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El sistema electoral de Estados Unidos está organizado con un calendario rígido, con su origen en la constitución de finales del XVIII, cuando la agricultura marcaba las fases del año. Por eso la fecha de las elecciones es siempre la misma: cada cuatro años, el primer martes después del primer lunes de noviembre, que se corresponde con un momento de cierta tranquilidad en la actividad agraria. Pero no es la única peculiaridad de un sistema de elección indirecta, también condicionado por la baja participación y por el hecho de que es cada estado quien fija las normas para las votaciones, por lo que varían mucho de un territorio a otro. Además, son unas elecciones complejas, pues no solo se elige presidente y vicepresidente, sino que en algunos estados se votan referendos sobre iniciativas populalres o eligen cargos que han quedado vacantes.
Los dos partidos principales llevan desde febrero eligiendo qué candidato presidencial insciriben en los comicios. Lo hacen estado a estado, mediante caucus -asambleas de militantes- o primarias -elecciones de voto secreto-. Según el resultado de cada territorio se van asignando compromisarios, cuyo número depende del tamaño del estado.
Joe Biden, que ya había sido vicepresidente entre 2009 y 2017, disputó con Bernie Sanders su candidatura. Terminó por ser nombrado tras imponerse el 3 de marzo en el «supermartes», fecha que concentra las primarias de varios estados importantes. Kamala Harris, que había participado como candidata en las primarias, fue elegida por Biden para que fuera candidata a vicepresidenta en agosto.
Por su parte, el comité nacional del Partido Republicano nominó a Trump como candidato en enero de 2019, tras arrasar en las primarias. Se presenta, por tanto, a la reelección. Si gana, sería su último mandato, pues no se puede ocupar el cargo en más de dos ocasiones. Si perdiera, sí podría volver a presentarse a los comicios que se celebrarán el primer martes tras el primer lunes de noviembre de 2024.
En realidad son varias elecciones, aunque las más importantes son las presidenciales y las legislativas. En las legislativas se deciden los 33 escaños habituales del Senado (1/3 de la Camara alta) más dos adicionales por la muerte del senador John McCain (Arizona) y por la renuncia del senador Johnny Isakson (Georgia). También se reelige la totalidad de la Cámara de Representantes.
Para participar en las elecciones, además de no haber perdido el derecho a hacerlo -por condena judicial, principalmente-, los electores tienen que haber solicitado su inclusión en el registro de votantes. No es automático. Y cambia de un estado a otro. En algunos casos uno puede inscribirse el mismo día de la elección, pero no es lo más frecuente.
En Idaho, Minnesota, New Hampshire, Wisconsin, Wyoming uno puede registrarse el mismo día de las elecciones. En Dakota del Norte no hace falta estar registrado.
Cada votante vota en las elecciones de su estado, que tiene asignado un número de miembros en ese Colegio Electoral en función de su población. Como hay un mínimo de 3 electores por estado, algunos de los departamentos menos poblados están sobrerrepresentados.
La suma de votos que los ciudadanos depositan en las urnas en favor de uno u otro candidato a presidente (Trump o Biden, en este caso) es lo que se denomina voto popular, que se repartió así sobre el mapa hace cuatro años.
Pero ese mapa de resultados es muy engañoso porque la la población de Estados Unidos está mayoritariamente en las costas y el centro está muy despoblado.
Hillary Clinton obtuvo en 2016 más de dos millones de votos más que Trump. De hecho, el número de votos que recibió cada candidato en las elecciones de 2016 fue el siguiente:
La clave es que el partido que gana en cada estado -aunque lo logre por una diferencia exigüa- se hace con todos los votos de los compromisarios de ese territorio. Eso hace que los estados en los que pueda imponerse cualquiera de los candidatos porque las encuestas auguren poca diferencia o tradicionalmente basculen entre uno y otro partido cobren una importancia especial. Son los que se denominan 'swinging States': Ohio, Florida, Pensilvania, Michigan, Carolina del Norte, Wisconsin, Arizona, Iowa, Nevada y Georgia.
Lo más frecuente es que con un mayor número de votos populares uno obtenga un mayor número de compromisarios, pero si uno se impone por poca diferencia en los estados más grandes y pierde por mucho en los más pequeños, podría ganar el voto popular pero no lograr la presidencia. Es lo que le sucedió a Hillary Clinton en los anteriores comicios. Más norteamericanos votaron por ella, pero Trump obtuvo más votos del Colegio Electoral, y por tanto la presidencia.
Solo en Maine (que reparte 4 compromisarios) y en Nebraska (5) los votos pueden dividirse entre candidatos.
Como el Colegio tiene 538 miembros en total, es necesario conseguir 270 compromisarios para asegurarse la elección del presidente y del vicepresidente.
Pero no será hasta el primer lunes, después del segundo miércoles de diciembre, cuando los electores del Colegio Electoral se reúnan en sus respectivas capitales de estado y emitan sus votos. Sólo entonces comienza la legislatura de los nuevos presidente y vicepresidente. Es otro recuerdo de otros tiempos: hace doscientos años era más difícil que los electores del Colegio llegaran a la capital de cada estado. Hoy en día ese plazo se usa para reclamaciones y posibles recuentos.
La investidura presidencial, con la jura en las escalinatas del Capitolio -lugar más frecuente pero no obligatorio-, se celebra alrededor del 20 de enero desde que en 1965 Lyndon B. Johnson se decantantara por esa fecha.
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