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Rubén Castro, aquel pequeñajo del Artesano

El entrenador José Juan Almeida rememora los inicios humildes del que será fichaje estelar del proyecto de la UD regresando a casa 14 años después. «Ya era de locos verle jugar siendo un enano. La gente alucinaba con él», evoca. Anticipa que su vuelta «es un acierto enorme»

Domingo, 24 de junio 2018, 19:41

Con su fichaje convertido en una cuestión de paciencia, a la espera de que rescinda en los próximos días con el Real Betis para hacer efectivo su acuerdo con la UD Las Palmas, Rubén Castro copa gran parte del foco informativo, dada su extensa trayectoria profesional y la fiabilidad goleadora que le distingue. Volverá a casa, pero sus verdaderas raíces están en el desaparecido Artesano, escudo histórico que fue vivero de grandes figuras del fútbol isleño. Cuando apenas levantaba dos palmos «y el balón le llegaba a la altura de la rodilla», Rubén fue captado por José Juan Almeida para la extinta entidad verdilla. «Guillermín, el padre de Rubén, ya había jugado en el Artesano, era muy conocido por toda la familia artesanista. Y Orlando y Álex, dos de sus hijos, estaban en las categorías inferiores y eran entrenados por mí. Un día apareció por allí un enano que me dejó impresionado cuando cogió la pelota. Era Rubén. Me dijeron que querían meterlo en el Artesano pero, con 5 o 6 años, era todavía muy pequeño. Entonces no había, como ahora, categorías para niños de esa edad... Pero tenía claro que ese pequeñajo iba a llegar. Se le veían unas condiciones tremendas», recuerda el actual entrenador del Arucas. Y ahí arrancó la historia de Rubén como proyecto del atacante formidable que modelaría el destino. «En aquellos tiempos, la familia Castro vivía en Sansofé, al otro lado de la calle de los campos de La Ballena. Y Lola, la madre de Rubén, nos puso una condición para que el niño viniera a entrenar. Teníamos que ir a buscarlo a la casa y, luego, llevarlo de vuelta. Y así hicimos. Yo o el monitor que estuviera al cargo íbamos al portal, tocábamos el timbre, bajaba Rubén y, de la mano, lo llevábamos con sus compañeros. Y, al terminar, hacíamos el camino inverso. Y hasta que mamá Lola no contestaba por el telefonillo para que le dijéramos que allí tenía a Rubén, no nos movíamos. Como todo lo que pasaba en el Artesano, era una relación que iba más allá del fútbol. Tratábamos a cada niño como si fuera nuestro. Rubén no era una excepción», insiste.

La apuesta que se hizo por él pronto tuvo su efecto. Se convirtió en una de las sensaciones de los campos de tierra que pisaba. «Siendo benjamín, ya ganaba partidos en alevines», resume Almeida para ilustrar su impacto. «Era de locos ver a Rubencito en acción. Se le caían los goles. Partido tras partido. La gente que le veía alucinaba, no se explicaba que fuera posible tanta habilidad y categoría en un chiquillo al que el resto de compañeros y rivales le sacaban dos cuerpos.Lo que más admiré de él es que resolvía los encuentros y luego se iba a su casa con naturalidad, sin presumir de nada, casi escondiéndose. Otros, en esa etapa de formación, celebran los goles con locura, y se entiende porque no dejan de ser niños. Pero Rubén lo asumía como algo normal. Muy tímido, reservado, él iba a lo suyo: marcar y ganar partidos. Lo demás no le interesaba», recuerda Almeida.

Y lo que tenía que pasar, pasó. La UD Las Palmas vino a por aquel diamante. «Fue un lío tremendo porque muchos de sus familiares querían que siguiera en el Artesano y no estaban de acuerdo con su fichaje por Las Palmas. No creo equivocarme si digo que Rubén ya era infantil. Al final fue inevitable que se marchara y me alegro que así fuera porque le permitió cumplir su sueño. Acabó debutando con el primer equipo, ha hecho carrera en Primera, es el máximo goleador de la historia del Betis y no ha sido internacional absoluto injustamente. Sus números están ahí y son impresionantes. Un delantero total, de los que no hay por su regularidad, olfato y habilidad para definir. Siempre he sido un enamorado de su juego, de la manera que tiene de moverse en el ataque».

José Juan Almeida se alegra del retorno del que fue uno de sus alumnos más célebres y no duda de que la UD «ganará mucho» con Rubén como hombre de área. «Cuando veo a sus padres o hermanos siempre hay saludos muy cariñosos y recuerdos a Rubén, que lleva mucho tiempo lejos de aquí y con el que es difícil coincidir. Siempre lo he seguido y le he deseado lo mejor. Que se vuelva a poner la camiseta amarilla va a ser un momento especial y muy bonito y, sin duda, invita a ir al estadio. Es un acierto enorme traerle. Y, no lo duden, va a seguir haciendo lo que desde que era un renacuajo ya hacía: marcar y ganar partidos. Si le respetan las lesiones acabará la temporada con una cifra de goles muy alta que, esperemos, ayude al ascenso a Primera.»

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