La hipocresía del diálogo con Cataluña
En la riada de opiniones que provoca la crisis catalana se imponen algunas de naturaleza bastante hipócrita que sitúa a quien la sigue en lo políticamente correcto, lo asumible sin mojarse, lo fácil para evitar polémicas, para no escandalizar a las respectivas parroquias, aunque participes de una corriente de opinión nada inocente. Es lo que está pasando con el “diálogo”, la palabra más usada por políticos españoles y algunos europeos en las últimos cuatro días. Es una postura trampa, y una hipocresía porque desde Pedro Sánchez a Fernando Clavijo, saben que el diálogo no procede, no resolverá nada y está haciendo ganar tiempo y puntos al independentismo catalán. Dialogar ¿Con quién? ¿Con Puigdemont?, el presidente que ha desobedecido reiterada y públicamente al Tribunal Constitucional ?, que ha roto con el Estado de Derecho, con la continuidad democrática, que ha jugado y engañado a los catalanes y a los españoles ?. Dialogar con un “delincuente” al que ni la Fiscalía ni ningún juez se atreve a detener para no agravar la situación, pero que acumula delitos públicamente cometidos que merecen la intervención de la Justicia.
¿Dialogar con Forcadell? La mujer que lideró la mayor transgresión del Estatuto de Autonomía y de la Constitución y los más elementales derechos de la oposición?. ¿Dialogar con el vicepresidente Junqueras, el cómplice que mueve el árbol esperando la cosecha de nueces? ¿Con la CUP, el brazo armado en la calle de la burguesía catalana a la que le han perdonado hasta la corrupción a cambio de una revolución? El Estado no puede emprender un diálogo con quien ejerce el chantaje infinito a la democracia, que es exactamente lo que hacen los independentistas. Dialogar con ellos, solo tiene una salida, rendirse a sus pretensiones, a lo que quiere el chantajista, y, de verdad, si por eso pasa un Estado, su debilidad frente a otros embates no la frenará nadie. España no cedió nunca al terrorismo de ETA, y cuando lo hizo perdió, y lo venció. ¿Por qué hay que dialogar ahora ante el secesionismo?
Curiosamente es la izquierda la que pide el diálogo, en ese acto sublime en el que no creen. Lo han convertido en una estrategia contra Rajoy, contra el Estado y contra la democracia. La izquierda, obsesionada con echar a Rajoy del Gobierno en una oscura operación que bordea la ilegitimidad, está perdiendo la perspectiva de qué es lo que hay que defender y a quién, al Estado de Derecho y a los demócratas. Podemos está dispuesta a entregar la unidad territorial, la Constitución del 78 y las bases de la democracia Española a los independentistas a cambio de una alianza para echar a Rajoy y con el precio de un referéndum, con el que no se conformarán los independentistas si no es a favor de sus intereses. Una estrategia que seduce a Pedro Sánchez, colgado de la necesidad de ser alguien. Una tentación que puede costarle caro al PSOE en el futuro. A pesar de Rajoy, hoy hay que estar con él y no confundir a los ciudadanos y vender el alma del Estado de Derecho a los independentistas.
Los que apelan al diálogo deben tener claro qué es lo que ha pasado en Cataluña desde el domingo hasta hoy. Ha pasado que un gobierno ha dejado de serlo para convertirse en una célula impulsora de una sublevación que ha puesto a las instituciones catalanas al margen de la Ley y de la democracia. Un Gobierno autonómico que ha arrojado a los catalanes contra el Estado, que está dispuesto a inmolarse. Un referéndum que es un fraude en toda regla, el más llamativo dentro de la Unión Europea, digno de las repúblicas bananeras y de las dictaduras que tratan de justificarse a sí mismas con votaciones fraudulentas. Erdogán, Putín o Maduro palidecen ante la manipulación del referéndum que se celebró el domingo en Cataluña, pueden ser ejemplos de pulcritud democrática frente a la Generalitat.
Lo que ha pasado en estos días en las calles de Cataluña es el triunfo de la CUP, una fuerza que no cree en la democracia, sino en una dictadura de izquierdas, que ha arrastrado a los demócratas a la sinrazón ciega y a millones de personas que cuando se les pregunta ni siquiera saben lo que quieren. Lo que ha pasado en Cataluña sigue los mismos patrones del populismo, la misma línea que el brexit o Donald Trump en Estados Unidos, argumentos plagados de falsedades, pasiones desatadas, medidas en contra de lo legítimamente establecido, deseo de perturbar el orden y muchas mentiras, a toneladas, adornando una acción desestabilizadora de las instituciones. Resulta increíble comprobar cómo los políticos y los medios de comunicación en cataluña han pasado de la razón a mentir sin escrúpulos y a la manipulación de los hechos. El populismo, es quizás, lo que fascina del independentismo, a una escurridiza y ambigua Ada Colau o a los podemitas de todas las marcas. Lo que ha pasado en Cataluña es que una policía judicial, los Mossos, que sirven a esa causa y se han revelado como brazo armado del independentismo, abandonando su misión constitucional.
Frente esto, que es lo que realmente ha pasado en Cataluña, nos dejamos impresionar por las imágenes de la violencia policial. Nos ganó la televisión y las imágenes de las intervenciones policiales, los golpes, tanto que logró derivar las opiniones en una corriente de simpatía hacia el independentismo y dar argumentos a Podemos para atacar a Rajoy. Otra hipocresía más con la que se quiere reventar la verdadera naturaleza de la democracia y de la función en la misma de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. La violencia, ejercida con más o menos moderación, es una de las armas democráticas para mantener los derechos de los ciudadanos y la legalidad, y en Cataluña, ante una masa dispuesta a exagerar y una izquierda dispuesta a echar la basura en La Moncloa, la Policía y la Guardia Civil actuaron como tenían que hacerlo, ejecutando una orden judicial, haciendo que se cumpliese la legalidad.
Lo que no es de recibo es el abandono posterior del Estado a sus agentes sometidos al escrache de los independentistas, rehenes de éstos en sus hoteles, de métodos casi mafiosos de los alcaldes para echarlos, ni que el ministro del Interior, acosado por los sindicatos, saliese a la opinión pública prometiendo hacer algo que no ha hecho.
Nos guste o no nos guste, y a la izquierda le gusta mucho un cuerpo de policía, el poder y la violencia institucional, incluidas nuestras cárceles, centros de menores o el CNI y sus alcantarillas, esas que quería controlar Pablo Iglesias, forman parte de este imperfecto sistema de convivencia y sirven para protegerlo.