya como de un mal recuerdo. Ante la Cueva de la Tea, una trabajadora que prefiere mantener su nombre en el anonimato», conversa con una vecina de Lagunetas que va en tránsito hacia su trabajo en Artenara. «Prefiero morderme la boca antes de hablar, porque estoy muy enfadada con muchas cosas de las que se ha hablado», sumándose a esa corriente de opinión que entiende que se ha magnificado mucho lo sucedido en el pueblo.
En las calles los operarios de limpieza constatan la realidad del núcleo cumbrero. «Con el desalojo estuvimos un par de días sin pasar, pero el pueblo se mantenía limpio. Es verdad que hubo bastantes cenizas y polvo pero el propio viento trabajó por nosotros y se lo fue llevando todo», comenta una trabajadora del servicio municipal.
Así se consume un día tras el incendio en Tejeda, un pueblo que quiere pasar página.
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