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El significado de la música

Puede que dos noches de estrellas rutilantes y personajes del famoseo local sirvan para «vender» un destino turístico y salir en el papel couché. Pero mientras algunos levitan muchos músicos sienten que pasar el arco o tocar el timbal es como ser cajero en el super. Sin embargo, cuando el público es verdaderamente especial, la música y ser músico cobran «un gran significado».

Domingo, 12 de enero 2014, 20:52

En la Sinfónica de Chicago hace tiempo que lo saben. Quizás sea la forma de «respirar» de los músicos, de eso que desde hace un tiempo se llama «realizarse». Ayer pasaron por la experiencia cinco de los miembros del conjunto norteamericano. Tras el atracón de pieles, joyas, pajaritas y lentejuelas de la noche anterior en el Alfredo Kraus, el quinteto se plantó en el Centro Sociosanitario de El Pino vestido «de calle» y con una sonrisa de oreja a oreja. 180 personas, todas ellas residentes de los centros de El Pino, Taliarte, Santa Brígida y Ferminita Suárez, les estaban esperando.

«Están acostumbrados a hacer terapia con música, así que esto va a ser como un taller», explicó el responsable de la institución sociosanitaria, José María Cabrera. Tenía razón.

El maestro de ceremonias», el músicos Ricardo Ducatenzeiler, bregado en estas lides, pues dirige la Asociación Cultural Presencia de la Música que organiza conciertos en hospitales, escuelas, etcétera, no podía ocultar su emoción, pero tampoco que se lo estaba pasando tan bien como el público y los propios músicos.

Ducatenzeiler se encargó de presentar cada una de las piezas que tocó el quinteto. Este Divertimento de Mozart «¿Saben a qué edad lo escribió?», preguntó. Y tuvo respuestas, lo que no es muy habitual, o mejor dicho, es imposible, en un concierto convencional, en el que si toses te miran mal y si hablas ya te fulminan directamente con los ojos. Y no fue la única vez que habló el público. «Y ahora vamos a escuchar...», decía Ducatenzeiler. «Pues venga», le replicaban desde la tercera fila.

«Parecen ángeles revoloteando, esta música es maravillosa», se escuchó al final de uno de los movimientos de Mozart desde una de las voces atrapadas en los cuerpos desobedientes de la mayoría del público. «Tocar aquí le da sentido a la música. Le da un gran significado», dijo el contrabajista Daniel Armstrong, líder del quinteto.

La misma idea comparte la presidenta de la Sinfónica de Chicago, Deborah F. Rutter, quien antes del concierto recordó que esta cita se enmarca en el programa Citizen Musicianship. «Aquí los músicos tocan de corazón», afirmó. «Ven que la música es un lenguaje universal y que se pueden acercar a gente que, de otro modo, nunca los hubiera podido ir a escuchar a un auditorio», añadió.

En ese caso estaban Rodrigo, Gabriel, Álvaro, Carlos y Silvia, todos ellos estudiantes de la Escuela Municipal de Música -una de las que queda con la crisis-. Ninguno podía haberse pagado una butaca en platea en el Alfredo Kraus, pero estuvieron más cerca del quinteto de la Sinfónica de Chicago que quienes al nombre de Riccardo Muti se cuelan en los palcos de «autoridades y adláteres».

Fue una tarde diferente, y salvo por el amago cortado de hacer palmas a la pieza de Debussy, una tarde de gente que por un rato, al menos, se entretuvo con la novedad y se olvidó de que su enfermedad consiste en olvidar.

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