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Julia Fernández y Gonzalo De las Heras
Lunes, 25 de julio 2022, 23:07
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Teruel existe. Yo ya puedo constatarlo. Por fin he puesto un pie en esta provincia por la que solo he pasado en coche a través de la Autovía Mudéjar. Le tenía ganas y no me ha decepcionado. Ahora que escribo estas líneas desde un hotel de Albarracín me pregunto cómo no he estado antes en semejante joya. Entiendo que sea Monumento Nacional desde hace medio siglo.
Es un municipio construido sobre roca, amurallado y con callejuelas adoquinadas. Sus casas se arriman unas a otras, a veces en verdadero equilibrio, y se asoman al abismo del río Guadalaviar, que aguas abajo será rebautizado como Turia. Es un lugar coqueto y con encanto, como de cuento de princesas medievales… Si no fuera por el calor abrasador que me golpea.
Desde hace unos días nos persigue una ola de calor que copa todos los titulares de los telediarios. Dicen que es la primera que llega tan pronto en cuarenta años. Los locales lo confima con una mezcla de asombro y tedio. Y nosotros que pensábamos que íbamos a librar cuando en la primera etapa, en Burgos, nos pusimos la chaquetilla y los manguitos …
Mi Garmin (el ciclocomputador de la bici) se supera día a día. Hasta 45 grados hemos soportado… y sobrevivido, diría yo. Que no estamos acostumbrados a estas temperaturas ni a este sol. Vamos, que yo si esto no fuera trabajo, los últimos días no saldría de debajo del aire acondicionado.
Hoy, cuando bajábamos un puerto ha habido un momento en el que he pensado que estaba soñando: todo el aire que me estaba dando pasó de ser ligeramente fresco a parecer el que sale de un secador de pelo. Uno potente, ¿eh? De los de peluquería. Me eché un poco de agua en los culottes para refrescar y se secó en tres minutos. Todavía lo estoy procesando.
Gonzalo lo lleva un poco peor que yo, aunque no se queja demasiado. Sus visitas regulares a la ducha mientras escribo confirman que está 'tostado'. También sus particulares marcas de moreno… ¡Ay, como sus camisetas de vestir sean de manga más corta que el maillot! Lo que se van a reír en la oficina.
Nos hemos dado cuenta de que para librar lo más posible la ola hay que madrugar. Hoy nos hemos despertado a las 6.45 horas para prepararlo todo y salir cuanto antes. Para las 8 de la mañana ya veíamos el pueblo desde lejos y nos maravillaba el frescor matutino… aunque, según Eduardo, el hotelero de Checa, lo normal es que hiciera diez grados menos. No hay que olvidar que estamos a 1.300 metros sobre el nivel del mar. Ayer esto nos parecía mucho, pero hoy ha sido de risa cuando en el segundo tercio de la etapa hemos pasado por el Puerto de Villarosario a 1.700.
Madrugar tanto también tiene sus cosas regulares. Por ejemplo, que hemos salido sin desayunar. No todos los hoteles abren para esas horas. Nuestro plan era hacerlo en el siguiente pueblo, a 9 kilómetros. Y lo hemos conseguido pero gracias a Rafa y Toni, dos moteros que están siguiendo los pasos del Cid al revés, desde Valencia a Burgos. Anoche consiguieron habitación en un hostal que, si no es por ellos, esta mañana hubiera estado cerrado. «Benditas casualidades», nos reímos los cuatro. Y nos vamos con media docena de magdalenas por lo que pueda pasar.
A partir de las 10, Lorenzo ya pega fuerte en la zona y nosotros hemos entrado en la provincia de Teruel. Con la emoción, yo corono una subida y me lanzo carretera (asfaltada) abajo para refrescarme. A lo loco. Gonzalo, que se había quedado rezagado haciendo fotos me llama desde la cima… Y entonces me doy cuenta de mi error. Vuelta y dos kilómetros para arriba que me tocan: está claro que la cabra tira para el monte y Julia para el asfalto.
