Secciones
Servicios
Destacamos
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Opciones para compartir
La actual mezcla de ciencia y política nos lleva al descrédito. Y la falta de transparencia produce desconfianza hacia los gobiernos y hacia el sistema democrático». La frase, un resumen perfecto del carrusel de actuaciones y decisiones que estamos viviendo desde hace meses con respecto a las vacunas contra el Covid-19, la pronuncia un médico español afincado en Suiza que ha trabajado en contener emergencias sanitarias por todo el planeta y, también, para la OMS.
Es cierto que la Humanidad asiste en vivo y en directo a la culminación de una carrera contrarreloj para detener la pandemia. «Ésta es la primera vez en la historia en que todos emprendemos una campaña de vacunación masiva de semejante tamaño y complejidad. Seguramente, esto hace que debamos enfrentarnos hoy, y en el futuro, a una serie de nuevos desafíos», concede a este periódico Stefan de Keersmaecker, portavoz de Salud, Seguridad Alimentaria y Transporte de la Comisión Europea. La Unión ha hecho su trabajo, dice. «Ahora corresponde a los Estados miembros asegurarse del ritmo de vacunación», subraya cuestionado por los problemas de distribución actuales.
«Es un hito de la ciencia haber conseguido en menos de un año vacunas efectivas hasta en un 95%, como las de Moderna y Pfizer-BioNtech. Hay más de 230 vacunas en desarrollo; cuatro de ellas españolas: tres en el CSIC y otra en el Clínic de Barcelona», se ufana Juan Jesús Gestal Otero, profesor emérito de Medicina y Salud Pública en Santiago. Al mismo tiempo, se libra una batalla planetaria por el dominio de patentes y mercados por parte de compañías farmacéuticas con estrechos vínculos con los Estados. Podríamos hablar de una gigantesca partida de geopolítica sanitaria. Diez grandes empresas farmacéuticas copan el 40% del mercado mundial. La primera, Pfizer (EE UU), con un volumen de negocio de 49.000 millones de euros en 2017. Le siguen Roche (Suiza), Sanofi (Francia) y Johnson&Johnson. Su volumen total de negocio fue en 2020 de 1,5 billones de euros.
No es para nada casual, apuntan observadores independientes, que Hungría (socio comunitario que ha tensado la cuerda oponiéndose a los fondos de reconstrucción; esos 750.000 millones de euros comprometidos para mitigar las pérdidas económicas) haya empezado ya a vacunar a sus ciudadanos con las dos millones de dosis de Sputnik V recibidas de Moscú. Algo que también hace Ucrania, país asociado de la UE. Serbia, un incómodo vecino de Europa, emplea desde hace tres semanas viales chinos.
«En España, somos rehenes de la vacunación simbólica de diciembre de 2020. Tenemos capacidad para realizar vacunaciones, pero estamos limitados por la escasez de viales», subraya Gorka Orive, investigador, profesor titular de Farmacia en la UPV y divulgador esperanzado. «El virus tardó un año en infectar a 100 millones de personas en el mundo. En seis semanas la Humanidad ha logrado administrar 100 millones de dosis de vacunas», dice.
Detrás de las tres vacunas aprobadas en la UE (la rusa Sputnik V está en puertas, acuciados por la escasez y aupada por una eficacia del 92%) se agazapa una complejidad científica abrumadora, tanto en la obtención de los nuevos 'principios activos' como en la logística para que llegue a Europa. Salvando la barrera del tiempo, podríamos comparar la situación con un nuevo puente aéreo para salvar Berlín. «Subestimamos los problemas de fabricación de las vacunas», ha reconocido Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.
Pfizer-BioNTech, que tiene previsto fabricar 600 millones de dosis en Estados Unidos y recibió una inyección de 2.700 millones de dólares del llamado Instrumento de Asistencia Urgente, fabrica mediante un cultivo celular el antígeno en su planta de San Luis (Misuri). La sustancia activa, el ARN modificado, se produce en Andover (Massachusetts). El proceso de encapsular en una célula lipídica el ADN modificado era un «nicho exótico» al que se dedicaban muy pocos laboratorios y que ahora Pfizer ha escalado hasta donde ha podido.
