La chalana de Podemos no encaja
La voz chalana deja de ser pequeña embarcación de fondo plano y popa cuadrada para también significar en Cuba y Canarias ‘zapato que queda grande a quien lo calza’.
Por tanto, estimado lector, me va usted a permitir que la utilice como símil para referirme a Podemos, partido político nacido tras rigurosos y serios planteamientos ideológicos (el compromiso social, por ejemplo), hoy impactado de profunda inestabilidad a causa de comportamientos humanos (ambiciones, contradicciones, endiosamientos...).
Todo lo cual –y otros añadidos siempre dependientes de la condición humana- llevan a la conclusión de que tal ilusionante proyecto les queda grande, tan grande como una chalana a quienes desde dentro no quieren entender el mensaje enviado (2015) por cinco millones de votantes. El 20,66 % de las papeletas escrutadas ubicaron en el Congreso de los Diputados a sesenta y nueve señorías, veintiuna menos que el PSOE y a cincuenta y cuatro parlamentarios de distancia respecto al PP.
Pero no perdamos de vista algo muy importante: el primero es centenario partido que fue Gobierno durante varias legislaturas y esperanza desde 1982; el segundo aglutinó a puntales franquistas durante sus años como Alianza Popular (cuyo fundador fue Fraga Iribarne, 1977) y también Gobierno por mayorías absolutas como PP. Podemos, sin embargo, cumple su primer lustro.
Carente de experiencia política (las aulas son teorías de pensamientos, disquisiciones filosóficas, compendios bibliográficos, apuntes, tesis doctorales...), Podemos se convirtió en la tercera fuerza del Congreso. Su voz asamblearia y pacíficamente revolucionaria fue la de millones de ilusiones, eléctricos impactos sin distingos entre generaciones, estamentos sociales, zonas rurales o ciudadanas, miradas hacia la mar o volcadas sobre páramos yertos. Por ellos empezaba a crecer la flor de la esperanza... como la azucena del retrato que Giotto le hizo a Dante Alighieri: la entrelazan sus dedos. Y esta azucena simboliza «la perdurable frescura [...] profundamente humana y, por tanto, eterna» (Benito Pérez Galdós).
Las palabras de nuestro paisano resumen una parte importantísima de Podemos: tiene cinco años de vida frente a seculares tradiciones decimonónicas de la alternancia en el poder, tan rigurosamente española y recuperada tras la Constitución de 1978.
Es, también, profundamente humano: no nació de consejos de administración –multinacionales, banca, empresas armamentísticas...- o monopolios de la información. Muy al contrario: asambleas callejeras, plazas públicas -ágoras a la manera clásica- fueron aunando a quienes creían en la posibilidad del sí se puede (cambios, frescuras, rupturas con el pasado, poderes populares...). Más que creencias, incluso: exigencias vitales, renovados aires imprescindibles para ser y respirar desde pensamientos, ilusiones, convencimientos y entusiasmos.
Pero Podemos anda con rumbo incierto. Del quinteto fundador solo queda Pablo Iglesias, y alterna la dirección con su pareja. Ambos impactaron con la compra del chalé ante la perplejidad de muchos votantes. Y no es que se vean forzados a vivir bajo un puente, claro. Pero ciertas ideologías imponen condiciones y coherencias, más si se habla como portavoces de sectores poco o nada favorecidos. Así, cuando se refleja su incongruencia en espejos cóncavos se produce la deformación grotesca de la realidad (ya lo adelantó Valle – Inclán). Y eso desequilibra a muchos creyentes.
Tal como funciona hoy, la política no está hecha para lamentos, impactos emocionales o recriminaciones a excoleguillas que abandonan la casa común para iniciarse por otros derroteros en el ejercicio de su libertad. Otra cosa bien distinta, claro, es el efecto tsunami de quien toma desestabilizadoras decisiones a pocos meses de convocatorias electorales: terrible terremoto con muy negativo impacto sobre Podemos. Sin embargo, nada nuevo: «Aquí pasó lo de siempre» fue la respuesta de un gitano lorquiano cuando la Guardia Civil le pregunta sobre muertes a causa de una reyerta.
¿Y qué es «lo de siempre» aplicado a la política española? Pues, desde mi punto de vista, la identificación de los partidos con personas, la veneración al Supremo (¿qué cargo del PP osa hoy alabar al señor Rajoy o criticar al señor Aznar?). Cualquier murmuración o comentario negativo se entiende como un reto a la representación casi divina del elegido: o conmigo o contra mí.
Y si hay discrepancias, diferencias de criterios o discordancias en Podemos se celebran congresos como Vistalegre II: Iglesias asió todo el control, todo. Pero Íñigo Errejón fue defenestrado, condenado al ostracismo. Palabras nobles y elementales dejaron de ser vehículos de comunicación, avalanchas de ideas y contrastes: parece que las clases magistrales corresponden exclusivamente a las aulas. Nunca fue bueno el poder absoluto.
La salida de Errejón es natural: no acepta la derrota. Es consciente de su bien ordenada cabeza; sabe que resulta agradable por educación y prudencia; resulta, además, experto comunicador de ideas; trasmite seguridad, juventud... Su ambición –humana ambición- y capacidades lo llevaron a confabulaciones, luchas por el poder, estrategias soterradas: no se conformaba con seguir como eterno segundón, el vice de Iglesias. Incluso puedo entender sus pretensiones: Robert Redford (última película) no atraca bancos por necesidad. Lo incita algo más importante: seguir siendo lo que siempre fue para evitar aburrimientos y monotonías.
Con obvias distancias a Errejón le sucede lo mismo, pero desde la perspectiva de un joven treintañero: el legítimo deseo de ocupar el primer puesto –conoce sus capacidades y ventajas- domina en él. (Otra cosa bien distinta son los métodos, los oscurantismos, las maniobras desde fuera. El hoy candidato de Más Madrid no actuó con limpieza y transparencia: ya es, pues, profesional de la política.)
Ramón Espinar abandona –lección ética- Congreso, Parlamento autónomo y responsabilidades dentro de Podemos. Se marcha, claro (no irá a algún consejo de administración, no): si voces y palabras coherentes no sirvieron para entendimientos, Espinar no renuncia a ellas. Pero sí a quienes no las usan. Porque, ¿a quién perjudican la desestabilizadora actuación de Errejón y la emotiva reacción podemita –ni racional ni serena- de romper amarras con Más Madrid? (Hoy dicen que buscarán «la máxima unidad». Al menos es algo.)
Podemos aparece como partido débil. ¿Se impondrá la cordura? Los sueños necesitan serenidades, fantasías... Y millones de españoles a Unidos Podemos.