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Espero encontrar tiempo para ver de un tirón la gala de los premios Emmy, que se celebró, en horario canario, en la madrugada de ayer lunes. Y eso que no estoy entre los seguidores de series a mansalva: soy más de seleccionar una o dos y, sobre todo, me incluyo entre los que piensan que una temporada es lo ideal para una serie y que dos ya es un lujo.

De la lista de premios, y habida cuenta lo señalado anteriormente, me quedo sobre todo con el hecho de que se haya premiado la parodia de la política presidencial. Lo digo por la estatuilla para Alec Baldwin por su interpretación de Donald Trump en la genial Saturday Night Live y por la serie Veep, donde una estupenda Julia Louis-Dreyfus encarna a una inepta total que escala a lo más alto del poder ejecutivo en Estados Unidos. Un país que tiene esa capacidad para reírse de sí mismo y de lo que teóricamente es más sagrado -el presidente de la nación y la persona más poderosa del planeta- es un ejemplo a seguir.

Es más, me pregunto cuánto duraría en España una serie donde se retratase a Soraya Sáenz de Santamaría como una imbécil total -así empezó el argumento de Veep- o cómo encajaríamos que cada noche del sábado apareciera en horario estelar un cómico riéndose no ya de Mariano Rajoy sino del mismísimo rey Felipe.

Para quienes no sigan las imitaciones de Baldwin o la serie Veep, no estamos hablando de un humor de trazo grueso. Detrás de esas interpretaciones, además de los méritos artísticos de quienes las realizan, están unos guionistas que analizan al detalle la actualidad, que introducen referencias a lo que está pasando y que retratan con humor, pero también con crudeza, las entretelas del poder, las miserias personales, familiares y también de partido que rodean a quienes llevan las riendas de un país.

Por si todo ello fuese poco, que no lo es, en la gala de los Emmy apareció en plan sorpresa Sean Spicer parodiándose a sí mismo. Spicer fue portavoz de la Casa Blanca y objeto de las burlas de Saturday Night Live, de manera que su salida a la escena -además de sorprender a propios y extraños- fue un reconocimiento a lo sano que es reírse. Sobre todo cuando la primera carcajada es sobre uno mismo.

Aquí, mientras tanto, tendremos que consolarnos con los montajes gráficos que circulan por las redes sociales, esos simpáticos memes que se encargan de reconciliarlos con el siempre necesario humor crítico y ácido. Nos queda, en todo caso, mucho camino por recorrer en el sano arte de reírse sin miedos.

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