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Eneko Sagardoy (Durango, 1994) reconoce que el Goya que ganó por 'Handia' le cambió la vida: «Entonces me asaltó el miedo, pensaba que podía ser un espejismo. Tres años después, encadeno proyectos y puedo elegir. Me siento muy agradecido». 'Mia y Moi', ya en los cines, le ha puesto bajo las órdenes de su representante, Borja de la Vega, que debuta como director con un drama sobre dos hermanos marcados por un padre maltratador. Sagardoy encarna al novio de uno de ellos.
–¿Cómo se lleva que su representante sea su director?
–Hay algo bueno en tener un director que es amigo, al que conoces y te conoce fuera del set. He trabajado con amigos. Cada vez tengo más claro que estoy en esto para pasármelo bien.
–¿Le ha dado tiempo a pasarlo mal?
–Je, je. La verdad es que no. He tenido muy buenas experiencias con directores muy diferentes. Antes pensaba que cuando trabajas, la vida se para. Ahora creo que no es la manera más sana de vivir el oficio. Trabajar con gente buena está bien, pero con buena gente, mejor.
–Al menos no habrá tenido que pasar un casting.
–No, ja, ja. Ya lo pasé para que me representara. Yo soy muy fan de los castings, me sirven para hacer el proyecto con más confianza.
–'Mia y Moi' habla de cómo arrastramos para siempre la herencia familiar.
–Trata de las heridas que causan ciertas masculinidades tóxicas. Y pone el foco, muchos años después, en dos hermanos que sufrieron la violencia machista en casa. Los dos la han gestionado de manera distinta y tratan de sobrevivir rotos. No son víctimas colaterales, el hecho de presenciarla significa que la han sufrido directamente.
–La película también trata del amor fraternal. Usted tiene un hermano gemelo, Ander. Más allá de las bromas y chascarrillos, ¿cómo se lleva tener alguien igual que usted?
–Es curioso. Diría que es la relación donde más vulnerable me siento. Él me conoce mejor que nadie. Me apoyo mucho en mi hermano y me da miedo cuando ve mis cosas, es el crítico más astuto, al que más le cuesta creerse mis personajes. Mi hermano es mi suelo. Y físicamente es casi idéntico. Le quiero un montón.
–Y le ha traído para el cine.
–Sí. Estudió Derecho y Administración y Dirección de Empresas. Hizo un máster en 'film business' y ahora está en la productora Irusoin, trabajando con creadores a los que quiero un montón, como Xabi Berzosa y los Moriarti. Mi hermano y yo hemos montado una productora, Sumendi Filmak (Volcán). Hemos producido tres cortos y estamos levantando el primer largometraje. Me facilita entender el oficio desde otro sitio y me hace mucha ilusión juntar a gente. Estoy muy emocionado.
–Con 14 años ya estaba en un grupo de teatro aficionado. Eso se llama tener claro lo que quieres ser en la vida.
–Sí. Sabía que me quería quedar allí el máximo tiempo posible. No era tanto dedicarme a ese oficio, sino sentirme libre y divertirme. Y curiosamente eso me ha servido para ganarme la vida. Si me despierto y dejo de desear que quiero estar ensayando o rodando me iré a otra cosa, no pasa nada.
–¿Qué reacciones le llegaron de 'Patria'?
–Te voy a ser muy sincero. De todo. Gente que se sintió muy decepcionada y herida con la serie porque creyó que no representaba sus vivencias. Y personas que experimentaron un desbloqueo sobre un tema que ha generado tanto dolor. Las dos posiciones son válidas y significantes de que todavía quedan muchos sitios donde poner la cámara. Se ha olvidado la labor de otros cineastas en época convulsas que se jugaron el pan: Medem, Uribe, 'Lasa y Zabala', 'Asier eta biok'… 'Patria' ha sido posible gracias a esas películas. Vendrán muchas más.
–Vivimos un momento en el que las series tienen más repercusión que el cine.
–Estoy de acuerdo. Las series nos inducen a un consumo más compulsivo y son tema de conversación candente durante semanas. Yo en una serie, como actor, siento más descontrol sobre el producto final. En una película noto que tengo un todo en mis manos, no te sientes tanto parte de un gran engranaje. Ir al cine es un ritual, compartes dos horas con gente y aprecias sus reacciones. Me emociona mucho, por eso sigo yendo a las salas.
–¿Pero no cree que estamos inmersos en un consumo bulímico de series, sin tiempo para la reflexión?
–Totalmente. Ver series te provoca cierta ansiedad, hay como una competición para ver quién comparte antes la opinión. Importa más correr para contarla que reflexionar sobre ella.
–¿Vive ya en Madrid o sigue en Bilbao?
–Me gusta mucho Madrid cuanto estoy trabajando. Es un sitio donde el oficio, la competición y la ambición están muy presentes. En Bilbao acabo de trabajar y la pregunta es: ¿qué quieres tomar? Allí siento que estoy conectado con otras cosas que me ayudan a vivir. No cierro puertas. Estos días me pregunto, ¿por qué no vivo aquí? Pasan dos semanas y estoy deseando pasear por la Ría.
–¿Qué piensa cuando ve las imágenes de los botellones los fines de semana?
–Me da muchísima pena. En el nombre de vivir el presente y disfrutar la vida nos la estamos cargando. Tenemos pocas miras a medio plazo. Parece que tenemos amnesia y se ha deformado tanto el concepto del bien común y la libertad que se generan discursos aparentemente muy disfrutones, pero que son trágicamente peligrosos e insolidarios. Entiendo las ganas, yo las retengo. Debemos tener generosidad y respeto por todas las víctimas y los sanitarios. Y por el futuro.
–¿Qué es lo que más echa de menos de la época anterior a la pandemia?
–La noche. Ir al cine a las diez a la Alhóndiga, bailar, tocarnos, sudar… No sentir que tienes que organizar la vida de esta manera. Todo eso vendrá. Estoy deseando que nos vacunen. No sé si saldremos mejores, pero seguro que nos emocionamos por cosas que antes no valorábamos. Eso encenderá un motor bonito, nos miraremos y diremos: aquí estamos.
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