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Una bienvenida vergonzosa

La primera imagen que ven los turistas de Gran Canaria son solares llenos de escombros e invernaderos abandonados. Supone una estampa deplorable desde el aire para los visitantes. El plan de embellecimiento del Cabildo solo adecentará la GC-1, pero el problema en el sureste es más grave por la desidia y el incivismo.

Alberto Artiles Castellano y Agüimes/ Santa Lucía/ San Bartolomé de Tirajana

Jueves, 1 de enero 1970

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Los enseres de una vida (o varias) esparcidos en tierra de nadie. Invernaderos convertidos en escenarios de una película de terror. Sacos de azulejos pasados de moda abandonados en la clandestinidad de una noche cualquiera. Un sofá rojo. Dos verdes un poco más allá. Álbunes de fotos ajados por el tiempo, el sol y el viento. Un colchón. Dos. Tres. Cuatro... El tambor de una lavadora, parte de lo que fue una cocina, neumáticos por doquier. También objetos de labranza, cajas de frutas y verduras, restos de rafia, recuerdos de lo que un día fue un vergel. La despensa que alimentó a la isla.

El plástico ganó a la vida. Desde el aire, casi a ras de suelo, la estampa es apocalíptica. Un campo de minas inerte que llega hasta la costa por todo el sureste. La salvaje cala de Bahía de Formas, rodeada de inmundicia. El mundial de Pozo Izquierdo, rodeado de basura. Con el fantasmagórico puerto de Arinaga al norte, el fin del mundo parece estar muy próximo.

Cientos de condones usados y los excrementos de animales de todo tipo parecen tener más vida que la inmensa escombrera en la que se ha convertido la costa de Vecindario hasta Arinaga por el norte y Juan Grande al sur. El inquietante zumbido del ruido de las aspas de los molinos gigantes dan a la inmundicia un carácter más tétrico aún. Una película de zombis. Estampa paradójica la de los aerogeneradores de las energías limpias entre tanta inmundicia.

A vista de pájaro.

Mientras, los aviones pasan uno tras otro apunto de aterrizar en el paraíso... La carta de presentación es desoladora. A los visitantes, aún desde el aire, les cambia el gesto. Descoloridos, el rostro festivo se les ensombrece cuando avistan tierra. Un bofetón putrefacto mientras se preguntan si no hacía falta vacunarse para viajar a Canarias. Es demasiado tarde para dar la vuelta. No es la estampa que les vendieron en la agencia de viaje.

En lugar de palmeras y arena rubia, les da la bienvenida una postal espeluznante. Un gigantesco vertedero de invernaderos abandonados, montañas de basura, carteles rotos y cuarterías reutilizadas por ocupas o para guardar animales en condiciones insalubres. Miseria.

No es la descripción de un país subdesarrollado, está a solo unos minutos del aeropuerto de Gran Canaria, en el entorno del polígono industrial de Arinaga y los centros comerciales de Vecindario.

Del hotel y la autopista hacia el sur, cuyos lindes se han limpiado solo para disimular la porquería que se acumula unos metros más adentro. Como cuando se barre debajo de la alfombra. En el trayecto para el aterrizaje y despegue de aviones en la mayor puerta de entrada de la isla. De camino al mayor municipio turístico de Canarias, y mayor fuente de ingresos para los grancanarios.

Sin embargo, el incivismo ciudadano, la irresponsabilidad de las empresas privadas de las explotaciones agrícolas del entorno y la inacción de las autoridades, el Ayuntamiento de Santa Lucía de Tirajana y Cabildo de Gran Canaria, han provocado que se consolide un vertedero ilegal en el sureste de la isla. Se tapan la nariz y miran hacia otro lado mientras las montañas de porquería se agigantan en el recibidor de Gran Canaria. Y muy cerca de este inmensa finca infecta, con solo cruzar la autopista, se encuentra el punto limpio para sonrojo de todos.

Efecto llamada.

Como nadie ha hecho nada durante años de desidia, la basura provoca un efecto llamada para desalmados e irresponsables. Como si de un imán se tratase, la porquería se ha normalizado. Tanto que para los oriundos ya no chirría ver cauces de barrancos cubiertos de muebles viejos y restos de obras, así como mares de plástico donde antes se cultivaba, forman parte de una fotografía habitual a la que nadie extraña. Es por ello que, sin que nadie les disuada, vecinos y empresarios siguen tirando en los solares del sureste todo tipo vertidos que no solo dañan parajes difícilmente recuperables en su estado natural sino que agreden a la imagen de Gran Canaria y sus bondades como destino turístico de calidad.

Sin responsables.

Particularmente problemático es el estado en el que se encuentran muchos de los antiguos invernaderos de tomates y pepinos de la zona. La crisis, y la feroz competencia de otros productores de países con mano de obra más barata, provocó la quiebra de empresas dedicadas a estos cultivos, con el consiguiente abandono de las instalaciones. Además de toneladas de plásticos, estructuras de metal, y residuos de las plantaciones, los solares se han convertido en lugares idóneos para sintecho que montan chabolas improvisadas o puntos de encuentro para toxicómanos y amantes del menudeo. Terrenos que, en muchos de los casos, pertenecen a empresas que quebraron y a las que no se les puede reclamar que adecenten el lugar.

Esta situación ha provocado plataformas como ADAPA (Asociación de Amigos de los Árboles y del Paisaje) o grupos de vecinos de lugar eleven su queja por lo que supone un atentado natural con el que difícilmente se puede convivir. «El escenario es dantesco. Y lamenteblemente va a más porque las autoridades no ponen remedio. La gente viene y tira aquí su basura. Solo se dedicaron a limpiar el entorno de la autopiesta para que la suciedad no se viese al pasar, pero el problema desde Arinaga, toda la costa de Vecindario, hasta Juan Grande y el Castillo del Romeral es muy grave», afirma avergonzados por la imagen que se da al turista. «En Bahía de Formas, por ejemplo, vienen a hacer windsurf o buceo con todo el entorno lleno de basura. Esto no solo se soluciona limpiando, también hay que hacer campañas de concienciación para la ciudadanía», afirman indignados. «La basura nos rodea».

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