A la calle si deja de rodar el balón
Loli Chirino, presidenta de la UD Jinámar, lleva casi cinco años viviendo en la cantina del campo de fútbol. Lo poco que gana se lo gasta en el club para que siga compitiendo y tener donde dormir.
En octubre harán cinco años del drama de Loli Chirino. Desde 2015, su casa es la cantina del campo de fútbol del club que preside, la UD Jinámar. Una entidad decadente que sobrevive gracias a la voluntad de una de los tantas vecinas de Telde para las que el artículo 47 de la Constitución Española, el del derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada, no existe. Así, su empeño por salvar a este equipo de fútbol esta doblemente justificado. Por un lado, el amor que siente por el club más longevo del barrio y sus miembros, y por el otro, la necesidad. «Si dejamos de competir no podría seguir siendo la presidenta y me forzarían a a salir de aquí», relata Chirino.
Por ello, parte de los poco más de 500 euros que percibe al mes limpiando colegios los invierte en mantener en categoría federada al Jinámar. «Todo sale de mi bolsillo porque aquí hay mucha gente que pasa necesidad como yo y que no pueden pagar ni los 15 euros de ficha», resuelve Loli, desesperada ya ante tantas promesas incumplidas y tanto tiempo viviendo en unas condiciones precarias y denigrantes. «En 2018 me citaron en Vivienda y entregué todos los papeles, pero no han hecho nada», relata. Son muchas las familias que se encuentran en situación de emergencia habitacional y las mujeres sin recursos con menores a su cargo tienen prioridad. «Yo entiendo que existan casos más urgentes, pero tampoco quiero que me regalen una casa, solo acceder a un alquiler social para poder salir de aquí», pide Loli, que habita en un cuarto sin ducha junto a su hijo, que ya es mayor de edad, consciente de que con los precios de los alquileres cada vez más elevados, esta es su única opción.
Y lo hace, además de con necesidad, con miedo. Como si fuera poco abrasarse de calor en verano por culpa de los enormes ventanales que conforman el habitáculo, y congelarse durante las noches invernales, apenas duerme comiéndose la cabeza pensando en que en cualquier momento alguien puede entrar y hacerle lo que le plazca. «Saben que vivo aquí y aunque no hay nada que robar me siento insegura. Hace un mes y medio entraron varias personas y tuve que llamar al encargado del campo de madrugada. A veces estoy sola y con una patada pueden abrir la puerta y entrar», cuenta Loli Chirino.
Instalaciones precarias
El drama de Loli se extrapola al propio campo donde vive, el Pedro Miranda. Sin las ayudas que el club percibía hasta hace solo unos años, estas instalaciones deportivas se encuentran prácticamente abandonas, sus duchas apenas dan agua y no hay termo.