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Vladimir Putin dijo una vez, con bastante mala baba, que le resultaba muy difícil dialogar «con gente que confunde Austria y Australia». Se refería al presidente estadounidense de aquel momento, George W. Bush, que en alguna ocasión mencionó el país centroeuropeo queriendo referirse al de Oceanía. Pero el confuso Bush está lejos de ser el único, porque el equívoco entre Austria y Australia se ha vuelto ya una tradición casi castiza, hasta el punto de que los austriacos venden un montón de souvenirs con la señal amarilla que avisa de la presencia de canguros. En la cumbre del G20 de 2010, los anfitriones coreanos tuvieron la ocurrencia de reproducir a los líderes mundiales en muñecos con ropa tradicional y la mandataria australiana, Julia Gillard, parecía recién salida de una cabaña del Tirol. Los servicios postales de ambos países están acostumbradísimos a recibir paquetes que habrían debido ir al otro lado del mundo (en una ocasión, un envío a Australia fue remitido a Austria... ¡cinco veces seguidas!), hay estudiantes que sostienen en los exámenes que Hitler nació en Australia y los rótulos televisivos insertan el nombre erróneo con relativa frecuencia. Uno de los mejores fue aquel de la CNN que informaba de que Australia estaba levantando una valla en su frontera con Eslovenia.
Claro que, ya que el azar nos ha empujado hasta Eslovenia, deberíamos quedarnos allí y pensar un poco en Eslovaquia. Ambos países se independizaron más o menos a la vez (de Yugoslavia en 1991 y de Checoslovaquia en 1993, respectivamente) y, para colmo, tienen banderas casi idénticas, con franjas blanca, azul y roja. Resulta fácil despistarse y acabar diciendo que Melania Trump nació en Eslovaquia (fue en Eslovenia) o reproducir el himno equivocado en una competición deportiva (ha sucedido varias veces, por ejemplo en el Mundial de Hockey de 2017). George W. Bush, cómo no, comentó una entrevista con un ministro eslovaco cuando en realidad la había mantenido con un esloveno, mientras que Silvio Berlusconi presentó directamente al primer ministro esloveno como jefe de estado eslovaco. Evidentemente, lo suyo tiene mucho más delito, porque Eslovenia e Italia son naciones limítrofes. No está claro si se trata de un mito, pero se dice que, en algunos lugares, las embajadas de ambos países mantienen encuentros periódicos para intercambiarse el correo que les ha llegado por error. Como algún día se independice la región croata de Eslavonia, la cosa puede volverse todavía más entretenida.
Muchos tenemos que detenernos un momento antes de citar las capitales de Hungría y Rumanía, porque Budapest y Bucarest nos bailotean peligrosamente en la memoria. Lo cierto es que los rumanos están un poco hartos ya de las confusiones y las coleccionan mentalmente con cierto rencor: artistas como Michael Jackson, Iron Maiden, Lenny Kravitz o Metallica han saludado muy contentos a Budapest al empezar sus conciertos en Bucarest. También ha habido algún político que ha viajado a la ciudad equivocada, aunque en ese punto no queda más remedio que citar la leyenda urbana de los 400 seguidores del Athletic de Bilbao que en 2012, según un montón de medios, compraron los billetes equivocados para acudir a la final de la Europa League y acabaron en la capital húngara. O nunca ocurrió, o los protagonistas de aquello fueron tan discretos que ningún paisano logró identificarlos a la vuelta. El lío entre ambas capitales es tan habitual que una marca de chocolates rumana organizó una campaña bautizada como 'Bucarest, no Budapest', en la que se referían con desdén a la «gente discapacitada geográficamente» que no es capaz de distinguirlas.
Los errores particulares al comprar billetes de avión son incontables: el que quería ir a Guyana y acabó en Goiânia (Brasil), el que viajaba a Dakar (Senegal) y aterrizó en Dacca (Bangladés), los que se lían entre los San José de California y Costa Rica... En 1985, el estudiante Michael Lewis se dirigía de Los Ángeles a Oakland, a una distancia de unos 600 kilómetros sin salir siquiera de California, y se las arregló para embarcar en un avión a Auckland (Nueva Zelanda). O sea, diez mil kilómetros en doce horas de trayecto. Y, hace siete años, un dentista estadounidense que andaba de congresos por Europa quiso cumplir su sueño de conocer la Alhambra, pero pilló un vuelo desde Londres a la isla caribeña de Granada. Dicen que los exploradores españoles la bautizaron así porque su perfil montañoso les recordó Sierra Nevada, pero el dentista, «muy interesado de toda la vida por el arte islámico», no quedó satisfecho con el cambio de destino.
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