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El Camino del Cid en bici | Sigüenza - Checa : Cuestas, toros y una bañera

Cuestas, toros y una bañera

Todos los caminos nos llevan a la villa de Checa, pero elegimos el más empinado

Gonzalo De las Heras y Julia Fernández

Domingo, 24 de julio 2022, 23:03

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Vídeo.
  1. «Una empresa de transporte escolar que sirve para medir la decadencia demográfica»

No sé si sabéis quién es Waldo Lydecker –buscad en Google en caso contrario–, el cínico cronista interpretado por Clifton Webb en 'Laura', la película de Otto Preminger. La imagen del escritor a remojo con la máquina de escribir acomodada en la bañera me ha perseguido siempre. Ni niego ni desmiento que esté yo, a su vez, interpretando una versión moderna, pero con el móvil, que es resistente al agua, en un hostal de Checa, a donde hemos llegado tras más de 60 duros kilómetros. Afortunadamente no hay foto de la oficina, porque es imposible competir en glamour desde una bañera minúscula de esas que aún se manejan con un grifo para el agua caliente y otro para la fría.

Nadie mejor que alguien con una empresa de transporte escolar para calibrar la magnitud de la decadencia demográfica de esta zona. Estamos a bordo de una furgoneta camino de Molina de Aragón deslumbrados por la primera luz de la mañana escuchando a Jesús, que nos lleva desde Sigüenza, a donde llegamos ayer al comienzo de la siguiente etapa. Esta pequeña trampa (menos de cincuenta minutos en coche, aunque a esta hora, explica, no se puede correr por la abundancia de corzos) nos va a permitir asomarnos a nuestra segunda mitad de la ruta, ya que el itinerario original dedica casi 300 kilómetros a unir estos puntos separados por apenas 90 por esta carretera que surcamos sin complicaciones.

Mientras pasan los kilómetros a una velocidad que ahora nos parece estratosférica va contando –cumple a la perfección con el cliché del taxista capaz de sostener una larga conversación– que sobrevivió a la crisis de la pandemia porque no llegó a comprar un autobús por 10 días, lo que le habría dejado entrampado por años. Vaticina, en todo caso, que pasará de autobuses de 50 plazas –imposibles ya de llenar y carísimos de mantener– a furgonetas si no se invierte una tendencia que él aprecia desde los años setenta y ochenta, cuando se fueron «los del Uranio» y cerró una fábrica de madera que era la mayor industria del pueblo. Con «los del Uranio» se refiere a una serie de prospecciones que se realizaron en la zona entre 1972 y 1979, y también entre 1980 y 1982. Su padre, de hecho, compró el primer bus, germen de lo que ahora es su empresa, para llevar a las catas a los operarios que, tal como vinieron, se fueron una vez se diluyó el proyecto. Fía su supervivencia a las bodas, ahora que la gente está recuperando tiempo perdido, porque mueven mucha gente y, a las horas en que se celebran, le salen más rentables. Cuenta con la ventaja de que Sigüenza, que es una ciudad como de cuento de princesas, atrae a muchas parejas.

No son aún ni las ocho cuando entramos en una panadería a desayunar y a comprar unos coquitos artesanos. Ya sabéis que, si podemos, los usaremos como reserva, porque preferimos parar en un bar, charlar con alguien que nos ayude a entender el paisaje que vamos recorriendo pedalada a pedalada. Los coquitos, finalmente, no llegaron al destino de hoy. Y eso es, a la vez un triunfo y una derrota: acertamos comprándolos y cargando con ellos como reserva, pero significa también que no encontramos ningún punto por el camino para abastecernos.

Lo de escribir en la bañera no tiene solo que ver con el calor de esta ola que surfeamos como podemos en este viaje, sino con que, por primera vez desde que salimos, noto las piernas cansadas. Supongo que la persecución de ayer, después de retroceder a por unas gafas que nunca encontré, tiene algo que ver. Es verdad que es el único tramo que he hecho a un ritmo exigente. Era también, todo hay que decirlo, una prueba para ver cómo de tocado me había dejado el coronavirus. Por cierto, conseguí unas gafas de sol nuevas. Fue en una gasolinera, que son las versiones del siglo XXI de los socorridos ultramarinos rurales.

