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«Los partidos en Dinamarca hemos dispuesto que el pueblo de Groenlandia sea libre para decidir si quiere seguir formando parte del reino. Si España hubiese mostrado más voluntad para el diálogo quizá no hubiéramos llegado a esta situación, porque por mucho que encierren a Puigdemont y a todos los políticos independentistas, el sentimiento del pueblo catalán seguirá siendo el mismo». Esta fue la brillante, sosegada y coherente respuesta que le dio un diputado danés a Ferreras en Al Rojo Vivo ante la pregunta de cómo reaccionaría su país si alguien declarase la independencia. Es triste que este razonamiento tan acertado tenga que llegar desde fuera, mientras que en España -porque no es solo en Cataluña- los enfrentamientos toman las calles. El convencimiento del Gobierno de que, como hizo en 2017, puede arreglar el tema catalán a golpes o ciento cincuenta y cincos solo fractura y aleja aún más a Cataluña.
Dos años después vuelve a repetir el error y la respuesta ante las movilizaciones pacíficas son porrazos y cargas desmedidas. Porque hay que separar a los violentos que se aprovechan del desorden y de la lucha de sus vecinos para montar pollos y atracar tiendas, de los que tratan de votar y se manifiestan con cánticos y pancartas sin mostrar oposición. Pero a los medios nacionales solo les importan los primeros, mientras que la policía no hace distinciones y vuelve a protagonizar imágenes denigrantes con agentes pateando a personas que hacen sentadas, deteniendo a periodistas y persiguiendo a golpes a gente que huye.
Es verdad que ahora mismo hay miembros del Cuerpo Nacional heridos que se recuperan en hospitales, pero también manifestantes que han perdido un ojo y comparten pasillo con ellos en las clínicas. Y recuerden, las vidas de los últimos valen exactamente lo mismo que la de los primeros. Me inquieta que la policía, esa que cobra por ser un ejemplo y velar por los ciudadanos, actúe con inexplicable rabia y saña frente a vecinos indefensos que ni levantando las manos en señal de rendición evitan volver a casa llenos de moretones. ¿Por qué esa patada o porrazo extra a quienes ya se van? Ese odio enfermo, ¿a qué obedece? Pues a las órdenes de los mismos que organizan la actuación de agentes infiltrados cuya misión es provocar y dar una excusa a sus compañeros para repartir y, de paso, convencer a la opinión pública de que los malos son los independentistas y sus defensores. Cuando las fuerzas de seguridad anhelan la violencia más que los manifestantes, el resultado no puede ser otro. Por mucho que nos lo quieran tapar.
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