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Cuando Donald Trump anunció el 16 de junio de 2015 su candidatura a la presidencia de Estados Unidos con toda la pompa y bravuconería que le caracteriza, las altas esferas del Partido Republicano reaccionaron con escepticismo. Hubo quienes consideraron su irrupción en la contienda como un mero truco publicitario, una maniobra más para seguir impulsando esa marca personal sobre la que pivota su emporio.
Su discurso y su estilo desafiaban la ortodoxia del Grand Old Party. Era un candidato improbable, un incómodo verso suelto en una carrera en la que el predilecto de las élites era Jeb Bush, heredero de una dinastía que había deparado ya dos presidentes conservadores. Los capitostes le abandonaron, lo que le venía como anillo al dedo a un 'outsider' que prometía «drenar la ciénaga» de Washington si llegaba a la Casa Blanca y que cimentó su victoria cortejando a esa «cesta de deplorables» a la que se refirió Hillary Clinton. Cinco años después, esa misma formación está prosternada ante el mandatario, pese a que aún queden disidentes entre sus correligionarios.
La rendición incondicional del partido de Abraham Lincoln, Richard Nixon o Ronald Reagan al 'showman' tuvo su punto álgido durante el proceso de destitución impulsado por los demócratas a raíz de las presiones de Trump a Ucrania para perjudicar a Joe Biden. Solo dos senadores republicanos –Mitt Romney y Susan Collins-, respaldaron la petición de la minoría de citar a declarar a personajes clave de la trama y únicamente el antiguo candidato mormón a la Casa Blanca en 2012 rompió filas para apoyar el cese de Trump por abuso de poder. Hasta viejos adversarios como Marco Rubio o Ted Cruz celebraron la victoria política de un magnate al que en el pasado habían vituperado con calificativos como «timador» o «cobarde llorón».
Otros, como Lindsey Graham, fueron más lejos y pasaron de la animadversión que le profesaban a convertirse en fieles perros de presa del presidente. Un viraje especialmente significativo el del veterano senador de Carolina del Sur, uña y carne durante años con John McCain que se apartó el 'Maverick' de Arizona en lo tocante a su visión de Trump. Este último dejó indicado antes de morir en agosto de 2018 que no quería al presidente en su entierro. Lo detestaba. Al contrario que muchos compañeros de filas, el que fuera prisionero de guerra en Vietman no regateaba con sus convicciones.
Clave en este proceso ha sido el papel de Mitch McConnell, guardián de las esencias como líder de la mayoría en el Senado que entregó el bloque que comanda con puño de hierro a un presidente que en su día también levantó sus suspicacias. No en vano, Trump llevó a cabo la mayor rebaja de impuestos desde los tiempos de Reagan, atacó las regulaciones impuestas por la Administración Obama para embridar los desmanes que precipitaron la Gran Recesión de 2008 y, sobre todo, llenó los tribunales de jueces conservadores.
Especialmente significativo ha sido el vuelco en el Supremo, donde el mandatario colocó a Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh para cubrir las vacantes que dejaron Antonin Scalia y Anthony Kennedy, y ha impulsado a la también conservadora Amy Coney Barrett como relevo de Ruth Bader Ginsburg. La confirmación de esta última por parte del Senado dejaría el balance entre conservadores y progresistas en seis a tres a favor de los primeros, lo que podría marcar el rumbo que adopte el país durante décadas.
Elecciones del 3 de noviembre
Iker Barinaga / Ander Azpiroz
Rodrigo Parrado
Gonzalo De las Heras
rodrigo parrado
El volantazo en el respetado tribunal sobre el que descansa la interpretación de la Constitución ha terminado de consumar la entrega al magnate de numerosos republicanos de la vieja escuela a los que escandalizan sus formas pero seducen sus políticas y, sobre todo, la posibilidad de revertir victorias progresistas en campos como el derecho al aborto o el matrimonio homosexual.
Ello no ha sido óbice sin embargo para que un grupo de disidentes alcen sus voces y sumen fuerzas para luchar contra la reelección de Trump, emulando así a aquel grupo de 'demócratas de Nixon' que pelearon contra la candidatura de George McGovern en 1972. Analistas, consultores, militares e incluso algún que otro epígono del neoconservadurismo con Bill Kristol se han puesto el mono de trabajo para fundar movimientos y recaudar fondos destinados a desalojar de la Casa Blanca a quien consideran una grave amenaza para la pervivencia de la democracia estadounidense. Sus acciones podrían resultar determinantes para inclinar la victoria a favor de Biden en esos 'swing states' de los que depende la suerte de los comicios.
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