El espíritu de Barcelona
La masacre de Barcelona ha hecho resplandecer la necesidad de la unidad tanto institucional como de la sociedad. Resulta paradójico (y ciertamente lamentable) que hayamos tenido que padecer un atentado para percatarnos del orden real de la importancia de las cosas. Ese permanente diálogo que hemos observado en las últimas horas entre las diversas administraciones podía haberse dado mucho antes con otros asuntos. Y digo esto porque, entre otras cosas, la realidad es que Cataluña lleva tiempo en el foco internacional; y, claro está, los terroristas saben escoger las fechas para perpetrar su fechoría. No lo justifica ni sirve de excusa pero, al menos, si este clima de confianza entre los responsables autonómicos y estatales se hubiera producido antes todos hubiésemos ganado más allá del desenlace.
Por otro lado, está la esfera íntima y humana. Las familias destrozadas de los fallecidos por un golpe inesperado e injusto que asimismo maltrecha la vida de los heridos y sus allegados. El día menos pensando, en una típica jornada de agosto anodina, todo pega un vuelco. Cuesta imaginar o intuir cómo un individuo es capaz a sangre fría de preparar y ejecutar tanto horror. Cómo se puede tener estómago para organizar minuciosamente un atentado que acabe con otros. Qué grado de fanatismo religioso aún conserva ciertas partes del mundo para que ciudades europeas padezcan barbaries como la última en Barcelona. Y qué fácil es matar, tan solo alquilando un automóvil o furgoneta y atropellando a los viandantes. Las preguntas y la indignación asoman enseguida ante tanta crueldad fabricada por unos pocos.
En otro orden de cosas, y ligado de cierta manera al debate sobre la turismofobia, en Occidente estábamos acostumbrados a que los atentados en el norte de África repercutiese en positivo a destinos seguros como nuestro país. Esto quizá haya cambiado. La masacre de los terroristas alberga una táctica: ha sido en plenas vacaciones, en una ciudad que también vive del turismo y, como indicaba antes, en un punto geográfico que (por diversas razones) ha estado permanentemente en el debate nacional e internacional. Y, para rematar, a un mes escaso mal contado del referéndum sobre la independencia de Cataluña.
En fin, bienvenida sea la unidad de los demócratas. Que Barcelona ostente ahora la misma perseverancia por el Estado de Derecho que irrumpió antes en Ermua (1997) y luego en Madrid (2004). Solo así podremos hacer frente a una amenaza terrorista distinta a la que habíamos conocido en nuestra historia tanto en el siglo XIX (anarquismo) como en el XX (ETA). Este pulso es globalizado, sacude al Viejo Continente y, por lo ocurrido en Barcelona, España vuelve a estar en alerta al ser un objetivo más junto a otras ciudades europeas.