  1. «Las casas encaladas de Checa y su afición taurina nos recuerdan a Andalucía»

Me levanto con cierto miedo porque la etapa que nos toca es dura. Tiene tres estrellas, pero al contrario que los hoteles, eso es malo. Al menos para mí. Hoy toca 'subir' a Checa, un pueblo que está a unos 1.300 metros de altitud. Gonzalo no se lo termina de creer, pero yo lo confirmo cuando llegamos. Porque sí, pese a todo, hemos arribado a nuestro hotel rural, el único del pueblo.

El primer tercio de la etapa transcurre bien. Yo diría que hasta rápido y, como esperábamos, es un lunes muy lunes: nadie por la calle, bares cerrados… Menos mal que hemos cogido unos coquitos en la panadería Gascón de Molina de Aragón antes de salir. Nos van a dar la vida. Creo que hemos parado casi en cada fuente a repostar. Yo tengo un miedo tremendo a quedarme sin agua desde la etapa entre Covarrubias y Langa. Irracional no lo llamaría. Así que en cuanto veo ocasión de llenar el bidón, freno y me pongo a ello. Y a meter los pies, porque el calor continúa.

El caso es que al salir de uno de esos municipios donde no sabes si realmente hay vida –justo en la última casa saldría una mujer a tender la ropa para contradecirme– llamado Terzaga nos encontramos con una señal que nos hace dudar:

El camino marcado para bici 'gravel' nos manda a Peralejos de las Truchas (les juro que se llama así, no me lo he inventado), que es como dar un pequeño rodeo. Sin embargo, si giramos a la izquierda, la señal nos dice que estamos a 18 kilómetros de Checa. Nos miramos: «¿Y si recortamos un poco hoy?»

A Gonzalo le duelen las piernas por primera vez en todo el viaje y yo… estoy cansada. Así que respondo afirmativamente y atajamos. El Camino del Cid no es solo uno, hay varios: dependiendo de cómo lo hagas. Por tanto, no siempre hay que hacer caso de la primera opción. Durante unos kilómetros siento que he traicionado un poco el espíritu del viaje por acortar la etapa. Pero se me pasa cuando nos encontramos con el primer puerto a la salida de Pinilla de Aragón.

Como seguimos la ruta cicloturista, es todo asfalto y yo este piso lo domino mejor. Pongo molinillo y para arriba. Me cuesta llegar, no crean. Y como todo lo que sube, baja, gozo con el aire refrescante en el descenso… Hasta que miro hacia adelante y me doy cuenta de que estamos en un valle y hay que salir de él con otra linda subida. Justo en ese momento empiezo a plantearme que esto del atajo quizá no sea tal.

Me cuesta llegar arriba, pero tengo la esperanza de que al fondo vea nuestro destino. Otro error. Está a 5 kilómetros, pero la bajada es corta, hay que llanear. Cuando veo el cartel del pueblo me siento un poco engañada y sigo sin tener claro si nos hemos metido de Guatemala a Guatepeor.

En el hotel nos espera Eduardo, que nos recibe con una buena cerveza y nos cuenta que cuando baje el calor no dejemos de visitar el pueblo. Es una joya blanca más propia del sur que de Castilla. ¿La razón? Los toros y la trashumancia. Hasta hace unos años, ocho ganaderías de primera criaban sus morlacos entre este municipio y Andalucía. Ese intercambio de animales y personas también supuso que se adoptaran costumbres, como el encalado de las casas. También por esto, son famosas las corridas de Checa con figuras de primer nivel.

Los carteles que decoran el local dan buena cuenta de ello: 'El Cid' (el otro), Ortega Cano en sus buenos tiempos, Javier Conde… De este último no guardan buen recuerdo. En 2015 se negó a matar un toro en la feria «y acabó en el calabozo». Alegó que el bicho «le había mirado mal» y la comisión de fiestas le denunció. Con los de Checa parece que es mejor no bromear sobre tauromaquia. Menos mal que ahora «el segundo del escalafón es un chico de aquí, Juan Ortega» y en cada faena les borra el mal sabor de boca de aquellas fiestas de San Bartolomé.

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