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Hay puntos donde parece que todavía huele a humo en Tasarte. O quizás es la sensación del paisaje ennegrecido, que sugestiona al visitante. Son las heridas aún visibles que les dejó el incendio del pasado febrero a los apenas 500 habitantes de este caserío aislado. Aún no las habían cicatrizado y les golpeó la covid-19. Pero no, no consta que ese bicho haya llegado aquí. Ni siquiera se ha dejado ver en toda La Aldea. Lo malo del virus es que obligó a confinar el turismo y una medida así aísla doblemente a este pueblo. Sus empresas y vecinos dependen del sur.
Ana Rosa Segura lleva 17 años al frente de la panadería. Una joya etnográfica y artesanal que enorgullece a Tasarte, pero que no puede vivir solo de su barrio. Ni la sinuosa carretera ni los escarpes montañosos fueron barrera para esta emprendedora, que durante años ha servido a restaurantes y hoteles de La Aldea y Mogán. Hacía más de 3.000 panes al día (pan artesanal que hace en un horno que calienta con leña ) y sus afamados bizcochos cotizaban alto en la restauración del sur de la isla. Hacía hasta dos hornadas al día y sacaba cientos de bolsas de su pan bizcochado de leña a la semana. «Con los bizcochos no daba avío». En la semana le vendía a cada restaurante de La Aldea 15 o 20 bolsas. «Y son 6 o 7», apunta.
Pero el cierre de empresas y el cero turístico le metieron un tajo a su producción de hasta un 70%. «Hay un restaurante en Mogán que él solo me pedía al día 150 panes». Todo eso lo ha perdido. Ahora depende de los puntos de venta en tiendas y supermercados, y ahí es más dura la competencia del pan congelado. Así las cosas, no pudo evitar un ERTE.
Con todo, no se rinde. Se ve fuerte. «Si me llega a coger en otra época, me vuelvo loca», confiesa. Quiere mantener el tipo hasta que la tormenta escampe. Sigue abierta y en producción, y en eso es vital el éxito de su bizcocho. «Si no llega a ser por él, no habríamos aguantado». Ahora bien, sus planes de comprar el negocio, tras tanto tiempo arrendado, están un poco en el aire.
Su caso no es único. Tampoco lo han tenido fácil en Coparlita, la cooperativa agrícola que trabaja con fincas de este barranco y el de Tasartico. Conformada por seis productores, vendían toda su cosecha al sector turístico y de la noche a la mañana se quedaron sin clientes. Justo Ramírez, su presidente, tuvo que mover cielo y tierra para recolocar sus miles de kilos de sandías, papayas y calabacines. No tiene sino palabras de agradecimiento hacia la cadena Spar, que les ha absorbido buena parte de la producción.
Si no fuera por estos sustos, el confinamiento en Tasarte se ha vivido y se vive de otra manera. Justo y Ana Rosa, por ejemplo, no han parado de trabajar. Y los que sí pararon (la mayoría de sus vecinos trabajan en el sur y sus empresas fueron obligadas a cerrar) al menos cuentan con vías de distracción. Suelen tener azotea para los críos y quien más quien menos tiene un trocito de huerta o animales a los que atender, por lo que el entorno les da un respiro.
Lo peor, reflexiona Jorge Medina, maestro en el pueblo desde 1980 hasta su jubilación en 2011, ha sido estar tan cerca y no poder visitarse ni aunque lo necesitasen. Tiene un hermano suyo que ha estado enfermo y se tenía que conformar con llamarlo. Tampoco olvida que tuvieron que despedir para siempre a tres de sus vecinos sin poder acompañarles. «Fue muy duro», se emociona. «Uno se murió de forma repentina, de un infarto, y los otros dos eran ya muy mayores; aquí, cuando alguien se muere, acompaña todo el pueblo, pero no pudimos». ¿Qué hicieron? Como el barrio tiene su propio cementerio, los vecinos salieron a sus puertas y ventanas para que no se sintieran solos en su último viaje.
También han notado el confinamiento en que ahora hay menos trasiego de coches a la playa. El bar Oliva, en la misma orilla, y su inigualable ropa vieja de pulpo atraen a gentes de toda la isla. Pero Paca Rosa Suárez prefiere esperar para reabrir. Necesita turistas y que dejen moverse más a la gente. Por eso la cala está muy tranquila. Tanto, que Antonio Ojeda, que tiene allí una casa de madera desde hace más de 40 años, lo tuvo claro. «Soy de La Aldea pero aquí ya llevo nueve semanas y media, tranquilito». Cuando vio lo que se venía encima, buscó refugio en Tasarte. Frente al mar. ¿Dónde mejor?
«Ahora tengo más trabajo porque reparto más>
Vicky Lewis, una inglesa que lleva 19 años en la isla, sabe que hay confinamiento porque tiene a sus hijos en casa, pero no ha parado de trabajar. Si acaso, trabaja más porque ahora tiene que salir más a repartir sus quesos a domicilio. Son los manjares que hace TASartesano, la quesería de Joaquín Suárez y Vichy en Tasarte. Él se encarga de ordeñar y cuidar de sus 250 animales y ella de transformar su leche cruda en queso mezcla de cabra y oveja. «Hago como 30 kilos al día, empiezo a las 5.30 y acabo a las dos y media de la tarde».
Casi todos los días se da un salto por las tardes a La Aldea, y luego tiene fijados dos días a la semana para salir fuera, uno para el sur de la isla y otro para el norte. Tiene demanda de sus puntos de venta habituales, pero también de particulares. Muchos de ellos, por cierto, gente de La Aldea que viven fuera.
TASartesano tiene su sede a la entrada del pueblo, mientras que Yonay Oliva montó su centro base en la playa. Hijo de Paca Rosa, la dueña del bar, regenta con su hermano Taxsea, una empresa de excursiones para ver ballenas y delfines y a Guguy. Está quieto por el estado de alarma, pero ya hay hambre de salidas y su móvil echa fuego de peticiones para salir al mar. Cree que a lo mejor se reactivará el mes que viene. No tiene prisa. «Yo no creo que nunca había estado tan feliz», confiesa. Vive casi sobre la orilla. También lo dice por su madre. «Necesitaba un descanso». Cree que abrirá el bar ya en agosto.
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