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Esta misma semana se ha estrenado directamente online, tras pasar por diversos festivales especializados, 'Vivarium', la historia surrealista de una pareja que se queda atrapada en el tiempo y el espacio en un adosado recién comprado en una urbanización de ensueño. Su confinamiento inexplicable en la vivienda, situada en un vecindario de cuento de Tim Burton, se antoja una estampa del sueño americano que se torna pesadilla. No es el único pasatiempo cinematográfico de reciente lanzamiento donde los protagonistas están encerrados y su situación, generalmente desesperada, abre las puertas de par en par a la metáfora existencial. La producción vasca 'El hoyo' ha arrasado vía Netflix, manteniéndose durante semanas en los primeros puestos de lo más visto en la popular plataforma, a nivel internacional. Cuando se estrenó en cines pasó sin pena ni gloria, tras cosechar numerosos galardones, principalmente en Sitges. Por obra y gracia del vídeo bajo demanda la claustrofóbica propuesta dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia, con guión de Pedro Rivero y David Desola, vio la luz en el momento ideal, sin un plan previo, cuando la ciudadanía obedeció a la cadena de mando y al canto del estado de alarma, perpetrándose cada cual en su casa, con la puerta bien cerrada por dentro tras el acopio de víveres y demás productos de primera necesidad.
'El hoyo', filmada a conciencia en un único espacio, plantea con pocos elementos una contundente parábola social. Es inevitable no relacionar su exploración de la condición humana, estética y resultado, con la referencial 'Cube', la cult-movie de Vincenzo Natali de finales de los años 90 que llamó poderosamente la atención entre los aficionados del cine fantástico y de terror. Ganó los principales trofeos en Toronto, Sitges y Fantasporto, ofreciendo al espectador libre de prejuicios un demoledor retrato del ser humano a partir del encierro de un grupo de personas en un laberinto de habitaciones cúbicas, alguna de las cuales contienen trampas. Cárcel, ratonera o ambas a un mismo tiempo, la resolución de enigmas que plantea el filme se adelantó a la moda urbanita de las salas de escape (escape rooms). No hay ciudad o pueblo, con un número significativo de habitantes, que no tenga algún local dedicado a esta experiencia colectiva participativa donde un puñado de jugadores debe salir de un cuarto, o varios, resolviendo acertijos. Hay que pensar y trabajar en equipo, en un ambiente controlado que atiende, generalmente, a una temática histórica o fantástica, con algunos llamativos diseños de escenarios y misterios que descifrar.
Respondiendo a esta fiebre, tal y como funciona el negocio del cine, no podía tardar en llegar a la cartelera una película que explotase esta tendencia en auge para matar el ocio entre el gran público. 'Escape Room', estrenada el pasado año -aunque hay versiones low cost a patadas-, sigue la estela de 'Saw' (2004), con menos virulencia que la interminable franquicia, que ya se miraba en la estupenda 'Cube'. Los Real Escape Game (REG) nacieron en Japón hace algo más de una década. La película, independientemente de su previsibilidad, funciona generando tensión en el espectador con recursos sencillos, como en el juego inmersivo real. Las puertas van abriéndose, los protagonistas avanzan y y el relato fluye sin salirse del marco, con algunos destellos visuales imaginativos. Por cierto, en 2007 el cómico Luis Piedrahita y el guionista televisivo Rodrigo Sopeña estrenaron 'La habitación de Fermat', producto nacional a reivindicar, en esta misma línea, antes de la incesante popularidad de las salas de escape. Cuatro matemáticos son invitados por un misterioso anfitrión a participar en una partida letal: la estancia no para menguar hasta aplastarlos, a no ser que resuelvan el percal.
Citada 'Saw' para los más cinéfagos, también merecedora de figurar a lo grande en la presente lista, el inicio de la meteórica carrera de James Wan, cuyo nombre es sinónimo de cine de terror rentable (la primera entrega de la saga ya cuenta con un remake con Chris Rock y Samuel L. Jackson), enseguida viene a la cabeza del buen cinéfilo 'El ángel exterminador', la genialidad que firmó el controvertido maestro Luis Buñuel en 1962. La alta burguesía, diana habitual del cineasta, celebra una fiesta en una mansión pero cuando el fasto termina no pueden salir del casoplón. Opresivo y fulgurante, el filme retrata la condición humana, como el grueso del presente repertorio, encabezado también por el extenuante punto de partida de 'Old Boy'. Original, retorcida e inquietante, la reconocida apuesta del realizador oriental de culto Park Chan-wook utilizaba la violencia con una expresividad rompedora, con una estética inusual, entre la realidad y la poesía malsana. Sus virtudes le permitieron alzarse con el Gran Premio del Jurado en Cannes en 2004. También se llevó el galardón a mejor película en el Festival de Sitges del mismo año.
'Old Boy' cuenta con un inevitable remake americano, menos sugestivo, rodado por el mismísimo Spike Lee. El personaje principal es retenido durante años por un enemigo que desconoce. Al salir de su cautiverio, que ocupa escaso metraje pero su huella es de suma importancia, su única obsesión es encontrar al responsable de su inhumano encierro. Separado a la fuerza de su familia, le embriaga el odio. 'Zulo', de Carlos Martín Ferrera, responsable de 'El año de la plaga', describía en 2005 la situación desesperada de un hombre secuestrado, sin razón aparente, que lucha por su supervivencia, física y psicológica. La visceral 'Secuestrados' (2010), filmada con buen pulso nervioso en varios planos secuencias por Miguel Ángel Vivas, transcurría en un hogar familiar invadido por el horror. La economía de medios invita a los creadores a inventar historias que tienen lugar en un solo espacio. Cuantas menos localizaciones, mejor. Todo es más controlable desde un punto de vista técnico. Se puede por un subgénero, especialmente en el terreno del cine fantástico. Entre los posibles títulos que parten de esta idea cabe destacar 'La invitación', la película triunfadora en Sitges en 2015, una buena muestra de cine independiente dirigida por Karyn Kusama ('Jennifer´s body'). Su premisa atiende a la tendencia de rodar en espacios reducidos, acorde al ajuste de presupuesto.
Un grupo de amigos se sienta a cenar en una vivienda de un barrio burgués, una opción de ocio muy típica en EE UU, y nada es lo que parece. Lo que empieza siendo una cita agradable va enturbiándose en beneficio del suspense. A través de los diálogos, y el comportamiento en la mesa, aflora información que pervierte la relación entre los personajes, dando pie a la desconfianza y a un posible estallido de violencia. Como la vida misma. Diseccionar la clase media americana es el objetivo de este tipo de propuestas, en la línea de la también estimable 'Coherence' (James Ward Byrkit, 2013). Los dúplex, el chalet adosado y las mansiones pomposas como centro neurálgico del espanto, el espejismo de una existencia aparentemente acomodada. El núcleo residencial como metáfora de nuestros demonios. El miedo escondido en los pliegues de la cotidianeidad. El infierno son los demás. Y nosotros mismos.
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