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Familiares visiblemente afectados durante la concentración celebrada en la plaza alta de Algeciras (Cádiz) por el asesinato del sacristán Diego Valencia. EFE
Perfil

El sacristán que murió por defender su iglesia

Diego Valencia, que deja viuda, dos hijos y dos nietos, era muy querido por la comunidad católica

Juan Cano

Algeciras

Jueves, 26 de enero 2023

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Un sacristán es la mano derecha (y la izquierda) del sacerdote. Es el encargado de abrir y cerrar la iglesia. De encender y apagar las luces y las velas. De preparar la liturgia y cuidar «con primor» de los objetos y vestimentas sagradas. Es las manos y los pies del cura cuando celebra la misa para que pueda desentenderse del resto del trabajo. Es, también, su confidente, porque «ve, escucha y no habla», describe el padre Rubén, el vicario parroquial de la iglesia de La Palma, a quien un joven armado con una catana lo ha despojado de todo eso. Porque todas esas cosas, y muchas más, eran para él Diego Valencia (65 años), el sacristán asesinado en Algeciras por defender su iglesia.

Diego pertenece a una familia de comerciantes muy apreciada en la ciudad gaditana. Su hermano, Pepe Valencia, regenta una sastrería en la céntrica calle de Cristóbal Colón. Diego montó una floristería, por lo que lo conocían como 'Diego el de las flores'. Estaba casado con Ana, su esposa de toda la vida, y tuvieron dos hijos, Ana y Jesús. La mayor le había dado dos nietos. El menor se casó el pasado octubre precisamente en la misma iglesia por la que su padre ha dado ahora la vida.

A Diego, el de las flores, también se le daba bien contar chistes y hacer los trajes del Carnaval. «Nos tenía siempre de punta en blanco», dice el padre Rubén. Siempre estuvo muy vinculado al mundo cofrade y a la Iglesia. Fue vicehermano mayor de la Hermandad de la Buena Muerte, de la que la Guardia Civil de Algeciras es hermana mayor honoraria, y era devoto de la Virgen del Carmen.

«Una persona buena y servicial»

Hace ocho años, Diego Valencia fue contratado -era una de las cuatro personas en nómina- como sacristán de la iglesia de La Palma y se integró en ella como uno más de la familia. «Era una persona muy querida y muy asentada», añade el padre Rubén al acudir al minuto de silencio que este jueves le dedicó Algeciras en la plaza Alta, donde ahora un manto de flores y banderas de España cubren el lugar exacto donde lo asesinaron.

Entre los aplausos se escucha un quejido y un hombre mayor rompe a llorar. Es Manolo, uno de los mejores amigos de Diego, que sólo acierta a decir, entre sollozos, que era una persona «muy buena y servicial». A unos metros se escucha otro llanto, pero éste no encuentra consuelo. Es el de Ana, su hija.

Una mujer que está a su lado apostilla que, en su caso, no es un tópico, porque «no todo el que se muere es bueno, pero Diego sí lo era y en toda la extensión de la palabra». Para el padre Rubén siempre será algo más. Un ayudante, un aliado, una voz amiga. Un sacristán «entregado y fiel» que murió, insiste el sacerdote, por defender su iglesia.

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