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¿Queremos con la cabeza o con el corazón?

¿Queremos con la cabeza o con el corazón?

Científicos descubren la ubicación exacta del amor en nuestro cerebro y cómo se activa

Domingo, 8 de septiembre 2024, 16:45

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Se dice que el amor es una de las emociones más intensas y poderosas que experimenta el ser humano, tanto que metafóricamente se le atribuye la capacidad de mover el mundo. Un sentimiento que se suele relacionar con el corazón, pero que unos científicos finlandeses acaban de localizar en unas zonas concretas de nuestro cerebro. Amamos con la cabeza. Las mariposas del enamoramiento no surgen de las entrañas sino que se forman en cuatro áreas cerebrales: los ganglios basales, la línea media de la frente, el precuneus (una parte del lóbulo parietal superior) y la unión temporoparietal a los lados de la nuca.

La parte más novedosa de esta investigación, liderada por la universidad de Aalto, reside en que no solo localiza las zonas del cerebro que se nos activan cuando amamos sino que también desvela qué hace que esas zonas se activen. Según explican los investigadores en un artículo publicado recientemente en la revista 'Cerebral Cortex', editada por la prestigiosa Universidad de Oxford, «todo depende del tipo de amor del que se trate».

Una de las dudas que se planteaban los investigadores antes de iniciar el estudio, en el que midieron la actividad cerebral de 55 personas mediante resonancias magnéticas mientras se les invitaba a meditar sobre historias relacionadas con seis tipos de amor (hijos, pareja, amigos, extraños, mascotas y naturaleza), era saber «si nuestro cerebro se comporta neuronalmente igual independientemente de nuestro objeto de deseo. Es decir, si se activan las mismas áreas cuando amamos a un hijo o cambia si ese amor lo sentimos por nuestro perro, por ejemplo. Pues bien, los resultados de los registros evidencian que, efectivamente, «el amor se activa en diferentes áreas cerebrales y que, dependiendo qué tipo de amor se experimente, se activan unas zonas u otras y de forma más o menos profunda».

Y si una cosa ha dejado clara esta investigación es que el amor más grande, el más intenso y el que más huella deja en nuestra cabeza es el que se siente por los hijos. «Ningún otro enamoramiento activa de forma tan profunda esas cuatro áreas del cerebro. En el amor parental se observó una activación profunda en el sistema de recompensa del cerebro (área del estriado) y esto no se vio en ningún otro tipo de amor», explica Pärttyli Rinne, el filósofo e investigador encargado de coordinar el estudio, en el que la tarea de los participantes era «sumergirse en el sentimiento causado por una serie de narraciones breves y habladas» mientras se realizaba la resonancia magnética.

La sorpresa de las mascotas

En cuanto a la intensidad, el siguiente en la lista es el amor romántico, el que se siente por la pareja, seguido del que se profesa a los amigos. «Las áreas cerebrales asociadas al amor entre personas son muy similares. La diferencia radica, sobre todo, en la intensidad de la activación». En otras palabras, el amor compasivo hacia personas extrañas, un vecino al que ves todos los días, por ejemplo, activa las mismas áreas del cerebro que el enamoramiento que sentimos por las personas que pertenecen a nuestro círculo más íntimo, pero la activación cerebral que desencadena es mucho menor.

El estudio también ha descubierto que los cuatro tipo de amor interpersonal (hijos, pareja, amigos y extraños) tocan las áreas del cerebro asociadas a la cognición social, mientras que el que sentimos por las mascotas o la naturaleza «activa el sistema de recompensa y las áreas visuales del cerebro, pero no las sociales». Con una excepción que ha llamado la atención de los investigadores de la universidad de Aalto: «a las personas que conviven con un animal también se le activan las áreas relacionadas con la sociabilidad cuando se les habla de ellos. Basta con mirar los resultados de la resonancia para saber si un participante tiene o no mascota», concluyen.

¿Dónde sentimos nuestras emociones? El miedo en la cabeza y la ansiedad en el tronco

Notar mariposas en el estómago o tener un nudo en la garganta no son solo frases hechas. Se trata de sensaciones reales que se desatan en diferentes partes de nuestro cuerpo cada vez que experimentamos una emoción, ya sea por miedo, tristeza, alegría, vergüenza, envida, felicidad o sorpresa. «Y son tan reales como el dolor de una pancreatitis», precisa la psiquiatra y doctora en neurociencia Rosa Molina. Un estudio realizado hace unos años por la misma universidad que acaba de publicar el artículo sobre el amor y el cerebro arrojó datos muy interesantes sobre la estrecha relación que mantiene nuestro cuerpo con las emociones: casi todos los participantes en el experimento marcaron las mismas zonas, lo que permitió a los investigadores finlandeses elaborar una especie de mapa corporal de las emociones.

El estudio constata que la mayoría de los sentimientos básicos (enfado, miedo, tristeza, sorpresa) se localizan en la cabeza y en la parte superior del cuerpo, mientras que la felicidad y el amor, por ejemplo, recorren todo el cuerpo. El desprecio, una emoción mucho más compleja, se nota sobre todo en la cabeza y en las manos y deja sin apenas energía la zona de la pelvis y las piernas. Algo parecido ocurre con la ansiedad, que se siente con muchísima intensidad en el tronco, mientras que brazos y piernas se desactivan, como si se quedasen sin fuerza. «Por eso es muy frecuente que durante un episodio ansioso, la persona que lo sufre tenga la sensación de presión en el pecho y al mismo tiempo sienta flojera en las extremidades», precisa la doctora Molina. De hecho, un estudio posterior realizado por los mismos investigadores reveló que «la intensidad de las emociones está directamente relacionada con la intensidad de las sensaciones mentales y físicas». En otras palabras, cuanto más fuerte es la sensación en el cuerpo, más fuerte es el sentimiento en la mente.

Otro de los aspectos más llamativos del estudio es que confirma que la respuesta a las emociones es universal. Es decir, la sensación de tener mariposas en el estómago cuando estamos enamorados no es algo cultural. «Es una sensación que sentimos todos los seres humanos, desde los japoneses a los venezolanos. Lo que sí cambia es la manera de expresar esos mismos sentimientos».

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