Pese a todo, en este minirrecorrido por los reinos taifas la intendencia nos está funcionando bastante bien. Hoy para la una ya estábamos en Albarracín y yo como una rosa porque en los últimos 12 kilómetros (que van por un serpenteante desfiladero que anticipa el tesoro que te vas a encontrar) Gonzalo me ha hecho de gregario quitándome todo el viento. Qué bien se va a rueda… si sabes. Yo acabo de aprenderlo.
Le dije a Julia que la esperaría en la próxima sombra y llevo ya varios kilómetros recorriendo una pista polvorienta pero de momento relativamente llana. Ya se empinará camino de Bronchales, donde voy a encontrame con Arno Muret, un abogado de Utrecht –ya no me sorprende que sea holandés, claro– que llega a la terraza en la que me he hecho fuerte algunos minutos después de que lo haya hecho Julia, que se había quedado rezagada en una subida que requería cierta maña -y fuerza- para acceder al pueblo.
Arno llega con su bicicleta gravel y grandes alforjas. Viste casco con visera, más propio del 'mountain bike' que del ciclismo de carretera. Miro de reojo sus neumáticos. Son más taqueados que los míos, que son algo intermedio entre la carretera y el 'off-road'. Aquí todas las combinaciones –desde licras ajustadas hasta pantalones cortos y zapatillas deportivas– son apropiadas. Qué decir de las bicicletas eléctricas, hechas a medida para las cuestas del camino. Negaré haberlas mirado de otro modo en este viaje.
Le invitamos a sentarse con nosotros. La camarera –desbordada porque se le suman los clientes advenedizos acalorados por las temperaraturas extremas con los trabajadores que aparecen para disfrutar del 'almuercico'– nos trae en ese momento unas olivas negras como tapa. Ajeno al significado de que sean las primeras aceitunas aragonesas –tan cerca todavía de la frontera– nos cuenta que empezó el viaje hace dos semanas en Biarritz, desde donde accedió a Burgos a través del Camino de Santiago. Pero no le gustó: demasiada gente, demasiado plano. Para que os hagáis una idea, nosotros en 400 kilómetros llevamos ascendidos 7.000 metros, por los 3.000 que suponen los últimos 800 del Camino de Santiago. No iba tanto con su idea de viaje en bici como el Camino del Cid.
Confiesa con cierto azoramiento –quizás por miedo a ofender al local– que le gustó mucho la primera parte, la de Burgos y Soria, pero no tanto el tramo que acaba de dejar atrás. No tiene prisa, pues no tiene que estar de vuelta en Holanda hasta dentro de tres semanas. Por eso, como dice que ha enlazado varios días extenuantes, ha decidido que va a quedarse aquí a domir y a pasar una noche extra para descansar. Le recomiendo que lo haga en Albarracín, y me dice que ya lo tenía previsto. Envidio el margen para la improvisación con el que cuenta mientras añade que le gusta la parte de reto deportivo que supone el camino. Él está siguiendo la opción más montaraz posible, con menor porcentaje de asfalto, y disfruta más del reto de ser capaz de recorrer el camino que con las vinculaciones históricas o literarias.
Creo que disfruta de la conversación porque dice que hay días en los que no se ha encontrado con nadie, aunque en los finales de etapa más establecidos, que son aquellos pueblos que cuentan con alojamiento, puede ver a otros ciclistas. Le cuesta entenderse con alguna gente –apenas habla español y en muchos pueblos nadie habla inglés–, aunque destaca lo amable que es todo el mundo y cómo se esfuerzan por ayudarle. No tiene problemas para entender la ruta, e insiste en lo buena que es la web del Camino del Cid en su versión inglesa, con la que él se maneja, y que los caminos son muy fáciles de seguir porque están perfectamente balizados con señales muy obvias. Que se lo digan a Julia, que hoy decidió improvisar en un punto. La verdad, lo vimos luego de desfacer su entuerto, habríamos desembocado en la misma carretera. Lo dicho: hay muchos caminos, y casi todos se encuentran al final.
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Isaac Asenjo | Madrid y Álex Sánchez
Borja Crespo, Leticia Aróstegui y Sara I. Belled
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