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Carlos Hipólito está muy satisfecho de la gira con el monólogo 'Oceanía'. mireya lópez
«Hemos dejado de ser permeables a las ideas de los demás, y eso nos hace más incultos e intolerantes»
Carlos Hipólito | Actor

«Hemos dejado de ser permeables a las ideas de los demás, y eso nos hace más incultos e intolerantes»

Embarcado en la gira de 'Oceanía', el monólogo que le preparó Gerardo Vera antes de morir por covid, el intérprete madrileño observa con preocupación el devenir de la sociedad mundial en estos tiempos convulsos. Le gusta decir lo mismo que Mario Benedetti: «Usted sabe que puede contar conmigo»

Sábado, 10 de septiembre 2022, 23:30

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Tenemos la obligación de intentar cambiar las cosas», dice Carlos Hipólito (Madrid, 1956), espléndido y popular actor al que acompañan con, fidelidad, el éxito y los muchos amigos que ha sabido ganarse con su forma, generosa y trasparente, de estar en el mundo. Capaz de hacer saltar chispas en escena con obras demoledoras, como la estupenda 'Glengarry Glen Ross', de David Mamet, ahora está de gira con el monólogo 'Oceanía', «el testamento artístico y vital de Gerardo Vera», su último proyecto antes de que el coronavirus acabase con una vida apasionante. Un texto, dirigido por José Luis Arellano, que llena de emoción los patios de butacas.

- ¿Y ahora cómo está?

- Tranquilo. Me siento bastante conforme con todo lo que me pasa, y estoy feliz porque tengo una mujer y una hija estupendas, que están fenomenal de salud y además muy contentas y muy bien; nuestra vida en común es estupenda, y la verdad es que no me falta el trabajo. Los proyectos en los que participo son muy interesantes y gratificantes. No sé qué más le puedo pedir a la vida. Si me quejara sería para darme un par de bofetadas.

España

«La clase política tiene menos altura cultural y moral que al inicio de la democracia»

- Pero, entonces, escucha cientos de noticias nada tranquilizadoras...

- Si uno piensa en todo lo que está pasando hoy en el mundo, probablemente te den ganas de meterte debajo de la cama y no asomar la cabeza. Recuerdo uno de estos memes tan graciosos que te envían, y que decía que con todo lo que está pasando -la pandemia, la guerra, las catástrofes naturales...-, si ahora mismo llegara un extraterrestre y me llevara, no me lo tomaría como un secuestro sino como un rescate. Hay que concentrarse en el día y en lo que tiene uno más cerca, sin perder de vista que lo que nos rodea es muy desconcertante y muy desestabilizador.

- ¿Qué no merece la pena?

- En absoluto, intentar imponer nuestra razón por encima de la de los demás. No te lleva a ningún sitio, no te hace crecer, no te enriquece. Lamentablemente, veo que como sociedad estamos cada vez más enquistados en 'yo tengo la razón y tú no'. Es peligroso ese clima de enfrentamiento permanente. Parece que solo podemos hablar con la gente que piensa como nosotros, y eso es un error enorme que no lleva a ningún buen sitio.

El mundo

«Es tremendo el resurgir de la extrema derecha en el mundo entero»

- ¿Y su propuesta?

- Creo que merece la pena luchar por conseguir un clima de mayor diálogo, de mayor conciliación. Estamos todos muy nerviosos porque realmente vivimos en una sociedad que lo propicia, que nos hace estar en una permanente carrera que no sabemos muy bien adónde nos lleva, una especie como de carrera sin freno para ser el más en algo. Estamos nerviosos porque nos sentimos apremiados y empujados a competir. Y eso hace que la sociedad esté tan crispada y se esté volviendo más inculta; estamos dejando de ser permeables a las ideas de los demás, y eso nos hace más incultos e intolerantes. Ese camino lleva a una sociedad muchísimo más triste e infeliz.

«Recorte de libertades»

- ¿Qué le sorprende?

