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Es difícil comprender la actitud irrespetuosa y descontrolada de determinados turistas durante sus vacaciones en diferentes ciudades, y en las islas en concreto, creyendo que su condición les otorga la posibilidad de comportarse como les venga en gana. Como si sacaran la entrada al parque temático del incivismo y el antojo cuando bajan del avión. ¿Por qué esa condescendencia y permisividad hacia conductas que son inaceptables en sus países de origen? Como me comentaba un amigo, es probable que la respuesta fuera distinta en caso de tratarse de personas llegadas en patera. ¿O no recuerdan la icónica imagen de los inmigrantes metidos en el camión de basura con la idílica estampa de las dunas de Maspalomas?

Los turistas contribuyen a colapsar el tráfico en las zonas en las que se mueven, obstruyen las infraestructuras públicas y privadas, en algunas ocasiones generan vandalismo, ensucian las calles o las playas, promueven alborotos de madrugada o ruidos insoportables para los vecinos, se comportan frecuentemente con la urbanidad de un troglodita, encarecen los precios de los productos y de los servicios allí donde se aposentan, deterioran los precios urbanísticos, más con las viviendas vacacionales, y degradan la calidad inmobiliaria. Sus movimientos en bandada, como si de una estampida de rinocerontes se tratase, favorecen la ocupación de calles o plazas con terrazas interminables que bloquean el paso. En suma, alteran convulsivamente la vida ciudadana de los lugareños, aunque no con la misma intensidad en todas las zonas.

Estas circunstancias, con la permisividad durante épocas de las autoridades, ayuntamientos, cabildos y empresas privadas, ha derivado en una corriente de fobia al turista en algunos lugares de España. Aquí, en Canarias, se han apresurado a restar importancia a los actos violentos contra los turistas que se están sucediendo en Barcelona o Baleares. Incluso el nuevo consejero, Isaac Castellano, se ha aventurado a afirmar que en Canarias no sucederá, que aquí es distinto, mientras se sigue fomentando el ladrillo con la nueva Ley del Suelo y se promueve el desalojo de residentes y pequeños propietarios de las zonas turísticas a pesar del derecho a la propiedad.

El turismo, sostenible y regulado, siempre será bienvenido. Sin embargo, sin justificar actitudes violentas, hasta el momento se ha impuesto la idea del «todo vale» sin medir las consecuencias.

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