La cumbre insular, Tejeda, y los caminos que conducen hacia ese «altar pétreo de mi tierra amada» por medianías de una y otra vertiente, viven cada final de enero y primeras semanas de febrero un momento de sutil elocuencia natural y de los sentimientos, en el que parecen resonar unos versos del gran Tomás Morales -del que este año conmemoramos el Centenario de su fallecimiento-, que parecen cantarle a todo ello: «Y es, al sol, una fiesta de olores / que presiden las brisas suaves: / los boscajes colgados de flores, / y en las ramas de frescos verdores / alborozo de músicas aves...». La Fiesta del Almendro por Tejeda, o del Almendrero en Flor por Valsequillo y Tenteniguada o por Tunte y Fataga, siempre ha sido una celebración de los sentidos, en la que el espíritu se extasía ante unos paisajes únicos, sugerentes, distintos, exaltados, en un bellísimo pregón sin palabras, por la capa blanca y rosácea de esta floración primaveral en pleno invierno. Pero ha sido, además, una festividad que se lleva en el alma, que se asienta en lo más puro del ser y sentir de la grancanariedad, que manifiesta un sentir de siglos, ahora plasmado en esos cincuenta largos años de apoteosis de esta fiesta grancanaria, que iniciaron aquellos inquietos y emprendedores jóvenes del Club Juvenil de Tejeda, apoyados por su Ayuntamiento y secundados por el Centro de Iniciativas y Turismo, allá por el año 1970.
Son estos días, según comentaba el escritor Pablo Artiles, en su obra 'Estampas de los pueblos de Gran Canaria' (1937), en los que, «cuando el almendro florece, sobre la pradera del pueblo hijo de las cumbres ha caído una nevada de copos blancos...» y entonces «¡Sin fin de mariposas vuelan, quietas, sobre el pedregoso pendío en que nacieran los almendros!». Unos paisajes que entusiasmaron a Domingo Doreste Fray Lesco, que no dudó en señalarnos como «cuando veamos desde la Cruz la orla de los pinares, y comprendamos la magnificencia de estos bosques seculares, que tienen una grandeza y un arraigo casi geológicos, seremos fervientes celadores de su conservación...». Este pasado mes de enero ha llovido copiosa, delicada y generosamente sobre Gran Canaria. Y, en esos días, entre la densa bruma y el agua gruesa y mansa que ha fecundado la isla, no fue difícil sorprenderse con la imagen bellísima, fiel a su cita de cada enero, de un almendro en flor. La alegría de los almendreros en flor, con la lluvia abundante, ha llegado doble este final del primer mes del año 2021, por lo que la fiesta será, de una u otra forma, intensa en medianías y cumbres, en pueblos y barrios, en las calles y en el corazón de los grancanarios. De nuevo por Valsequillo, Tenteniguada, San Mateo, Cueva Grande, Fontanales, la Cruz de Tejeda y la propia Tejeda, con su balcón abierto a la inmensidad irrepetible de aquella unamuniana «tempestad petrificada», sin olvidar las rutas que desde el sur llevan por Fataga Tunte, La Plata y Ayacata, las carreteras se llenaran de romeros que se suman a esta primera cita anual de la grancanariedad: la Fiesta del Almendro en Flor. No se equivocaba aquel sacerdote que, en su sermón, allá por los primeros años setenta, en la misa del sábado por la tarde, cuando fui por primera vez a esta fiesta, nos decía a los niños que no rompiéramos las flores de los almendros, que era un pecado muy feo. Sí, no se equivocaba; los almendros son ya sagrados para los grancanarios, como señera es su fiesta, en la que el alma isleña se regocija con las esencias de su propio ser y sentir, en la que el grancanario abre de par en par las puertas de su corazón hospitalario, y en la que la isla hace de la cumbre el altar de sus tradiciones y de su esperanza en el futuro.
Este año, aunque no haya actos, ni actividades, ni encuentros, como ya han anunciado, prudente y lógicamente, los ayuntamientos de Valsequillo, Tejeda y San Bartolomé de Tirajana, sí que habrá fiesta, la que cada isleño, o amigo de la isla, celebre en lo más hondo de su alma insular, pues los almendros en flor, coronando paisajes que se engrandecen y extienden su significación hasta el infinito, han florecido y se han celebrado siempre por el grancanario, que los lleva en su corazón como la más alegre y sugerente de las fiestas, la que resalta, en medio del invierno, una irrevocable primavera de esperanzas y venturas. El Almendro en flor santo y seña de grancanariedad llega un año más a medianías y cumbres, y el sentimiento de una isla se alboroza festivo, en medio de la brisa que sonará, en los pliegues pétreos del Roque Nublo, como la más sentida de las malagueñas.
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