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Un gran santuario cerca de Risco Caído

Un buen amigo, Esteban Rodríguez, escritor, activista social y siempre generoso y con esa sonrisa que uno agradece tanto en la vida diaria, me invitó a ese recorrido saliendo muy temprano de Las Palmas de Gran de Gran Canaria.

Santiago Gil y / Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 12 de noviembre 2017, 08:00

Cuando era niño me adentraba en los barrancos o subía a las montañas buscando tesoros como los que aparecían en los libros o en las películas de piratas. También nos adentrábamos en cuevas, pero ni sabíamos, ni entendíamos todo lo sagrado que puede haber en alguna de ellas. Hace unos días tuve la suerte de adentrarme, después de una dura caminata y tras escalar algunos tramos, en un santuario de piedra, naturaleza y vida situado en los lindes de Artenara con Gáldar . No solo es Risco Caído, que está llamado a ser uno de los grandes referentes prehispánicos y turísticos de esta isla. Hay mucho más, muchas más cuevas con incisiones, con dibujos, con grabados fálicos o púbicos, con huecos para ofrendas, con espacios que están tal cual estaban hace más de seiscientos años.

Un buen amigo, Esteban Rodríguez, escritor, activista social y siempre generoso y con esa sonrisa que uno agradece tanto en la vida diaria, me invitó a ese recorrido saliendo muy temprano de Las Palmas de Gran de Gran Canaria. Pero la suerte de ese recorrido es que lo pude hacer, entre otras personas, junto al historiador, profesor universitario y cronista de Gáldar, Chano López, junto al antropólogo, escritor y también historiador, Juan Francisco Santana Domínguez, al lado del descubridor de muchos de los lugares más emblemáticos de la zona, Paco Quintana, que en 1983 descubrió, y fue premiado por ello por el Cabildo de Gran Canaria, la cota del nivel de laurisilva de la isla como consecuencia de las erupciones en la cuenca de Tejeda, y junto al panadero y escritor de Juncalillo, Manuel Díaz García, sin duda uno de los grandes referentes de esa zona de la isla. Los cito porque nunca hubiera llegado a esas cuevas sin ellos, y porque con ellos aprendí todo el valor que tienen y descubrí cientos de detalles que hubieran pasado de largo en mi mirada de curioso.

¿Qué fue lo que descubrí y lo que vi? Digamos que pude hacer un viaje en el tiempo adentrándome en cuevas en las que uno casi podía escuchar la voz de quienes las habitaron hace cientos de años, frente al sol, buscando las luces del ocaso, ofrendando a sus dioses con dibujos y grabados, viviendo como supongo que aún vivimos nosotros, entre el asombro y la búsqueda del sentido del mundo que habitamos y de nuestra propia existencia.

Visitamos cuevas talladas por la mano del hombre y cuevas en donde la fosilización de las erupciones volcánicas dejaban al descubierto troncos de árboles o esos trazos de la naturaleza que no hacemos más que imitar los humanos desde que habitábamos en esas grutas en las que resuenan mil historias, amores, lamentos, y en donde, como decía el antropólogo Juan Francisco Santana, cuando veíamos cruces trazadas junto a los motivos prehispánicos, se cruzaron religiones, supersticiones y sueños. Todos coincidían en que esa zona de la isla cercana a Risco Caído es un gran santuario que solo ha empezado a aflorar, uno de los lugares mágicos, probablemente morada de harimaguadas y de faycanes, un lugar en cuyas sillas talladas en la piedra se sentaron a discernir su destino, y de alguna manera también el nuestro, quienes habitaron esta isla mucho antes que nosotros. Cerca de esas cuevas se dice que vivió Gumidafe, el gran guerrero que se casó con Atidamana (o Andamana) cuando, según cuentan los cronistas, la inteligencia de esa gran mujer sabia logró pacificar y unificar la isla en los últimos años del reinado de los Semidán. Desde el Cabildo de Gran Canaria se está trabajando para recuperar, preservar y luego mostrar la belleza y la majestuosidad de unas cuevas y unos riscos en donde se cruzó lo divino y lo humano, lo cotidiano y esa grandeza de los hombres y de las mujeres que aún seguimos buscando respuestas en medio de la nada.

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