- En lo político, por ejemplo, esta especie como de marcha atrás que se está dando en buena parte del planeta, el recorte en derechos y libertades. Me parece que es tremendo el resurgir de la extrema derecha en el mundo entero, que sin duda debe ser también un síntoma de que algo estamos haciendo mal. Y, frente a ello, faltan políticos que sepan entenderse unos con otros y que no vayan a imponer sus ideas, doctrinas e intereses partidistas. En general, contamos con una clase política que tiene muchísima menos altura cultural y moral que la de los primeros años de nuestra democracia, y eso me preocupa porque parece que estamos dando pasos hacia atrás. Necesitaríamos otra clase política en un momento en el que parece que el planeta se ha convertido en una especie de guerra permanente. Empezando por el hecho de que somos nosotros los primeros que estamos en guerra con él, con gente que todavía niega el cambio climático y no se da cuenta de que realmente nos estamos cargando este lugar y que, si seguimos así, la Tierra nos acabará echando. Y a las pruebas me remito, hay ya millones de síntomas de ello.

La sociedad

«Estamos nerviosos; nos vemos apremiados y empujados a competir»

- ¿Necesario qué sería?

- Mayor empatía, entre otras cosas. Por una parte tenemos una sociedad que es enormemente empática y solidaria en determinados momentos muy dramáticos, pero sin embargo, en el día a día, somos muy insolidarios como sociedad, una sociedad que lee menos y tuitea más.

- ¿Y a favor?

- Hay mucha gente buena en la que se puede confiar. La solución no es irse a vivir a una isla desierta. En el ser humano hay que confiar, digamos, en un sesenta o setenta por ciento [sonríe].

La vida

«Hay que vivir con las armas que uno tiene, sin intentar reproducir cosas del pasado»

- Esta frase es suya: «La gente necesitada defiende su puesto de trabajo con uñas, dientes y lo que sea».

- Así es. Lamentablemente, si te fijas hay obras de teatro -de David Memet, de Arthur Miller...- que se han convertido en clásicos porque denuncian realidades sociales que siguen estando ahí, como las desigualdades tremendas. Parece que no escarmentamos.

La competitividad

- Precisamente, 'Glengarry Glen Ross' de David Mamet, le proporcionó uno de sus grandes éxitos.

- Esta obra refleja muy bien la manipulación a la que nos somete este capitalismo en el que vivimos. Refleja muy bien cómo los trabajadores, para que conserven sus puestos de trabajo, son estimulados en lo peor de sí mismos: en la competitividad, en el hacer caer al otro para sobrevivir uno, y en aceptar esas reglas del juego que son tan terribles. Dinamitar el sistema es muy complicado, desde luego, pero es necesario y urgente rescatar un tipo de educación que contemple el respeto a los demás y que apueste por unos valores más humanos que mercantiles. Aunque el sistema siguiera siendo el mismo, sería bueno que las personas que lo pusieran en práctica cada día fueran más humanas. Cuando la gente que está muy necesitada se ve en la tesitura de tener que defender su puesto de trabajo, lo hace con uñas y dientes y lo que sea necesario; estamos hablando de la vida de su familia, de su propia supervivencia, de su futuro...

- ¿Qué haría si peligrara su modo de ganarse la vida?

- Sacar uñas y dientes, ¿no? ¡Claro que sí! ¿Qué otra cosa haríamos todos? Es terrible.

- ¿Ha tenido usted ganas a veces de salir corriendo?

- ¡Sí, sí, cómo no! Más de una vez dices eso de 'que paren el mundo, que me bajo'. Con las injusticias, sobre todo, cuando ves que no hay posibilidad de enderezar las cosas, la sensación de impotencia es muy grande, y la verdad es que a veces me han dado ganas de salir corriendo.

- ¿Y qué terminó haciendo?

- Quedarme e intentar arreglar lo que yo pueda. Me quedo con las ganas de salir corriendo, pero no lo hago porque tenemos la obligación de intentar cambias las cosas.

Cambio climático

«Si seguimos así, la Tierra nos acabará echando. Hay ya millones de síntomas de ello»

- ¿Tocó fondo alguna vez?

