Loreto Gutiérrez / Madrid
En los últimos días de campaña se mueven los votos que decantan las elecciones. Los líderes políticos multiplican esfuerzos en esta recta final para movilizar al electorado, conscientes de que la mayor o menor afluencia a las urnas juega un papel determinante en los resultados el 10N. La abstención también vota.
En esta campaña inusual, más corta y concentrada, además de convencer a los suyos y tratar de arañar votos del adversario, los partidos políticos están teniendo que bregar contra el enorme hartazgo de la ciudadanía, la decepción por la incapacidad negociadora que forzó la repetición de las elecciones generales -serán las cuartas en cuatro años y segundas en 2019- y la pereza de tener que acudir de nuevo el próximo domingo a los colegios electorales sin que se atisben en el horizonte señales de desbloqueo.
Los factores que inciden en la desafección política son múltiples y se traducen en una elevada desmovilización que según las estimaciones demoscópicas puede situar el porcentaje de participación el próximo 10N muy por debajo del 75,7% que se registró en los comicios del 28 de abril. El macrobarómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) pronostica una caída de la participación de hasta ocho puntos porcentuales, un descenso que en la práctica tendría un peso decisivo en el reparto de escaños en el Congreso.
Además del hastío y el desencanto que se palpa en la calle y se refleja en las encuestas hay un dato objetivo que ha disparado las alarmas: la solicitud de voto por correo ha descendido en esta ocasión un 30% respecto al 28A. A fecha del 30 de octubre -el día previo a cerrarse el plazo- se habían cursado 918.000 peticiones, frente a las más de 1.346.000 de hace seis meses. Si en abril los rezagados tuvieron que hacer largas esperas para pedir las papeletas de su provincia, esta vez no se han visto colas en las oficinas de correos.
Aunque el descenso es significativo como termómetro del porcentaje de abstención que puede producirse el 10N, algunos analistas matizan la incidencia real del dato porque las elecciones de abril se celebraron dentro del periodo de vacaciones de semana santa, lo que llevó a pedir el voto por correo a mucha gente que ya tenía programado estar fuera de casa en esas fechas y que ahora podrá acudir personalmente a votar.
El indicador de confianza política tampoco anima a pensar en una elevada participación. Según el CIS, la confianza de los ciudadanos en la política y los políticos vuelve a estar por los suelos, casi igualando los peores niveles de la última etapa de Rajoy, que se habían recuperado durante unos meses tras la moción de censura que propició la llegada de Sánchez a la Moncloa.
Los aspirantes a presidir el Gobierno se centraron en el debate electoral del pasado lunes, momento clave por ser el único de la campaña y por su impacto mediático -lo vieron 8,6 millones de personas, una audiencia algo menor que la que tuvieron los dos debates de abril- y confían en que marque un punto de inflexión como incentivo a la participación. En la campaña del 28A según los estudios un 12,7% de los espectadores que no pensaban ir a votar cambiaron de opinión tras ver los debates.
A cuatro días de las elecciones los partidos se vuelcan en combatir el fantasma de la alta abstención. Todos echan el resto con llamadas a la movilización del electorado, con especial énfasis las formaciones de izquierda, normalmente más perjudicadas por la baja participación. Con todo, en una situación de voto volátil como la actual, sociólogos y politólogos coinciden en que pese al hartazgo puede que al final la abstención no sea tanta.