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El campo se echará a la calle si prohíben la caza del lobo

El campo se echará a la calle si prohíben la caza del lobo

Todas las organizaciones agrarias y ganaderas se unen para exigir a Sánchez la paralización de la medida y un encuentro urgente para negociar una solución de consenso

Jueves, 11 de febrero 2021, 13:03

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«El cabreo de los ganaderos del noroeste es monumental». Los organizaciones que representan a la casi totalidad de los agricultores y ganaderos españoles, Asaja, COAG y UPA, se lo dejaron hoy muy claro al Gobierno. O paraliza su intención de prohibir la caza del lobo en todo el país, como se dispone a hacer el Ministerio de Transición Ecológica, o todo el sector saldrá a la calle por lo que considera una auténtica declaración de guerra.

«Prohibir la caza del lobo es una ataque frontal a los ganaderos», resumió Pedro Barato, presidente de Asaja. «Si cumplen con su amenaza, estarán declarando la guerra al sector agrario, y eso no quedará sin respuesta. Ya estaríamos movilizándonos si no fuese por la pandemia, pero, si esto no se corrige, saldremos a la calle, seguro», avisó Miguel Blanco, secretario general de COAG. «Los ganaderos nos sentimos despreciados. Han pasado de nosotros. Estamos hartos. Todo el campo va a defender a la ganadería extensiva (la tradicional al aire libre) de una segura desaparición. ¡Claro que habrá respuesta!», remató Lorenzo Ramos, secretario general de UPA.

Las tres grandes organizaciones agrarias y ganaderas tienen claro que «si no hay un control razonable del censo de lobos (caza selectiva), como hasta ahora, se acabará con la ganadería». Es el motivo de que hayan escrito una carta conjunta al presidente del Gobierno, que es al tiempo una mano tendida y un ultimátum.

Le exigen la «paralización inmediata» de la orden ministerial que declararía a estos cánidos silvestres especie no cinegética en todo el país (ya lo son al sur del Duero) y una reunión urgente con Pedro Sánchez y con los titulares de Transición Ecológica, Teresa Ribera, y Agricultura, Luis Planas. Dicen que se les ha ignorado, pese que ser los principales damnificados, y quieren hacer una evaluación del problema que tenga en cuenta todos los puntos de vista y que posibilite la negociación de una solución consensuada, que defienden que tendría que permitir «la coexistencia sostenible del lobo y la ganadería».

«Alimañas» de despacho

El campo no oculta su desilusión con Planas, de quien creen que no defiende sus intereses, pero con quien está indignados es con Ribera y su equipo, a quienes ven como «alimañas» de despacho que «se ríen de la gente que resiste en la España vacía». Defienden que ella y los «radicales (ecologistas) que pululan a su alrededor son la mayor amenaza para el lobo, la que deriva de la estupidez humana». Tildan la decisión de «caciquil» y solo ven «postureo de salón y puro oportunismo político a espaldas del mundo rural, fruto de la prepotencia y el sectarismo ideológico».

Las tres organizaciones niegan que el lobo ibérico esté en extinción. Destacan que hay más de 2.500 ejemplares frente a los 300 de los años sesenta. «Solo en Zamora hay más que en Francia. El lobo está protegido y la caza, indispensable para controlar la proliferación, es mínima».

Por el contrario, ironizan con que a la especie a incluir en la lista de especial protección es la del «ganadero extensivo». «Los que estamos en peligro de extinción somos nosotros. Es desolador que nadie nos apoye. Es el lobo el que está acabando con nosotros», lamenta Raúl Gómez, un pequeño ganadero de Valdáliga (Cantabria) que ha perdido 20 ovejas en dos años en ataques de cánidos salvajes. Mientras las manadas siguen en aumento, según cifras autonómicas, son los rebaños familiares las que desaparecen. «Cantabria, en 1988, tenía 27 lobos y 30.000 ganaderos; en 2019, hay 207 lobos y 4.400 ganaderos», puntualiza Barato.

«Hay que controlar el número de lobos, si no vamos a la ruina», añade Gómez, quien insiste en que «el lobo mata por matar». La afirmación la corrobora letra por letra Pedro Sansegundo, un ganadero de Navalmoral de la Sierra (Ávila). «Me mataron dos terneros, mordieron a muchos otros, provocaron tanto estrés a algunas hembras que en pocos días abortaron, y la manada no se comió un solo animal».

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