- No soy una persona muy proclive a la depresión, y en general tengo un carácter bastante alegre, pero a lo largo de los años he pasado por momentos en los que he estado un poco más bajo, claro, pero nunca he llegado al extremo de tocar fondo. Y creo que, en parte, ha sido porque ha habido montones de cosas que me han ayudado, como el niño que todavía llevo dentro, la complicidad con mi mujer y mi hija, los buenos amigos... He tenido momentos de incertidumbre, de bajón, pero nunca he llegado a estar desesperado.

- ¿Cómo era ese niño del que habla?

- Un niño muy feliz y muy bueno, que se portaba muy bien y tenía muy buen conformar [risas]. Ha sido una suerte tener unos padres que eran dos personas extraordinariamente buenas, e inteligentes, cultas y alegres, que me han dado millones de muletas para irlas cogiendo del armario según me voy quedando cojo de según qué cosas. También fui desde siempre un niño fascinado con el teatro, al que mis padres me llevaban mucho.

- ¿De qué placer no prescinde?

- Todos los días canto un poquito, y no solo en la ducha [ríe]. Incluso me he hecho mis propias canciones. Es un placer maravilloso que además no sale nada caro.

- Le han llegado a llamar, por su participación en la serie de TVE 'Cuéntame cómo pasó', «la voz de la Transición».

- ¡Sí, menuda responsabilidad, la voz de la historia reciente de España! [Risas] Me he convertido en una voz familiar para mucha gente, ¡he llegado a sentirme un poco como Matías Prats padre! Cada vez está más claro que fue una etapa de una altura cultural y de miras enorme en este país. La Transición fue una etapa fabulosa, que nos sacó de un túnel oscurísimo en el que estuvimos tantísimos años; y los políticos, tanto los de un lado como los del otro, y a diferencia de los de ahora, supieron entenderse y tuvieron altura de miras. En la historia universal la Transición española es un referente.

- ¿Qué suele leer?

- Últimamente, sobre todo poesía. Los poetas me descubren mundo nuevos y me consuelan muchas veces. Soy un absoluto fanático de García Lorca y un gran admirador de Mario Benedetti, a quien no me canso de leer.

- ¿Qué hay que saber?

- Vivir cada momento con las armas que uno tiene, sin intentar reproducir cosas del pasado. Frente al paso del tiempo, resignarse a perder muchas cosas, pero también ser feliz con lo que uno va adquiriendo. Con los años, la vida nos va haciendo un poquito más listos, un poquito más sabios; vamos teniendo un poquito más de retranca para poder asimilar los reveses. Hace unos años yo me estresaba por cosas a las que ahora no doy ninguna importancia.

«Con mala baba»

- ¿De Gerardo Vera qué aprendió?

- Tenía una personalidad muy poderosa, arrolladora. Era un hombre muy culto, inteligente, con mucho sentido del humor y, también a veces, con mucha mala baba. Un personaje muy atractivo y un gran creador. Yo tuve la suerte de ser su amigo y de trabajar con él. 'Oceanía' está siendo para mí una experiencia única e irrepetible. Cuando Gerardo me dijo que yo iba a hacer este monólogo, yo le respondí que no, que no lo iba a hacer porque nunca los había hecho, ni quería hacer uno ahora. A mí me gusta estar acompañado en el escenario. Pero él insistió muchísimo, y cuando leí el texto me provocó una hecatombe emocional porque emociona desde la página uno.

- ¿Qué cuenta en el monólogo?

- Mi vida no tiene nada que ver con la de Gerardo, nada de nada, pero creo que 'Oceanía' habla de cosas que nos resultan reconocibles a todos los españoles. Cuenta su niñez, su adolescencia y su primera juventud. Fue un niño peculiar que se sentía diferente y que tuvo que buscar su lugar en el mundo. Y logró escribir un relato universal. ¿Quién de los habitantes de este planeta en algún momento de su infancia no se ha sentido distinto, raro, como que no encajaba? Al final, él ganó la partida y le dije que sí, que lo haría, pero nunca llegamos a ensayar porque, lamentablemente, falleció de covid antes de empezar. Finalmente, decidimos poner en pie la función como un homenaje a él. 'Oceanía' me está dando algunos de los momentos más alucinantes que yo he vivido encima de un escenario.

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