¿Libres y salvajes?
Henry Miller escribió sobre Thoreau que este había señalado el camino idóneo: el camino difícil. A la vista de los resultados, y visto que el famoso naturalista y escritor llamó en sus tiempos a la desobediencia civil, se ve que la mayoría de nosotros se equivocó de ruta.
No solo porque dos siglos después no hemos aprendido a ser desobedientes, apenas emergen un puñado de contestarios, tampoco nos aplicamos aquello de que todas las cosas buenas son libres y salvajes.
Hemos construido enormes jaulas de cristal en las que encerrar nuestras personalidades. Y en esa propia represión individual, en la que nadie nos ha dado un mapa de nuestros laberintos, nace nuestra postura comunal, una palabra que reluce como un luminoso, pero que cada día queda más vacía de contenido.
Por lo general, nos hemos convertido en seguidores de eslogan. En la vida, en la política. Nos da tanto vértigo el error, que nos sujetamos a las inercias ajenas para ser arrastrados por las corrientes mayoritarias y no comprendemos que no hay nada más didáctico que fallar en lo que se hace.
Y en eso estamos cuando le damos las manos del país o de la región a quien sea. Sin cuestionar que en Canarias, uno de esos parajes en los que todo lo bueno debería ser libre y salvaje, le estamos dando las llaves de la hormigonera a una ley del suelo desburocratizada y desprotectora del territorio. Y que eso se sustenta en la representación parlamentaria que ha originado una ley electoral maquiavélica y en una obligada vía de reconversión. Por citar solo dos de los grandes temas que hacen del archipiélago una tierra sin cancerberos de altura. Precisamente por eso, porque permanecer vigilantes es el camino difícil. El que conlleva un esfuerzo, el que hace que la maquinaria del poder te mire con rabia.
