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José María Rodríguez (Efe) / Las Palmas de Gran Canaria
Martes, 27 de febrero 2018, 17:28
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La presidenta de la Asociación de la Memoria Histórica de Arucas (Gran Canaria), Pino Sosa, vio culminada la noche del lunes, de golpe, toda una vida de esfuerzos para saber qué fue de su padre, José Sosa Déniz, un latonero del barrio de Las Chorreras al que los sublevados contra la República sacaron de su casa por haber militado en el PSOE un día de marzo de 1937, cuando ella solo era una bebé de mes y medio.
La madre de Sosa siempre se temió lo peor cuando el rastro de su marido se perdió entre el 18 y el 19 de marzo de 1937, en esa noche en las que termina abruptamente la biografía de muchos de los republicanos arrebatados de sus familias las semanas anteriores en los municipios de Arucas, Gáldar o Agaete, en el norte de la isla.
Pero nunca se dio por vencida, nunca se dio ella misma por viuda, sino que exigió a las autoridades que se lo confirmaran, que su marido había muerto. Preguntó insistentemente dónde estaba su marido, todavía con la Guerra Civil en marcha y muchas décadas después, bajo la dictadura del general Franco. «Se marcharon en un barco francés», le respondieron siempre, recuerda a Efe su hija.
Los descendientes de esos desaparecidos siempre sospecharon que a sus deudos les dieron el "paseíllo" la noche del 18 al 19 de marzo, los asesinaron y arrojaron sus cuerpos a cualquiera de esas simas de la isla de que, durante años, se comentó siempre en voz baja que habían sido utilizadas en la represión de la guerra y la dictadura.
Los Sosa Déniz tuvieron la esperanza de que su padre apareciera en el pozo del Llano de las Brujas, el enclave en el que hace casi una década se descubrieron los cuerpos de 24 represaliados en 1937.
Pero el latonero de Las Chorreras no estaba allí. Por eso Pino Sosa y su prima Balbina Sosa fueron de las primeras en plantarse ante el pozo de Tenoya en marzo del año pasado, cuando el Cabildo de Gran Canaria anunció que las excavaciones arqueológicas que estaba realizando allí habían hecho aflorar huesos humanos: tibias, fémures y vértebras pertenecientes a dos varones.
Y regresaron en septiembre, cuando la cuenta de cadáveres sacados del pozo ascendía ya a 14, con una serie de restos adicionales que confirmaban sin lugar a dudas que aquel fue el escenario de varios asesinatos en la Guerra Civil, como un cráneo con un orificio de bala y munición propia de los años treinta del siglo XX.
A Pino Sosa le confirmaron este lunes que los primeros análisis de ADN han identificado a dos personas: a su padre y a otro vecino de su mismo barrio de Las Chorreras, Domingo Gómez Rodríguez.
"Tengo una alegría inmensa y, a la vez, un contraste de ideas. Esto es una cosa muy tremenda. Estoy en una nube", ha relatado a Efe esta mañana, más tranquila, la presidenta de la Asociación de la Memoria Histórica de Arucas, una de las más activas de Canarias en la exigencia de que se devuelva la dignidad a los desaparecidos.
Por si cabía alguna duda, ahora puede demostrar que su madre "no se inventó nada", como le reprocharon. Y que su padre nunca embarcó para no volver, como le repitieron pasadas ya varias décadas, cuando fue a tramitar su pensión de jubilación y, en un documento oficial, le escribieron eso de que José Sosa "se marchó en un barco francés".
Su prima Balbina también se alegra de que puedan descansar los familiares de Domingo Gómez. "Era de nuestro barrio. De hecho, a él se lo llevaron con mi padre, solo que mi padre sobrevivió, porque lo enviaron a la península a un batallón de castigo", relata.
Balbina recuerda que su tía tuvo que empadronarse en otro municipio, Las Palmas de Gran Canaria, para que oficialmente la reconocieran como viuda, porque las autoridades de Arucas -con Franco vivo- siempre le repetían el mismo cuento del barco francés.
Ahora, las dos están dispuestas a seguir su lucha, porque nadie les ha pedido perdón y porque creen que aún hay "muchos demócratas a los que honrar", simplemente encontrando su paradero, sacándolos de las fosas, pozos y simas y dándoles sepultura y memoria.
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