«Todavía hay mucho machismo»
La violencia de género no es un fenómeno urbano. ¿Cómo afrontan las zonas rurales este problema? ¿Cómo lo previenen? Artenara, el municipio con menos habitantes de la isla, organiza encuentros en los que una abogada, una psicóloga y una trabajadora social charlan con las mujeres sobre la «igualdad» de derechos con los hombres.
Luisa del Rosario y Artenara
Domingo, 24 de noviembre 2019, 16:27
La niebla y la lluvia fina no invitan a salir de casa. Pero hoy es un día especial. Las «chicas» del Servicio de Prevención y Atención Integral a Mujeres y Menores Víctimas de Violencia de Género de Artenara han organizado una actividad en el Centro Locero, en el barrio de Lugarejos, frente a una de las presas de la zona y a la que se asoman los pinos quemados en el último incendio en Gran Canaria. Milagrosa se ha dejado un potaje de lentejas a medio hacer y Lolina ya tiene avanzado el caldo de papas, así que han decidido que tienen tiempo para ir a la reunión. María, la locera, es la encargada de abrir las puertas del centro y ya tiene preparada la sala para la cita. Van a presentar a Esther Perdomo, abogada de refuerzo del servicio especializado en violencia de género de la Mancomunidad del Norte. «Les hablo de Derechos Humanos», explica la jurista. En las zonas rurales es más difícil afrontar las violencias machistas. «En Las Palmas de Gran Canaria las mujeres tienen a dónde acudir, aquí no es lo mismo, primero te tienes que ganar su confianza», explica. Y tampoco se aborda «directamente» el tema.
Artenara es el municipio menos poblado de la isla. Menos de 500 personas conforman una vecindad desperdigada entre montañas y barrancos. Llegar a la reunión no es fácil. Muchas de las mujeres no tienen carnet de conducir y las guaguas brillan por su ausencia. Por eso Laura González, la psicóloga, y Elena Díaz, la trabajadora social, van a buscarlas a sus casas.
A las diez de la mañana empiezan a llegar. Saludos, besos y abrazos son el preludio de estos encuentros esporádicos en los que se trabaja la autoestima. «Las mujeres cuidamos hacia fuera, pero también tenemos que cuidarnos a nosotras mismas», les dice Laura. Ellas asienten, pero recuerdan que no siempre ha podido ser así. «Ellos no estaban acostumbrados a hacer las cosas», comenta una. «Hay que empezar por educar en la familia, que se respete a las mujeres» añade Milagrosa. Uno a uno, Esther va citando los Derechos Humanos y recordando que son de todos y de todas, y que conforman la dignidad de la persona. «Hay que nombrarlo porque si no se olvida», apunta Soledad. «Actualmente el servicio no atiende a ninguna víctima», explica Elena «lo que no significa que no exista esta problemática en Artenara».
Las dificultades para hacer pública la violencia de género en las zonas rurales es obvia. «Antes teníamos un espacio diferenciado en el Ayuntamiento donde se atendía a las mujeres. Ahora no», señala Laura. Esto dificulta el que las mujeres acudan al servicio. Si lo hacen se sabe quién va.
Esther lleva trabajando en Artenara, Firgas y Valleseco desde octubre. En diciembre se le acaba el contrato. En estos pocos meses solo le da tiempo a presentarse, pero no a crear una red de confianza para lograr que las mujeres expongan sus problemas. No obstante, señala, alguna se le acerca. Lo nota en las charlas. «Se les ve la cara, pero yo no digo nada», explica. Lo mejor es «esperar», que sean ellas las que se acerquen.
El problema es la discontinuidad. Por el mismo problema han pasado Laura y Elena. De hecho solo la trabajadora social forma parte de la plantilla fija. La psicóloga, como Esther, trabajará hasta diciembre y después, «a esperar a que salga una nueva subvención».
El Servicio de Atención a Mujeres y Menores Víctimas de Violencia de Género en Artenara se creó en 2007, pero se cerró en 2013. Hace solo dos años, en 2017, volvió a reanudarse. Esta «intermitencia», asegura Elena, «dificulta la atención eficaz a las mujeres y menores», máxime, recuerda, cuando es el único recurso especializado para atender a este colectivo en la zona. Como en el caso de los Bomberos, los municipios, para ahorrar dinero, mancomunan los servicios. Eso significa que no los prestan a diario en cada zona, pero la violencia de género no entiende de horas, ni de días de la semana.
En 2018 la unidad de Laura y Elena atendió a 7 mujeres y 2 menores «con otras problemáticas» y realizaron acciones de prevención en las que participaron medio centenar de mujeres, 15 menores y 15 hombres.
Entre las mujeres que acuden a la reunión está Dina González, concejala de Cultura. Ella defiende que las parejas hoy se organizan de otra manera. El trabajo en casa «no es ayudar, es que también es cosa de ellos», asegura. Algunas asienten. Otras la quisieran creer. «Pero si no lo hago yo, ¿quién lo hace?», pregunta una en alto.
En Artenara no hay manifestación por el 25 de noviembre. Una declaración institucional sustituye a los pitos y pancartas por el pueblo. Antes del café y el pan de papas con el que acaba esta reunión hablan de si se debe mantener un día como ese, de reivindicación y denuncia contra la violencia de género.
Ante la pregunta se miran. «Claro que sí», dice totalmente convencida Maquita mientras cruza los brazos y asiente con la cabeza. «Todavía hay mucho machismo».
Ha dejado de llover. El cielo está despejado y el aire limpio. En el ambiente queda flotando la idea de que aún queda mucho por hacer para mejorar la vida de las mujeres, también en las zonas rurales.