Identidad y Valerón
Compañero en estas páginas y en la pasión y el gusto por el fútbol, ese juego tan hermoso que nos acerca, aunque sea por un rato, a lo que quizá sea la felicidad, en palabras de Ángel Cappa, Enrique Bethencourt ha publicado recientemente un libro, titulado , en el que, con una de las grandes figuras históricas del balompié de las Islas como guía, se atreve a preguntarse si tiene que ver algo el fútbol con la identidad de un pequeño país o de una gran nación, si se muestra en la práctica de este deporte el carácter, el modo de ser de una comunidad, o si se mantienen esos elementos en el tiempo o están siendo borrados por la globalización, capaz de homogeneizarlo todo.
No es poco el atrevimiento, más aún en esta época en que tan difícil es que perviva el romanticismo y en estas islas, en las que, incluso existiendo sobradas razones para su conformación, nunca ha habido una burguesía con reivindicaciones propias que aventase señas identitarias.
Así pues, con la disculpa, o la herramienta, del fútbol, Enrique Bethencourt se adentra en el proceloso debate de la identidad isleña, tan carente de símbolos y de referencias, hasta el punto que ni siquiera hay una bandera definida, pero que sin embargo en este juego tiene a uno de los pocos en los que se reconoce y que se reconoce. De hecho, todos los analistas, de aquí y de allá, coinciden en admitirlo, hasta el punto de que ya es un adjetivo que se usa para definir una manera de jugar. El fútbol canario es un estilo propio y con él se identifica la gente de por aquí, que incluso se ha valido de él para dar cuenta de la pervivencia de unos rasgos que nos definen frente a la uniformidad que pretenden imponer.
Es curioso que este pueblo mestizo y de aluvión, que paradójicamente se define por su indefinición, hasta el extremo de que ésta le ha resultado rentable y le ha permitido y le permite negociar según las coyunturas políticas e históricas, aunque a cambio le haya reportado despersonalización y desarraigo; es sabedor que es hijo de lo pequeño, de ahí su regusto por la pequeñez, el cultivo del detalle y recreo en el tiempo reposado, que es, a fin de cuentas, lo que ha caracterizado al fútbol que se llama y sentimos canario y que se acepta, sin distingo ideológico alguno, como elemento diferenciador.
Es evidente que la identidad colectiva del pueblo canario está aún en construcción, está en permanente construcción, como tiene que ser, pero resulta clarificador que no habiéndose concretado en casi nada sí lo ha logrado en el fútbol, que ha generado una identidad grupal sin parangón.
Si convenimos que uno de los debes que arrastramos como pueblo es el desarraigo con el que hemos navegado a través de la historia y, también, que precisamos saber de dónde venimos, dónde estamos y a dónde vamos, la propuesta de Enrique Bethencourt con este libro es tremendamente sugerente; y además, permite disfrutar con las letras del buen fútbol, ese de la precisión en el pase, la paciencia en la búsqueda de la jugada, el gusto por la vistosidad, los toques cortos sin renunciar a la profundidad y la habilidad en el regate.