Suelos

A los animales les sirve para echarse. Los humanos lo besan, lo compran, lo venden, lo remueven, lo ensucian, aunque algunos van detrás y lo limpian. Sobre él se dibujan las huellas, esa impresión que marca la importancia de las cosas; las más profundas quedan para la toda la vida, y las superficiales se borran enseguida, como todo lo prescindible. Se deteriora en función de la consistencia de sus materiales, y de la agresividad que reciba en el trato, en una combinación de elementos que nunca tiene remedio después de consumado el destrozo.

Es un elemento frágil, porque es todo superficie; una capa que marca la visión del paisaje, el dibujo del mundo exterior. Cuando se reduce al tamaño de una isla, con frecuencia se desprecia este factor constituyente de la personalidad de los individuos y de los pueblos, porque el mar hace invisible la continuidad. De ahí que cada isleño desprecie lo que de otros territorios pueda aprenderse. Basta con pasear por Canarias; las peñas de los poetas, la tierra de los cantantes, es un simple solar para políticos y abogados.

«¿Para qué quiere un Ayuntamiento una parcela de suelo público, si no le va a sacar un rendimiento económico? A lo mejor la puedes utilizar como moneda de cambio que sí puede generar inversión en la ciudad». Esta es la innovadora aportación del dirigente de Podemos con más poder sobre las políticas de suelo en Canarias, el primer teniente de alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Javier Doreste, expuesta en la entrevista que CANARIAS7 publicó el 22 de mayo pasado al hablar sobre los suelos públicos en Triana. Es una reflexión común a cualquier dirigente político actual, algo más que una moda. El discurso sólo varía en función del lugar donde se pronuncia; en el ejercicio del poder o fuera de él. No, el problema no es que Paulino Rivero firme un manifiesto.