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'Top Gun: Maverick', película con la que Tom Cruise le ha hecho la respiración asistida a las salas de cine, ha superado los 1.200 millones de dólares de recaudación en todo el mundo, esto es 65 mercados. Es un éxito para el estudio Paramount, pero también para el propio actor, pues es la primera de sus películas que alcanza esa cifra. Un hito solo al alcance de una auténtica estrella y en las vacaciones estivales solíamos tener muchas de ese tipo. Los nombres propios del verano de 1998 fueron los de Tom Hanks ('Salvar al soldado Ryan'), Bruce Willis ('Armageddon') y Cameron Diaz ('Algo pasa con Mary'). El año anterior, hace 25, el rey de la taquilla fue Will Smith ('Men in Black') y si nos vamos a 1996 volvemos a encontrarnos a Cruise estrenando la saga de 'Misión: Imposible'.
El denominador común de estas películas es que se levantaban y construían alrededor de sus intérpretes y estos, claro, aún tenían la capacidad de poner en marcha producciones costosas solo con estampar su firma. ¿Qué otra sonrisa podría protagonizar 'La boda de mi mejor amigo' si no fuera la de Julia Roberts? ¿Acaso 'La máscara' tendría sentido sin la gestualidad de Jim Carrey? ¿Quién iba a volar en el Air Force One más allá de Harrison Ford?
Los actores han sido siempre un activo en la estrategia de Hollywood y su caché ha crecido al compás de su repercusión pública. En 1928 la revista Photoplay publicaba un reportaje con la foto de Joan Crawford encarnando a la Venus de Milo. El titular rezaba: «El Olimpo se muda a Hollywood». Toda una declaración de intenciones. Por aquel entonces, los actores eran comparados con los dioses de la Antigua Grecia. Las mismas estatuas que se admiraban en los museos de todo el mundo habían aterrizado en la gran pantalla. Sus cuerpos, su aura, eran expuestos como obras de arte.
Ahora la estrella ya no es solo 'propiedad' del cine: también lo es de la televisión, de plataformas, series y miniseries e, incluso, de TikTok. Es una estrella que viaja en distintos formatos y que nos cabe en la pantalla de un móvil. Imposible meter ahí a toda una Joan Crawford… Además, por encima de las películas ahora están los 'universos' donde el actor parece ser una pieza intercambiable pero, eso sí, con muchos followers. Los estudios parecen confiar más en las mallas de un superhéroe sin que les importe demasiado quién las viste. No es algo malo ni bueno, pero sí supone un cambio. ¿Cómo y cuándo se produjo?
Hace unas semanas The New York Times bautizaba a Tom Cruise como «la última estrella de cine». A lo largo de estos 40 años su figura pública ha sufrido por culpa de entrevistas extravagantes, rupturas amorosas y su afinidad por la Cienciología, pero ha conseguido construir una imagen sólida con dos grandes bazas: la autenticidad y el compromiso con la industria hollywoodiense.
Todas sus películas están pensadas para una sala de cine y de ese rechazo a las plataformas se desprende un halo de exclusividad que antes era inherente a todos los actores estelares. Ahora únicamente unos pocos pueden presumir de haberle dado esquinazo al algoritmo. Uno de ellos es Tom Cruise, al que le sigue gustando hacer las cosas a lo grande: las escenas de acción y también los estrenos. Al de 'Top Gun: Maverick' llegó en un helicóptero que pilotaba él mismo y aterrizó frente a la alfombra roja en un portaaviones de San Diego.
Cruise lleva casi tres décadas siendo el agente Ethan Hunt en la saga de 'Misión: Imposible'; mientras, en ese mismo tiempo, hasta tres actores distintos han lucido el traje de Spiderman: Tobey Maguire, Andrew Garfield y Tom Golland. Estos recambios generacionales tienen sentido para buscar nuevos públicos y poder contentar a un espectro amplio de la audiencia, es la única forma de asegurar grandes presupuestos. Pero quizá ese haya sido uno de los motivos por los que las estrellas de cine tal y como las conocíamos estén hoy en peligro de extinción. Los espectadores adultos dejaron de tener películas que les hablaran de tú a tú y las grandes estrellas se quedaron sin historias en las que actuar.
Sobre los famosos siempre han circulado imágenes y rumores, pero nunca el volumen de información había alcanzado estas cotas ni era tan accesible. De su vida sabíamos por las portadas de las revistas o por las instantáneas robadas por los paparazis. Ahora solo hace falta entrar en Instagram para ver una foto en la alfombra roja pero también un selfie en la mansión y con la cara lavada. Se ha perdido glamour, seguro, pero todos hemos ganado cercanía e imperfecciones. Diversidad de la buena, pero ¿habrá supuesto eso que les bajemos del pedestal?
Porque otra cosa que han hecho las redes sociales es democratizar la fama y domesticarla, ponerla bonita. Instagram y Youtube reparten popularidad a cambio de, como se dice, 'generar contenido' y ahí dentro la apariencia de estrella es más fácil de imitar. Con la cámara del móvil que todos llevamos en el bolsillo y unos buenos filtros, tendremos una foto en alta calidad que compartirá espacio con la rutina facial de Reese Witherspoon y la foto de familia de nuestra prima. Es un scroll infinito que no entiende de categorías, no distingue el material de Hollywood del del barrio. Se han relajado las fronteras y también el protocolo. Y por eso ahora la fascinación puede surgir de un guiño a la informalidad: en la última gala de los Oscar, Kristen Stewart asistió en pantalón corto.
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