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David Ojeda / Las Palmas de Gran Canaria
Miércoles, 5 de agosto 2020, 18:48
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Un siglo atrás era un ateneo para los poetas. Corría al agua y su recorrido hacia el mar, al que llamaban río, acabó siendo silenciado por lo que fue validado con el epígrafe de desarrollo. Pero su impresionante estampa sigue destacando en una ciudad colmada de cemento y asfalto. Su panorámica desde distintos lugares de la urbe le convierte en la paleta ideal de colores de Las Palmas de Gran Canaria. Es el Guiniguada, el barranco que divide en dos la ciudad. Destaca su verde, poblado de plataneras que por encima de todo son como un canto de insurrección, el último grito de los espacios naturales que se niegan a ser devorados por el urbanismo feroz. Pero también destacan sus alturas, los barrios que lo van rodeando como los anclajes de un cinturón. Antes de enfilar el mar pasa como un embudo entre los riscos, entre esos barrios que desde sus viviendas humildes dieron forma al tejido más honesto de la capital. El Guiniguada se puede recorrer desde su interior, en un camino que llega hasta el Jardín Canario. Y allí se ven sus contrastes, las canterías de La Matula, las explotaciones agrícolas...
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