Una vez producidos, los elementos se llevan al centro Pfizer en Kalamazoo (Míchigan) y, de allí, en aviones cargo UPS llegan a la factoría belga Puurs Manufacturing Belgium, en Puurs-sint-Amands, una población de apenas 16.000 vecinos (en crecimiento porque la farmacéutica acaba de firmar 300 nuevos contratos para atender al ensamblado de la vacuna) donde se procesa. Las obras de ampliación de esa planta para atender la creciente demanda es una de las causas aducidas por la multinacional para justificar la escasez de vacunas padecida por España en las últimas semanas.
Allí se embala en unos contenedores de 20,5 kilos patentados por la propia Pfizer que contienen hielo seco (nieve carbónica) que se mantiene a -78,5º sin necesidad de presurización y son transportados en avión (las grandes compañías aéreas han pugnado por hacerse con ese tráfico para sus flotas cargo) hasta los distintos países europeos.
En España, el camino que siguen las vacunas es secreto. «Por cuestiones de seguridad no es posible facilitar los nombres de las empresas encargadas del traslado, puntos de expedición y centros de distribución» de los viales autorizados, se excusan desde el Ministerio de Sanidad. Viajan escoltados en vehículos sin distintivos y es la propia seguridad del Estado la que custodia (tanto de manera física como blindando los sistemas frente ataques de piratas cibernéticos) el 'hub' que gestiona Pfizer junto a Logista Pharma, que se encarga del reparto de forma directa. Logista es el gigante indiscutible de la distribución española, una empresa que proviene del monopolio de Tabacalera, de la que se segregó en 1999.
Las vacunas de Pfizer llegan al polígono Polvoranca de Leganés (Logesta tiene un pabellón en la calle del Trigo), donde se procede a redistribuir las cargas hacia los 50 puntos de transferencia asignados a las comunidades autónomas que deben trasladar luego los contenedores a los 13.000 puntos de vacunación previstos.
La producción de la vacuna de Oxford-AstraZeneca, basada en adenovirus de chimpancé del que se obtiene una proteína del llamado spike del SARV-CoV-2, es también un proceso muy complejo y que, hasta la fecha, se maneja en unas cifras limitadas, sobre todo en una de las líneas celulares utilizadas para la multiplicación de los virus. Esta vacuna, como los vectores virales de Gamaleya Sputnik V, la Cansino china y la de Janssen, se conservan en nevera entre 2º y 8º, evitando la congelación, apunta Juan Jesús Gestal.
La vacuna de Moderna (siglas de RNA modificado) que se hace en Boston, produce el antígeno asociado con Lonza y el laboratorio madrileño Rovi, donde se llenan y terminan los viales. Debe conservarse protegida de la luz y congelada entre -15º y -25º. La distribución de las dosis de Moderna y AstraZeneca corre a cargo del Ministerio de Sanidad a través de la Asociación Española de Medicamentos y Productos Sanitarios.
El hecho de que para evitar posibles robos o asaltos los vehículos de carga debían viajar, en un principio, sin identificaciones ha provocado (junto a la creciente demanda de productos alimenticios y de otras medicinas refrigeradas) un déficit en el número de estos transportes en España y una verdadera guerra por hacerse con ellos (Mercedes Sprinter y Vito, así como Fiat Ducato, Iveco Daily, Peugeot Boxer…) en toda Europa. De hecho, la flota de 7.500 transportes de carga ligera que opera en España está saturada.
«No hay vehículos preparados. El plazo de entrega es de cinco meses. El control de temperatura dentro de la caja frigorífica es estricto. Cada vehículo lleva un termógrafo, unas tiras donde se registra, minuto a minuto, la temperatura del habitáculo», explica Juan Carlos Puigtió, managing director de Oliva Torras, líder mundial en la fabricación de los equipos base de equipos de refrigeración en vehículos.
«Para las vacunas del Covid-19 hay menos plantas de fabricación y menos experiencia con el proceso de producción, además de las estrictas medidas de conservación y transporte de algunas de ellas. Hacer vacunas no es como embotellar agua mineral», señala Raúl Ortiz de Lejarazu, profesor de Microbiología y director emérito del National Influenza Center, de Valladolid. «Es una industria muy específica y especializada», remarca.
Noticia Relacionada
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.