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Patrimonio

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David Ojeda

Jueves, 1 de enero 1970

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La semana pasada, algún sujeto, de complicada catalogación intelectual y nefasto gusto artístico, se dedicó a manchar con unas pintadas horribles algunas de las más emblemáticas fachadas del barrio señorial de Vegueta. La respuesta fue espontánea, los cancerberos de Twitter soltaron amarras y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria mandó enseguida a su escuadrilla de pintores a borrar de inmediato el ataque sufrido por las viejas paredes.

Un contraataque de manual. Ejemplar, con un discurso del alcalde llamando a la necesidad de respetar los muros sagrados.

Lástima que no siempre se tenga una conciencia tan activa para proteger el legado arquitectónico de la capital, en la que progresivamente se han ido aislando las huellas de la riqueza racionalista que algún día alumbró la mayor parte de las fachadas, intercambiando su personalidad del siglo pasado por edificios modernos, normalmente construidos sobre materiales baratos y de rápido deterioro, que borran la senda de una historia que casi solo se encuentra ya en páginas de Facebook como Las Palmas ayer y hoy.

Esta capital atlántica, de corazón portuario y marinero, a la que el desarrollismo y la urbanización galopante ha ido dejando muy pocas bisagras para una verdadera interacción entre el mar y los ciudadanos, lugares, fuera de las playas, en las que el aroma a salitre quede impregnado en el calzado cuando se haga el camino de retorno a casa.

La semana pasada falleció Berto Herrera Peñate, continuador de la saga de ópticos Herrera Cerpa. Su muerte nos llevó a la hemeroteca y a leer en una antigua entrevista que nunca había querido cambiar la histórica fachada de Triana porque le pertenecía más a la ciudad que a ellos. Que cunda el ejemplo.

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