Los días de asedio al BIC
Era como la aldea de Astérix, Obélix y unos cuantos idealistas más empeñados en proteger el Oasis de Maspalomas de la especulación urbanística. Pero en lugar de Astérix y sus paisanos, allí estaban José Miguel Bravo de Laguna, Larry Álvarez; el equipo en pleno de Patrimonio y del área jurídica del Cabildo, un par de historiadores, la directora de la Casa de Colón, una geógrafa, un catedrático de Arqueología, otro de Ecología, y unos arquitectos (pocos, por cierto)... También había algún periodista (igualmente pocos, también por cierto) pero a fin de cuentas cada uno cuenta la guerra como le parece, como cree a base de mucho leer o de sus propias convicciones... y otros como les dicen que deben contarla. El que suscribe estaba entre los primeros pero eso ya lo sabe el lector con memoria.
Enfrente de ese reducido grupo de defensores irredentos estaban las tropas romanas que pretendían imponer como verdad inquebrantable que el Oasis de Maspalomas no podía ser Bien de Interés Cultural (BIC), y que plantear tal cosa era plegarse a «determinados intereses». Era la estrategia fácil: todos sabíamos qué «determinados intereses» defendían ellos pero se amparaban en que eran más, que hacían mucho ruido y que contaban con los resortes del poder. Y vaya si contaban, porque movieron cielo y tierra. Es más, se cargaron todo lo que se ponía por delante: el buen nombre de las personas y las empresas; la confianza en las instituciones; la cohesión de la patronal turística e incluso la unidad del Partido Popular y sus expectativas electorales.
Fueron días de feroz asedio a la pequeñita aldea de Bravo, Larry Álvarez y unos pocos más. Ahí están las hemerotecas para recordarlo, como ahí están las gruesas palabras que se dijeron en público y en privado, porque no hubo recato alguno en aquella ofensiva sin cuartel.
Él quería demostrar quién mandaba y todo el que osara decirle que igual se estaba equivocando, cometía un delito de lesa patria -claro que entonces no sabíamos de sus conocimientos en materia de paraísos fiscales-.
Ahora, el Tribunal Superior de Justicia de Canarias pone las cosas en su sitio: el Oasis debió ser BIC. En una sentencia demoledora, al final no impone las costas del procedimiento por una cuestión formal, pero todos sabemos el coste que tuvo aquello: fue clave para el batacazo del PP en las elecciones, quebró amistades, fracturó al empresariado, dejó en el aire la necesaria protección del entorno del Oasis y su rehabilitación como pieza clave de la oferta turística... pero también retrató a Soria y los que le siguieron el juego.
Conclusión: el Oasis gana; Gran Canaria, también (a pesar del tiempo perdido) y pierden los que se creían invencibles.